Las 700 personas que trabajan en los 122 Centros de Actividades Juveniles de Salta no saben qué ocurrirá con el programa en 2017. Piden que las autoridades eviten el cierre de un proyecto con once años de vida y que le abonen los sueldos adeudados. (Federico Anzardi)
La Dirección Nacional de Políticas Socioeducativas del Ministerio de Educación de la Nación tiene en sus líneas de acción a los CAJ. También a los programas Centros de Actividades Infantiles, Desarrollo Infantil, Turismo Educativo, Mesas Socioeducativas, Red de Organizaciones Sociales, Orquestas y Coros, Apoyo para Escuelas con Albergue, Aporte para la Movilidad, Apoyo para Educación Especial, Centros de Estudiantes, Fondo para Equipamiento Deportivo, entre otros.
Tal como sucedió a principios de año con los laburantes de Orquestas y Coros, los trabajadores de los CAJ empezaron a moverse para que el cambio de gobierno no se los lleve puestos. La semana pasada hicieron ruido mediático tras cinco meses sin cobrar los sueldos. Lograron parte del objetivo: los salarios se depositaron en gran medida y la promesa del gobierno aseguraba que las deudas se terminarían de cancelar esta semana. Al cierre de esta edición, aún no se habían completado todos los pagos.
Ahora, los trabajadores van por más. Quieren que las autoridades garanticen la continuidad del programa en 2017. “Para nosotros, el programa es mucho más que una fuente laboral: nosotros contenemos a muchísimos jóvenes. También articulamos contenidos con las escuelas”, dice Cecilia San Millán, coordinadora del CAJ 3.108, de la Escuela Técnica de Rosario de Lerma. Agrega que nadie confirmó la continuidad del programa en el que trabaja desde hace nueve años.
“Esto en realidad se origina en noviembre del año pasado, con el cambio de gobierno. Todos los programas que estaban asociados con políticas del gobierno anterior empezaron a entrar en un ámbito de inseguridad. A fines del año pasado no se confirmó la continuidad para este año, no se sabía. Empezaron a hacerse reuniones, empezaron a cerrar CAJ en otras partes del país y acá nos empezó a preocupar lo que iba a pasar con nosotros”, explica Gastón Iñiguez, coordinador del CAJ 5.050, de Vaqueros.
Gastón cuenta que hasta el año pasado los coordinadores eran contratados y los talleristas estaban en negro. Dice que durante años tuvieron una situación inestable que se intensificó a fines de 2015. “Ahora hay un convenio de colaboración que hizo Provincia para trabajar con los talleristas”, agrega, y remarca que las reuniones internas de los trabajadores del programa reforzó la idea de la visibilización. Se dieron cuenta de que no sólo hay que ser sino también parecer. Para Cambiemos no alcanza con laburar, también hay que mostrarlo.
“Lamentablemente, para este gobierno, visibilizar, mostrar, justificar la plata, es necesario”, dice Nicolás Obregón, excoordinador que trabaja como tallerista en los CAJ de La Caldera, Vaqueros y la Comisaría del Menor, frente a la UNSa. “Que hayamos venido trabajando silenciosamente no significa que no es valioso lo que se hace en el CAJ. Está bueno que lo demos a conocer, que tenga una difusión, pero si hasta ahora estuvo con un perfil más bajo que otras instituciones no significa que el programa no es bueno o que no hemos estado trabajando”, opina Cecilia.
Nancy Campbell coordina cinco talleres en la escuela Arturo Illia. Considera que el CAJ es un programa con muchos beneficios para los jóvenes. Compara los comienzos con la actualidad y asegura que al principio todo fue “durísimo”. Recuerda que la comunidad tardó en aceptarlos, especialmente los directivos de las escuelas. “No entendían el programa”, dice, y aclara que a medida que se trabajó, los jóvenes se apropiaron de los talleres por lo que el slogan del programa se hizo realidad: CAJ es más y mejor escuela.
De sueldos también se vive
Mientras tanto, muchos trabajadores de los CAJ esperan cobrar sus salarios y saber si continuarán en sus puestos. Para muchos es su único ingreso fijo. “Muchos docentes por ahí pueden ir sobrellevando la situación pero hay otros que dependen de ese sueldo”, dice Gastón.
Los talleristas cobran 800 pesos mensuales, por dos horas y media semanales. Por cinco horas semanales, 1.610 pesos. Los coordinadores, 3.540 pesos al mes por doce horas semanales. Los referentes zonales, supervisores del programa, alrededor de 7 mil pesos mensuales por treinta horas semanales.
La plata que antes se depositaba en el Banco Nación y cada directivo escolar repartía a los coordinadores de los talleres, ahora llega al Macro. Cada tallerista fue bancarizado y recibe su dinero en una cuenta particular. Si es que la recibe, porque a pesar de que los pagos comenzaron a efectivizarse, el 20% todavía no cobró, según cuenta Nancy.
