Como en los tiempos del gaucho Calixto Gauna, las noticias demoran una semana para llegar a Salta desde Buenos Aires. Una semana tardó en llegar a la provincia el conflicto policial y, aún así, sorprendió a las nuevas estrellas del firmamento U: Eduardo Sylvester y Alejandro Cornejo D’ Andrea. (Gonzalo Teruel)

Córdoba había marcado el comienzo de un conflicto por insubordinación policial que, poco a poco, fue extendiéndose por todo el país. Los policías cordobeses se acuartelaron reclamando mejores salarios y la incapacidad política del gobernador José Manuel De la Sota y del jefe de Gabinete Jorge Capitanich dejó a los vecinos a merced de los vándalos durante 3 días. Finalmente, corrido por la desesperación de la gente, De la Sota les subió el sueldo de manera significativa.

Amén de la justicia del reclamo policial, el mensaje político fue lamentable: acuartélense, dejen las calles libres para los delincuentes y les suben el sueldo. A ello, siguió la sucesión de amotinamientos: Buenos Aires, Santa Fe, Catamarca, La Rioja y, con una brutalidad sin precedentes, Tucumán vivieron días con clima de guerra. Las cuyanas San Juan y Mendoza y las patagónicas Santa Cruz, Chubut y Río Negro también padecieron la revuelta policial. Chaco, Tucumán y Jujuy en llamas y con muertos en sus calles rodearon Salta. Ni Sylvester, ni Cornejo -antiguo y nuevo ministro de Seguridad- reaccionaron.

El lunes por la noche -una semana después de los sucesos de Córdoba- Salta se llenó de nervios y miedo. “Se vienen los saqueos”, se advertían los comerciantes del centro al ver la presencia de jóvenes con vacías mochilas cruzadas sobre sus pechos. “Se vienen los saqueos”, se decían los agentes de consigna en las peatonales. Nadie les había advertido nada. No habían recibido una sola instrucción por parte del comisario Marcelo Lami, jefe de la Policía, que tampoco había recibido órdenes por parte de sus superiores políticos.

La policía actuó bien. Defendió los comercios y sitió el macrocentro. Desde las 20 y hasta pasada la medianoche, el centro fue un caos. Algunas pocas vidrieras rotas, todos los negocios cerrados y más de 120 detenidos. La policía actuó mal. Al día siguiente comenzó con un cabildeo y un incipiente reclamo de aumento salarial. La política actuó pésimo. No hubo reacción. No hubo diálogo. No hubo respuesta. Algunos uniformados retirados y exonerados junto a sus familiares se reunieron en el Centro Policial Sargento Suárez y empezaron a agitar a sus camaradas en actividad para que vayan al paro. Lami corrió al Grand Bourg pero no le hicieron caso y por respuesta le dijeron “no hay plata para ustedes, ni para nadie”. “Si la policía se levanta, vos te quedas en la calle”, le advirtieron.

Así las cosas, los heroicos protectores del lunes se transformaron en los hijos de puta que extorsionan al gobierno y desprotegen a la gente. Miércoles y miedo de nuevo. Persianas bajas, negocios cerrados y calles vacías. Los ridículos bicipolicías que cuidan el Parque San Martín y otros espacios verdes se plegaron a la protesta. En pocas horas el Sargento Suarez tuvo mucha gente. Lami aseguraba que su gente estaba trabajando y que la seguridad estaba garantizada. Tenía razón pero no convencía a nadie. El centro se transformó en un domingo santiagueño a la siesta. Calles desoladas y crecientes rumores de insubordinación policial exigiendo un sueldo de $8.500 “como en las otras provincias”.

Incertidumbre, nervio y miedo. Ni Sylvester ni Cornejo. El titular de Diputados, Manuel Santiago Godoy fue el único que se animó y atendió algunos llamados periodísticos y llevó tranquilidad a los ciudadanos desde la política. Eso sí, anticipó que para subir el sueldo de la policía hay que subir impuestos porque “la plata no se inventa”.

