Vecinos afectados por el temporal del sábado pasado cuentan cómo vivieron un hecho que se repite todos los años. Inundaciones, calles rotas, daños materiales, evacuados y una constante falta de ayuda del municipio. (Federico Anzardi)

El pasaje Socompa, en el barrio Floresta, en la zona sureste de la ciudad, está destruido. Esa franja de tierra y piedras instalada cerro arriba parece un camino preparado para un trekking de aventura extrema. Un lugar por donde no pasaría ni el Rally Dakar. Los conductores no quieren saber nada con transitarlo. Prefieren dejar los vehículos abajo y caminar, tal como hicieron unos médicos el lunes por la noche, cuando decidieron no arriesgar la ambulancia en la que se movilizaban. El enfermo bajó en andas de los vecinos.

El daño es reciente, de hace una semana. La intensa lluvia que cayó entre la noche del viernes y el mediodía del sábado provocó daños en esa calle que el miércoles, cuando Cuarto Poder visitó la zona, todavía no se habían reparado. Además, los vecinos sufrieron diversas pérdidas materiales y se encontraban con miedo por las consecuencias que podría traer un nuevo temporal.

12359442_10153809346252996_1503277271_o

Enrique y Franco

Hace 25 años que Enrique vive junto a su esposa, su hija y su nieto en una vivienda ubicada al comienzo de la pendiente del pasaje Socompa. Justo donde todo empieza a subir. O a bajar, si es que pensamos en ríos inesperados que atraviesan hogares arrastrando palos, tierra y basura. Frente a su casa hay un terreno irregular, de pozos profundos y escombros amontonados, que con esfuerzo y algo de imaginación podría ser considerado una calle.

12375805_10153809347407996_1816262970_o

“Se nos vino toda el agua, nos hemos inundado ocho familias. Han venido de la Municipalidad, han visto, han dicho que iban a mandar la máquina. Vino la Policía, también han tomado nota, no han hecho nada. Han venido de la Cooperadora Asistencial y no han hecho nada”, cuenta Enrique. Dice que por la mañana le prometieron, por segunda vez desde el sábado, una máquina para arreglar el camino y que nuevamente los han dejado plantados.

“Nos tienen peloteando de un lado para el otro y no sabemos qué hacer. La desesperación de uno es que va a venir de nuevo la tormenta y se va a meter de nuevo para adentro. No sé qué podemos hacer,  no sé a quién podemos hablar”, agrega Enrique. Y cuenta que “hay un muchacho que arregla televisores y se le han quemado”.

“Vamos a verlo”, propone. En la cuadra y media que separa su casa de la de Franco, el electricista perjudicado, Enrique hace de guía de daños. Muestra un video del sábado a la tarde, grabado con un celular, donde se puede ver el jardín de su casa, que pasó de ser un lindo sector con flores a un río listo para tirar un par de kayaks. “Yo tenía un jardín espectacular”, se lamenta.

“Mirá, caños de agua. Ese poste de electricidad, una tormenta más y se cae”, señala, mientras camina hacia la casa de Franco. Se ven pozos largos de sesenta centímetros de profundidad, casi acequias naturales en las que aparecen caños y cables desenterrados.

Franco, el electricista, tiene las puertas abiertas. Invita a pasar y lo primero que señala es una marca en la pared que tiene casi un metro: “Hasta ahí más o menos llegó el agua”, explica.

“Yo tengo el taller acá, tengo todas mis cosas con las que trabajo. Tengo los colchones mojados, los muebles”, cuenta Franco, que también posee un almacén, ubicado al lado de su casa. “Son teles que no son míos y se dañaron totalmente. Estaba sacando un cálculo y son unos 27 mil pesos de pérdidas entre televisores que tengo que entregar, equipos de música que tenía en el depósito. Hice una exposición en la Policía y dije que después iré viendo la forma de recuperar las cosas a los clientes”, dice.

El agua entró en toda la casa y también en el almacén. Se dañaron heladeras, freezers y mercadería. Para poder desagotar, Franco debió hacer un hueco en la pared, un cuadrado por el que un adulto pasaría arrodillado sin ningún problema.

Antes de irse a cortar una calle de la zona junto a otros vecinos, como una manera de protestar y exigir que les presten atención, Enrique dice que la solidaridad barrial se percibió. “Nos ayudamos entre todos”, cuenta.

Viviana y los abuelos

En Floresta y otras zonas de la ciudad, Barrios de Pie, de Libres del Sur, repartió bolsones de comida y ropa. Además, sus miembros ayudaron a los vecinos a sacar agua y limpiar algunas viviendas.