“Son sueldos bajos que se van a actualizar en un 25%. La diferencia se hace trabajando en varios CAJ”, aclara Gastón. Nicolás cuenta que todavía no cobró nada de lo adeudado, una suma que ya alcanza los quince mil pesos. “Hace dos meses que nos vienen diciendo ya está la plata”, comenta. En total, se deben cinco meses de los talleristas y cuatro de los coordinadores. Desde el gobierno le echan la culpa a problemas burocráticos originados en el traspaso de Nación a Provincia.
Tampoco se pagaron los gastos operativos (de apenas mil pesos). Ese dinero sirve para cubrir necesidades propias de cada taller, desde arreglos hasta compras inevitables. Además, la merienda o el desayuno que se sirve en todos los CAJ faltó en algunas oportunidades.
Además, Nancy dice que el recorte que realizó el gobierno actual se siente en la falta de capacitaciones y en el cese de viajes largos. Antes, los chicos podían disfrutar de un viaje a Buenos Aires, como les pasó a un grupo de un taller de radio, que llegaron a charlar con Víctor Hugo Morales.
Explicar de nuevo
Al haber trabajado años en silencio, Cecilia sabe que tiene que explicar desde cero de qué se trata un CAJ. Lo define como “un lugar que contiene y educa”, un espacio “de formación, contención, afecto y compañía”. “Trabajamos con jóvenes de edad del secundario (entre 12 y hasta 23 años). Tenemos en cuenta no sólo el perfil del adolescente sino el lugar. Cada CAJ se maneja de acuerdo a la idiosincrasia de su gente”, dice.
Nancy dice que la escuela es muy estructurada. En los CAJ, se busca que un joven enseñe a otros jóvenes. Describe a los talleristas como personas con quienes los chicos se identifican.
Gastón considera que “el CAJ brinda otro tipo de actividad a los jóvenes. Tenés deporte, teatro, radio, ciencia, tecnología, fotografía. Hay talleres de todo tipo. Acá en Salta se hizo muy fuerte porque hay muchos talleristas que trabajan con muchos jóvenes. Lo que ofrece es contención y que los chicos se lleven algo, que les sirva”. “Trabajamos en barrios que históricamente son segregados, o con jóvenes con problemáticas de consumo, violencia”, agrega.
Los CAJ dependen de una escuela y funcionan en sus instalaciones durante los horarios en los que no hay actividades. Los talleristas, que no son necesariamente docentes, sino que pueden ser personas idóneas, presentan una planificación previa cada año. Se sugieren talleres y un equipo de trabajo. Pero cada taller se adapta a las necesidades que van surgiendo.
“Los chicos lograron un espacio que sienten como propio. Se han adueñado de la escuela, que es dificilísimo. Ellos vuelven por su propio deseo a la escuela. Además, hemos formado ciudadanos”, dice Cecilia. Nicolás explica que a diferencia de la educación tradicional de las escuelas, en los CAJ “hay una horizontalidad en el trato” que permite “laburar de otra manera”, algo que Gastón considera necesario para que los chicos puedan abrirse, sentirse libres y hablar de sus problemáticas.
“Integramos a todos. Chicos de otros colegios, no escolarizados. Recibimos a todos”, dice Cecilia. “Se trata de una ayuda para los jóvenes de toda la comunidad, no de una sola escuela”, aporta Gastón. Cecilia insiste, el CAJ es para los jóvenes: “Yo no impongo el taller, sino que surge de una necesidad del chico. Le hago una propuesta, pero escucho al chico. El chico opina, decide qué se hace en el CAJ”.
Gastón dice que la educación no formal es una ayuda para lidiar con las problemáticas de violencia o consumo. “Les decís vení, hagamos un taller, hablemos de lo que te pasa. Yo trabajaba en un taller de fotografía con chicos con problemáticas de consumo, ya estaba SEDRONAR con ellos. Y fue muy positivo lo que descubrimos, lo que los chicos decían, cómo se sentían y se expresaban”, recuerda.
Hoy, los trabajadores están en la encrucijada: pelear pero sin dejar de asistir a los CAJ. Trabajar y demostrar que lo realizado hasta ahora no debe ser clausurado. “Los coordinadores somos conscientes que parar es contraproducente, porque estaríamos avalando el justificativo para que nos cierren”, dice Gastón.
Mientras tanto, esperan que la situación se regularice, aguardan por la confirmación para el próximo año y anticipan que luego irán por más pedidos, como las mejoras en las condiciones de trabajo. En la segunda mitad de septiembre realizarán un evento organizado por todos los CAJ de capital y alrededores. Será una manera más de visibilizar el trabajo. El tema, como dice Cecilia, es que el bolsillo a veces no entiende de problemas burocráticos, así que hay que apurarse.