Al rato, los operadores del gobernador organizaron una conferencia de prensa. A las 17:30 Juan Manuel Urtubey tomó el micrófono y en 7 minutos anunció que los agentes tendrán un 50% de aumento en su sueldo y que, para juntar los $450 millones necesarios, se suben los impuestos a las Actividades Económicas y a las Transferencias Financieras. Se paró y se fue dejando a para las explicaciones del caso a Sylvester y al ministro de Economía Carlos Parodi. A Cornejo se lo llevó con él. El ministro de Seguridad habló del problema con la policía recién el jueves.

Los últimos temblores

Para el gobierno el asunto estaba terminado. El gobernador se fue a inaugurar el renovado cine del Hogar Escuela y varios de sus colaboradores a tomar la merienda. El jueves fue tranquilo pese a la insistencia de alguno de los uniformados de marchar por el centro para exigir la “estabilidad laboral” de todos los oficiales en actividad que habían participado de la revuelta.

Sin mayores respuestas, por la noche llegaron hasta la base de operaciones del 911 y dos policías mujeres entraron para “pedir una audiencia con el ministro o el secretario”. Les cerraron las puertas y no las dejaron salir. El clima volvió a ser tenso hasta que llegó el abogado Santiago Pedrosa, asesor de los facciosos como en otras revueltas azules, y pidió la presencia de Lami en el lugar. El jefe amagó con ir pero la reunión se concretó recién en las primeras horas del viernes dejando un acuerdo firmado: no habrá sanciones para los sediciosos que se comprometen a no volver a desatender las órdenes de sus superiores, ni protestar abandonando sus lugares de servicio.

Los nuevos ministros -y algunos de los viejos- mostraron una incapacidad alarmante. Tuvieron una semana para anticiparse a la extorsión policial y no lo hicieron: unos pocos trasnochados en el Centro Policial, con una protesta sin mayor adhesión, les arrancaron un aumento del 50% en los salarios que se financiará con más impuestos a pagar por todos los salteños.

Los bicipolicías, la banda de música y la división canes encabezaron la revuelta que abrió una ventana cerrada en la provincia desde la gobernación de Juan Carlos Romero. Ahora, en fila y de a uno, irán desfilando los médicos, los empleados públicos, los judiciales y los maestros para exigir la reapertura de la discusión salarial. A favor de Urtubey, Salta fue de los distritos más tranquilos en una convulsionada semana. No hubo heridos ni muertos; no hubo saqueos y la policía -bien que mal- le respondió y garantizó la paz social.

El Oso no tan mimoso

Cuando en unas semanas Juan Manuel Urtubey levante la copa para los brindis de fin de año y haga el balance del 2013 dirá que -una vez más y como siempre- ganó. Dirá que atravesó 4 elecciones, que las ganó a todas y que hasta llevó al Senado de la Nación a su hermano Rodolfo y a la zigzagueante Cristina Fiore.

Sin embargo, él sabe que esas victorias le fueron muy caras. Los votos del Partido Obrero, de Guillermo Durand Cornejo, de Juan Carlos Romero y hasta los de Alfredo Olmedo son una señal de alerta que le está dando la ciudadanía. Por eso con el ritmo provinciano que caracteriza la toma de decisiones de su gestión, recién un mes después de las elecciones renovó su gabinete y cambio a la mitad de los ministros. Se fueron los impresentables Alfredo De Angelis y Silvia Pace. Enrique Heredia, María Inés Diez y Julio Loutaif también dejaron sus despachos.

Según la prensa adicta al gobierno “los nuevos ministros son hombres y mujeres de absoluta confianza de Urtubey”. La lógica es nefasta: no hacen falta antecedentes ni idoneidad para ocupar un despacho en el Grand Bourg, sino lealtad.

La decisión del joven mandamás provincial no fue objetada por los alcahuetes que lo rodean pero sí por algunos dirigentes que acompañan su proyecto desde el inicio y empiezan a preocuparse por la falta de liderazgo político. El líder del Partido de la Victoria, Sergio Leavy, no anduvo con vueltas y reconoció que “pensábamos que Urtubey iba a constituir un gabinete mucho más político y no tan técnico”. “Yo, como intendente elijo a mis funcionarios y no todos quedan contentos…”, justificó Leavy al referirse a las nuevas designaciones. El Oso de Tartagal aseguró que su partido sigue apoyando al frente de gobierno pero dejó en claro que espera mayor participación en los espacios de poder.