Cuarto Poder estuvo esta semana en la lucha de los trabajadores de la fábrica estatal. En la primera línea, un salteño y su pareja abrieron las puertas de su casa para contar sus historias en el lugar y canalizar un poco la melancolía de quien se exilia del pago. (Franco Hessling)

Bruno Jonatan Quiroga tiene un entusiasmo para hablar atípico para el estereotipo de hombre de 57 años, trabajador explotado durante toda su vida que llegó desde el interior a la capital. Prácticamente no para, hace pausas con sonidos guturales, que seguro también utiliza para reacomodar sus ideas, y vuelve a la carga con alguna anécdota, recuerdo, reflexión o pregunta retórica, que él mismo responde antes que nadie. Nunca suena presuntuoso, aunque en la escuela del astillero muchos le llaman “maestro” por su función de instructor. “Pienso que el trabajador tiene derecho a vivir bien, a tener su casita, a tener bien a su familia, a los chicos. Si uno no trabaja, bueno, es distinto, ahora, si uno trabaja tiene derecho a vivir bien”, sentencia y le mete una estruendosa chupada al mate, luego se lo devuelve vacío a Agustina y completa: “Y en Salta eso no pasa tanto, veo que mis amigos que trabajan en las fincas de tabaco, no saben cuáles son sus derechos, o tienen mucho miedo a perder el trabajo, o a lo que pueda hacerles el patrón”.

Aunque desde hace poco menos de veinte años vive en Ensenada y trabaja en el Astillero Río Santiago, Bruno salió del interior del Valle de Lerma cuando todavía era un adolescente. En algún momento de la charla recordará aquellos años como en los que “viajaba y andaba buscando el futuro”. A su pareja, Agustina, la conoció en una de sus cercanas y primeras tentaciones al devenir, en El Carril. Aunque también es salteña e interviene con menos locuacidad, Agustina habla con más seseo rioplatense -”hace como cuarenta años que me fuí y no sé por qué no se me va la tonada”, se justifica él en otro momento-. “Ya echamos raíces acá”, responde ella cuando les pregunto si volverían a vivir a Salta en caso que cerrase el astillero. Agustina explica que no sólo su marido trabaja allí, también su hijo mayor, con igual nombre que el padre -Bruno Jonatan-, y que el más chico, Lucas de 19, está haciendo los cursos que ofrecen los propios trabajadores para los aspirantes. Bruno Jonatan padre es instructor en esos y otros cursos, y también trabaja en sala de máquinas.

Después que ella ordena el aluvión de cosas que venía contando Bruno sobre el astillero, él resalta: “Mi hijo también trabaja acá, yo le enseñé mi oficio, ambos estamos en la sala de máquinas Eva Perón, estamos muy orgullosos de estar ahí”. Ella añade, mientras acerca un mate dulce, con burrito y más caliente de lo que acostumbro a beberlos, que ambos Bruno’s son soldadores, que Lucas va por el mismo camino, pero que “ninguno como el padre”. Modesto aunque complacido por el cumplido, él asegura que “el chango es muy bueno”, refiriéndose a su hijo mayor.  

“El conocimiento que uno tiene acá es saber defender tus derechos, saber luchar por lo que es tuyo”, dice Bruno iniciando un nuevo lapso de verborragia, se torna cada vez más claro que su entusiasmo, en gran medida, tiene que ver con reencontrarse con un coprovinciano. La charla transcurre el martes 11 de septiembre a la noche, en la casa que la pareja construyó sobre calle Bolivia al 600, frente a un complejo de departamentos que evidencian hacinamiento, a poca distancia del Astillero Río Santiago. Al día siguiente vinieron cortes y movilizaciones en La Plata, y al siguiente, ayer, el Gobierno de Buenos Aires -que administra la industria platense desde que Carlos Menem y Eduardo Duhalde acordaran transferirla de Nación a Provincia a principios de los 90-, se comprometió a comprar los insumos necesarios para mantener en vigor la producción.

Con la misma efusividad con que venía hablando y comportándose, sin mostrar resentimientos o malestares, Bruno prosiguió: “En el astillero entré en el año 2002, pero antes trabajé en YPF, en Neuquén, en Bahía Blanca, y en otros lugares del sur, que los recorrí trabajando en empresas privadas. Después salió la oportunidad para entrar acá, justo había llegado una plataforma submarina, de África creo que vino, y necesitaban soldadores calificados, fui a rendir la prueba y entré, primero por un mes y después me ofrecieron quedarme. A mi me gustaba trabajar e ir conociendo (vivió en Mendoza, Tucumán, Córdoba, Neuquén y varios lugares del sur de Buenos Aires antes de radicarse en Ensenada), pero cuando me dijeron de quedarme en el astillero mi señora decidió que nos quedáramos, y bueno, estuve hasta que me ambienté. Y ahora, yo siempre digo que del astillero me van a sacar con los pies para adelante”.

Bruno y Agustina viven con el más chico de sus tres hijos, dos varones y una mujer, la del medio, en un hogar que, aunque inacabado, es acogedor. En el patio delantero hay un rancho de madera de no más de 20 metros cuadrados, que hoy usan como habitación para guardar cosas. “Dejamos el ranchito de recuerdo, ahí vivíamos cuando recién llegamos acá”, reseña la cebadora de mates. Él le pregunta si recuerda cuando los agarró la inundación, ella asiente, Bruno señala una marca en la madera que delata que, aquella vez, el agua llegó a más de un metro.

Dando testimonio de lo que histórica y actualmente han demostrado en la práctica los trabajadores de la fábrica, Bruno juramenta: “En el astillero vamos a resistir, vamos a aguantar porque haremos valer la lucha de nuestros antepasados, de nuestros viejos, porque ellos dieron la vida por el astillero. Hay muchos desaparecidos que eran de acá, nosotros tenemos que seguir la línea de ellos”.

En el instante que se introduce el tema de la represión policial sufrida hace dos semanas, Agustina pone cara de zozobra y recuerda que al día siguiente se disponen a una nueva acción directa (los cortes que se realizaron el miércoles pasado en La Plata). – Mañana vamos a tener que ir preparados por si hay represión, – Y qué quiere decir ‘ir preparados’, – Livianitos y con zapatillas para correr. “Fue tremendo”, opina Agustina sobre lo ocurrido hace pocos días y da paso para que Bruno aporte los detalles: “Eso fue una emboscada, yo estaba justo adelante donde empezaron a tirar las balas. Nosotros estábamos desde las 7y50 de la mañana frente a la Casa de Gobierno, la veíamos venir porque estaban con escudos y varias armas, nos empezaron a tirar agua en un momento y cuando reaccionamos tirando piedras, pero retrocediendo, vinieron por atrás y nos encerraron, hubo presos y heridos”.  

No me permiten irme en colectivo, a Bruno le cuesta creer que yo haya llegado hasta su casa sin mayores dificultades aunque sea la primera vez que ando por esos lugares. Bruno no usa celular, Agustina tampoco. Cuando me estoy bajando de la camioneta me reprocha, con cierto tono de chiste, que mi visita haya sido tan corta. Justo antes que cierre la puerta me pide: “Mandá saludos a Salta”.