Una de las personas que salió a ayudar es Viviana Zerpa, que vive en el barrio Ceferino y pertenece a Barrios de Pie. En su casa, que funciona como Club de Abuelos, recuerda lo que encontró el sábado, cuando recorrió diez manzanas de la zona para averiguar quiénes habían resultado damnificados por la lluvia.

“Nosotros tenemos una brigada social para encontrar abuelos en abandono. Salimos a hacer un recorrido el sábado, cuando paró el agua. Junté a los ocho chicos que trabajan conmigo y recorrimos manzana por manzana, casa por casa, preguntando si se habían inundado, si habían sufrido daños. Acá en la esquina nomás encontramos una familia que estaba evacuada en la escuela Arenales. Después encontramos una abuela abandonada con fractura de cadera. Le había entrado agua, su esposo es un señor muy grande. Fuimos, sacamos el agua, les llevamos mercadería, les conseguimos ropa, porque tienen una hija, pero se va. La señora se está reponiendo”, cuenta Viviana, que agrega que si hay algún interesado en donar una silla de ruedas para la abuela, puede comunicarse al 154894435 o dirigirse a Juan Carlos Dávalos 278. También pide donaciones de pañales y agua mineral para repartir entre otros perjudicados.

Viviana cuenta que durante el relevamiento encontraron viviendas con daños y miedo: “Los vecinos han sido sinceros, no mintieron. Porque muchos dicen ‘sí, me entró agua’, porque quieren que les des el colchón u otras cosas, pero dijeron ‘me entró un poco pero no fue mucho’. Sí estaban todos asustados, porque lamentablemente la intendencia no hizo un buen trabajo en la parte del río y está bastante alto de nuevo. Faltó menos de un metro para que rebalse el puente y la gente se pone histérica porque nosotros ya sufrimos una inundación”.

Verónica, Magdalena y Ramosa

Los vecinos de 6 de Septiembre la pasaron muy mal durante la tormenta. En el Centro de Desarrollo Infantil de la zona, atendido por Magdalena y Verónica, donde los chicos del barrio reciben desayuno, merienda, cortes de pelo y ayudas escolares; el agua entró sin pedir permiso.

“Esto viene pasando desde hace más de dos años. Antes no llegaba el agua acá. Hoy nos entra a todos porque no fue bien hecho el desagüe. El cordón cuneta fue hecho hasta la esquina, por eso baja toda el agua y arrastra todo. Nos llenamos de agua”, dice Magdalena. “Este fin de semana fue una desesperación. El agua entraba, llegó a este nivel (señala unos cincuenta centímetros). Levantábamos las cosas, lo que podíamos rescatar. Una señora de más abajo me contaba que en su casa era un metro de agua, agrega.

“Perdieron todo”, acota Verónica. “El domingo, una chica tenía la casa con los ladrillos apilados. Los ladrillos flotaban. Y ella tiene chicos, bebés”, completa.

“Por la ventana veíamos un río. Yo no lo podía creer. Empezó a llover a las ocho de la mañana, hasta las doce. No paraba y seguíamos sacando agua. En una hora de lluvia entró el agua”, cuenta Magdalena, que reconoce que no perdió “tanto”: “Se me rompió una pared, entró el agua. Acá sigue húmedo”, enumera, señalando el piso, que está lleno de tierra, como se pudo ver en todas las veredas de la ciudad a medida que el agua se fue: donde hubo charcos, tierrales quedan.

Ramosa, una mujer que atiende un comedor infantil que alberga a sesenta chicos, y que vive a media cuadra de Magdalena y Verónica, dice: “Cada vez que llueve nos afecta el agua. Pero esta vez llovió más. Yo llamé a todos: Policía, Defensa Civil, Bomberos. Pero no llegó nadie. Ningún funcionario. Cuando hacen política vienen todos pero ahora se olvidaron de nosotros”. Agrega que “la que más se vio afectada fue Doña Ángela”.

Como suele pasar en las zonas donde la desigualdad es rutinaria, una vez que los vecinos empiezan a hablar de un problema, surgen otros. Así, aseguran que la cerámica que está cerca de las viviendas emite un polvillo constante. Y dicen que las personas que viven cerca de la planta presentan un extraño sarpullido en el rostro.

“Y no nos ha llegado ningún trapo”, dice Ramosa. “Escuché que supuestamente hubo donaciones, pero a nosotros no nos llegó ningún trapo. Barrios de Pie nos ayudó. Los vecinos nos ayudamos entre todos”.