Un proyecto busca establecer el 25 de marzo como el Día del Editor de Libros. Es en homenaje a Alberto Burnichón, impulsor de la obra de referentes culturales salteños y que fue secuestrado por la dictadura ese día de 1976.
Con el objetivo de homenajear al editor Alberto Burnichón, ciudadanos vinculados a la cultura juntan firmas para remitir una nota al presidente de la Cámara de Diputados, Santiago Godoy, con el objeto de fijar por Ley provincial que cada 25 de marzo se celebre el Día del Editor de Libros en la provincia de Salta.
El homenajeado en cuestión es Alberto Burnichón quien nació en la provincia de Buenos Aires en 1921 y murió en Córdoba en 1976. Ese personaje fue trascendental para la cultura salteña de mediados del siglo pasado. Publicó a Manuel J. Castilla, Daniel Moyano, Alfredo Veiravé, Enrique Wernicke, Jacobo Regen, Holver Martinez Borelli, Miguel Ángel Pérez Armando Tejada Gómez, y artistas como Carlos Alonso, Crist, Remo Bianchedi, Luis Saavedra, Roberto Fontanarrosa, Hermenegildo Sábat o Antonio Seguí.
La provincia de Córdoba ya lo homenajeó. Hace dos años implementó su propio Día del Editor en la misma fecha que se pretende instalar en Salta. Es que Burnichón falleció en manos de la última dictadura militar sólo por haber publicado a artistas. Merece el reconocimiento.
El proyecto elevado a la Legislatura cita al libro “Alberto Burnichón: El delito de Editar”, de Aldo Parfeniuk. Allí se cita a María “Negra” Saleme, viuda del editor: “El 24 de marzo de 1976, a las 0:30, nuestra casa de Villa Rivera Indarte en Córdoba, fue allanada por varios hombres en uniforme cargando rifles. Se identificaron como pertenecientes al Ejército, y estaban acompañados por varios chicos en ropa casual. Apuntaban sus armas hacia nosotros, mientras robaban libros, objetos de arte, botellas de vino, etcétera, y los llevaban hacia afuera. Entre ellos no se hablaban, sólo se comunicaban con tronidos (chasquidos) de dedos. Por más de dos horas, nuestra casa fue saqueada; antes de que esto sucediera, se había provocado un apagón en todas las calles vecinas. Mi esposo, un oficial de la Unión de Intercambio, mi hijo David y yo fuimos secuestrados. A mí me liberaron al día siguiente. A mi hijo lo dejaron libre un tiempo después que estuvo detenido en el campo La Ribera. Nuestra casa fue completamente destruida. El cuerpo de mi esposo fue encontrado después con siete heridas de bala en la garganta”.
Burnichón publicó y distribuyó libros, cuadernillos y plaquetas de escritores y pintores que en su mayoría estaban lejos de Buenos Aires. A muchos les dio la oportunidad inicial de ser impresos. Trabajaba para “que el país conociera a gente que no conocía”, como decía su esposa.
Parfeniuk aseguró en su libro que “quien edita, quien hace posible que llegue a buen término el proceso todo y la consumación de los estrictos principios, es un celoso seguidor de cada paso que cuida que en ningún momento se ponga en riesgo o se traicione la singularidad, el espíritu de lo que saldrá a luz”.
“Este partero/editor, en el concreto caso de Burnichón, es también un apadrinador de cada libro. Compadre del autor. Co-responsable, por lo tanto, de los primeros pasos, de los nada fáciles avatares de la obra recién aparecida. Encargado de sacarlo a la calle, a la vida, y hacerlo circular por la extensa geografía cultural de un país que apenas dispone de unas pocas rutas para el tránsito de contados autores consagrados y de las escasas editoriales que los publican. Nada hay para ofrecerle al gran resto, fuera de aislamiento y silencio, en esos años hechos de puro fervor. Para cubrir en parte la desproporción, el iniciado en el arte de los títeres que fue Burnichón, no hizo otra cosa que prolongar su nómade vocación de andar llevando historias por pueblos y ciudades argentinas en publicaciones que pasaron a ser perfeccionadas maneras de llegar y quedarse y partir con esas imaginerías a/y de los lugares de los que, porque nunca definitivamente fue, pudo ser de todos un poco. Es también propio del titiritero y de un editor de su tipo, prestarse, ofrecerse, lo mismo él que su instrumento, como portavoces de un otro al que se ama y respeta, y al que humildemente se lo reconoce como valioso, al menos para hacerlo hablar, decir, desde su sencillo, informal pero eficaz tablado y sus ilusorios, pero veraces, mecanismos de mediación y representación”, completaba.
Por su parte, el escritor uruguayo Eduardo Galeano consideró que Burnichón “hizo lo mucho que hizo sin pedir a cambio ningún aplauso”. “Pero él simboliza, aunque no lo haya querido, aunque no lo quisiera, a lo más entrañable del país que la dictadura intentó exterminar: el país profundo, hecho de tierras y gentes fecundadas en fraternidades y hermosuras. Por delito de amor a ese país profundo, que el Burni conoció como nadie y que tanto ayudó a revelar, fue asesinado. Y por el delito de amor resucita, cada vez que con él alzamos el vaso de vino y brindamos, como a él le gustaba: ¡Por el pretexto!”, finalizó.
Tras enterarse de la noticia de su muerte, Castilla, desde Salta, escribió: “El hombre que ustedes han matado amaba la poesía. / Cuando ustedes aún no habían nacido / los pies de ese señor iban por todos los pueblos de Argentina / dejando en cada uno la voz de los poetas. / Esos versos llevaban / sus ganas de justicia y de mostrar belleza. / Ustedes han cobrado dinero por matarlo / y él jamás cobró nada porque ustedes aprendieran a leer”.
El poema de Castilla finalizaba con un mensaje contundente: “Nosotros, aquí en Salta, lo pensamos. / Y ahora, matadores alquilados: / ¿qué hacemos con el muerto?”.