Jorge Altamira, dirigente del Partido Obrero, escribió en su cuenta de twitter: «La trata de mujeres no es machismo, es la explotación capitalista organizada de mujeres y niña/os». Enseguida desató una andanada de críticas en las redes sociales. La dirigente de Pan y Rosas, Andrea D’Atri le contesta en esta nota.

A horas de la movilización por #NiUnaMenos, Jorge Altamira, el dirigente del Partido Obrero, escribió en su cuenta de twitter: «La trata de mujeres no es machismo, es la explotación capitalista organizada de mujeres y niña/os». Enseguida desató una andanada de críticas en las redes sociales. Pero antes de admitir que había sido poco feliz su escueta sentencia sobre un asunto tan complejo, prefirió, con múltiples argumentos, seguir profundizando su postura.

Andrea D’Atri, dirigente de Pan y Rosas escribió una nota en la Izquierda Diario que compartimos a continuación:

Quizás se habría solucionado más rápido el equívoco si hubiera admitido que su frase, sin la negación y con una conjunción copulativa, podría haber resultado más certera. ES machismo y ES explotación capitalista. Porque, como sostiene el materialismo histórico, el sistema de relaciones sociales para la reproducción donde se impone el dominio patriarcal sobre las mujeres, las niñas y los niños, se conjuga con los distintos modos de producción que atraviesan la historia de la lucha de clases.

No está demás citar a Engels que, seguramente, Altamira conoce muy bien como a tantos otros y otras marxistas que se refirieron a esto. Como señala el gran compañero de Karl Marx en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, «el derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida».

¡Claro que la trata de personas es explotación capitalista organizada! Pero hacer esa definición tan inespecífica, no define nada del fenómeno que pretende describir. Del mismo modo que si nos preguntan qué es una ballena, no aclarará demasiado que respondamos «un mamífero». Porque la trata es un tipo de explotación capitalista bastante diferente de la explotación de la fuerza de trabajo que nos convierte en asalariadas y asalariados. Del mismo modo que hay que explicar por qué, si ambas especies son mamíferos, los cetáceos viven en los océanos y el ganado perece en las inundaciones.

La insistente defensa de su afirmación controversial, más bien nos obliga a considerar que, más que de una malograda expresión -imprecisa o ambigua por escueta-, se trata de una concepción que aunque reconoce, como lo hacemos los marxistas, la existencia de la opresión patriarcal, minimiza su importancia en la vinculación que tiene con la explotación de clases. Suponemos esto, claro está, porque descartamos que tan acérrima defensa de un error se deba a que goce del privilegio de la infalibilidad que -como se sabe- es una prerrogativa reaccionaria que sólo se autoadjudican los jefes del Estado Vaticano.

 

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Por empezar, la trata para la prostitución es una forma de explotación capitalista organizada donde -como le respondieron incluso algunas militantes y simpatizantes de su corriente- la mayoría absoluta de “los explotados” son mujeres. Y no solo eso: en gran medida, esas mujeres son secuestradas, raptadas o engañadas, drogadas sin consentimiento, para después soportar un período de “ablande” -como dicen en la jerga mafiosa-, mediante golpes y violaciones, encierro, retención de su documento y de su dinero, y ser prostituidas por un proxeneta que obtiene suculentas ganancias.

Casi exclusivamente mujeres. Mayoritariamente sometidas a algo más parecido a la esclavitud strictu sensu, que al trabajo asalariado (aunque cuando nos referimos a la explotación capitalista de la clase trabajadora hablemos metafóricamente de «esclavitud asalariada»). ¡Algunas especificidades parece tener la trata, que merecen una explicación! Y para eso, debemos empezar por señalar que la trata se sostiene en el machismo de una cultura patriarcal milenaria, en la que las mujeres son consideradas meras mercancías de las que los hombres pueden disponer a su antojo [1].

El capitalismo, esa época de la burguesía que se distingue de todas las anteriores «por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes», donde «todo lo sólido se desvanece en el aire»[2] , no puede desvanecer total y absolutamente el patriarcado, porque en la reproducción de sus opresiones, las clases explotadoras encuentran fundamento para su dominio de las clases explotadas, divididas entre sí por los venenosos prejuicios inficionados por los dominadores, además de la gratuidad del trabajo doméstico para la reproducción de la vida y de la fuerza de trabajo.

 

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Y Altamira nos viene a explicar en su cuenta de Facebook -con el objetivo de seguir justificando su tuit poco feliz- que las mujeres de las clases explotadas verdaderamente la pasan peor que las mujeres de las otras clases. ¡Vaya novedad! Eso tampoco explica lo insoslayable: también existen empresarios que golpean, acuchillan o les pegan un tiro a sus burguesas esposas; como también mujeres de las clases medias o empresarias que, en este país, deben practicarse abortos clandestinos, aunque no lo hagan de manera insegura ni corran riesgo de vida como sí sucede en los otros abortos clandestinos a los que deben recurrir las jóvenes de los sectores populares.

Pero el reduccionismo economicista de Altamira para explicar las opresiones sociales, hace un flaco favor a la izquierda marxista y revolucionaria. Saben los camaradas del Partido Obrero tanto como nosotros, lo que tenemos que lidiar los socialistas revolucionarios con la caricatura divulgada por la burguesía contra la izquierda, como aparatos dogmáticos y reduccionistas. Una caricatura para nada inocente que no se sostiene sólo en la difamación venenosa de los enemigos de clase, sino también en la nefasta práctica de corrientes populistas pequeñoburguesas que, en nombre de la revolución socialista, se dedicaron no sólo a perseguir a los trotskistas, sino también a criminalizar la homosexualidad, prohibir el derecho al aborto en el primer estado obrero de la historia o ponderar las glorias maternales de la patria rusa, muy lejos de las banderas que enarboló el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky en la revolución rusa de 1917. Saben también, como nosotros, que lejos de esa estrechez de miras, en La Sagrada Familia de Marx, Engels, en discursos y notas de Lenin y en artículos, libros y manifiestos redactados por Trotsky, los marxistas revolucionarios han sostenido el precepto heredado de los socialistas utópicos de que «el grado de emancipación de la mujer en una sociedad, es el barómetro general por el que se mide la emancipación general».

 

En su artículo, en el que pretende justificar con mayores fundamentos su malogrado tuit, Altamira intenta explicar la especificidad que adquiere la opresión milenaria de las mujeres en el capitalismo. Muchas de sus afirmaciones, podemos suscribirlas. Son el abc del marxismo que, mejor tarde que nunca, muchos militantes de su organización sabrán comprender. Sin embargo, como el objetivo no es esclarecer sobre la opresión de las mujeres, sino defender un error indefendible, remata su artículo con un ataque de los ya acostumbrados contra quienes, siguiendo a los clásicos del marxismo revolucionario, hemos intentado comprender, elaborar teórica y programáticamente, militar e incidir en las luchas de los oprimidos contra la opresión.

 

Que el socialismo revolucionario, en la lucha por la emancipación de la mujer y de todos los oprimidos, sostenga una perspectiva y un programa anticapitalista y socialista, es decir, de clase, no significa que renunciemos a convencer de nuestras ideas a las mujeres hastiadas de la opresión, ni que borremos de nuestra historia que el 8 de marzo, creado por las mujeres socialistas, fue esencialmente para reclamar por derechos democráticos elementales, como el sufragio universal.

 

¿Quién le hace el juego, entonces, al posmodernismo que propugna una autoemancipación individual, subjetiva y centrada en el deseo, cuando hay izquierdas e izquierdistas que se niegan no sólo a dar la batalla en el movimiento obrero contra la opresión que unos explotados ejercen sobre otros de su clase, sino que tampoco tienen interés en pelear porque los movimientos sociales progresivos adopten un curso anticapitalista en su lucha contra la opresión, combatiendo la idea de que la emancipación de las mujeres podrá alcanzarse con cuotas de equidad en un sistema basado en la explotación de las grandes mayorías por una minoría parasitaria?

 

No nos cabe duda que la trata de mujeres, en la actualidad, constituye una de las expresiones más brutales que el capitalismo le confiere a la violencia de género. Pero si no existiera una configuración tal de las relaciones sociales en la que las mujeres somos un género oprimido, subordinado, cosificado, el «negocio capitalista» de la trata tendría otras características.

 

Lejos de todo dogmatismo economicista, en nuestra lucha por una sociedad liberada de las cadenas de la explotación y la opresión que hoy constriñen a las masas, adherimos a las palabras de León Trotsky quien, en un folleto «destinado en primer lugar a los miembros del partido, a los dirigentes de los sindicatos, de las cooperativas y de los organismos culturales» -publicado en 1923, con el comienzo de la burocratización del Partido Bolchevique, bajo la égida de Stalin-, «si en realidad queremos transformar la vida, tenemos que aprender a mirarla a través de los ojos de las mujeres»[3].

 

Notas:

 

[1] Incluso en la Antigüedad, cuando no existía el capitalismo, las mujeres de los pueblos vencidos por el imperio, también eran «raptadas» y secuestradas -como lo atestiguan numerosas leyendas y relatos- para servir como cortesanas en los palacios de Roma. Incluso, mujeres de las clases dominantes de aquellos pueblos vencidos. Antes aún, durante los miles de años que el mundo asistió a la revolución neolítica que modificó drásticamente a la humanidad y al planeta, las mujeres eran raptadas por la fuerza o intercambiadas como donaciones, como reaseguro para reproducirse y perpetuarse generacionalmente.

[2] Marx y Engels, Manifiesto Comunista.

[3] León Trotsky, Problemas de la Vida Cotidiana.