Una investigación sobre familias formadas por dos mujeres con hijos/as bucea en los nuevos modelos de familia. Revela las diferencias entre este tipo de parejas y las heterosexuales, aunque también en las similitudes. En lo que a vida sexual se refiere la llegada de hijos disminuyen los encuentros sexuales.

La autora de la investigación es la Profesora en la Facultad de Psicología de la UBA, Ana María Fernández, que presentará un texto titulado “Amores diversos: saberes, poderes y placeres” que integrará el libro en preparación Diversidad familiar, cuidados y migración. Nuevos enfoques y viejos dilemas. De ese texto de Fernández, Página 12 publicó un extracto que aquí extractamos aún más.

Fernández asegura que en las parejas de mujeres “una de las primeras cuestiones a resolver para la formación de estas familias fue cuál de ellas llevaría el embarazo: a veces se resuelve por la más joven o por la más apta físicamente para la fertilización asistida; y en otros una de ellas expresa su falta de interés. Si bien las entrevistadas expresan que son siempre decisiones tomadas de común acuerdo, algunas veces, expresa Ana María Fernández en su nota publicada en Página 12, que “puede inferirse una mirada un poco envidiosa frente a la gestante”. En otros casos, a la hora de pensar en tener hijos, la adopción puede ser una de las opciones imaginadas.

Según l estudio, en estas familias también suele coincidir que quien lleve adelante el embarazo disminuya o interrumpa su vida laboral y se dedique más a la crianza, como en la mayoría de las parejas actuales constituidas por una mujer y un varón. En nuestras clases medias está muy naturalizado que, con la llegada de los hijos, la mujer deba disminuir o detener su vida laboral. Además, la mayoría de las entrevistadas generalmente han alcanzado altos niveles educativos y de capacitación laboral, o al menos viven en un medio donde las credenciales educativas y los éxitos laborales suelen ser objeto de alta valoración. Por tal motivo es de suponer que el repliegue por la maternidad sea vivido con tensiones muy específicas, aunque no siempre explicitadas con claridad.

Sí pueden constatarse diferencias significativas al interrogar sobre la división de tareas domésticas. Suelen expresar que no es un tema conflictivo. “Cada una hace lo que más le gusta” es la respuesta que más se reitera. Tampoco expresan tensión o dificultades respecto del dinero que aporta cada una. Frecuentemente, ni las responsabilidades domésticas ni la “propiedad” del dinero han tenido que ser conversadas o consensuadas. Relatan que todo esto se ha ido dando en la convivencia con naturalidad.

La investigadora dejó constancia de que por lo general, una de las cosas que más destaca en este tipo de relaciones son las vicisitudes previas acerca de cómo informaron a sus familias su “condición”, que las posteriores situaciones de comunicar que se irían a vivir juntas, que se casarían o que habían decidido tener un hijo. La no aceptación de las familias, por lo menos en un principio, es narrada en todos los relatos como tránsitos realizados con miedo, dolor, sufrimiento. Pero una vez constituidas ellas como familia, algunas tienen trato muy frecuente con ambos grupos familiares de origen, van a pasar los domingos y feriados, reciben ayuda económica para comprar su casa o su auto, nos dicen que todos se alegran con la decisión del embarazo y la llegada del nieto o nieta.

Algunos relatos señalan que la primera y mejor aceptación familiar provino de alguna de sus abuelas, cuestión que sin duda pone en interrogación el imaginario de un progreso lineal de aceptaciones generacionales. Otras, pasados los años aún padecen la no aceptación de su posicionamiento o las dificultades de aceptar la existencia de su pareja:

El sufrimiento, la dificultad o el miedo de comunicar a las familias su posicionamiento erótico-sexual parece estar centrado en el disgusto o la desilusión que provocaría en sus seres queridos, pero hasta ahora en ninguna entrevistada –a diferencia de tantos varones gays– hubo mención a sentirse culpables de “ser como soy”. Tampoco refieren haberse conflictuado por “su diferencia”, aun aquellas que han tenido educación religiosa. Los relatos de la ausencia de conflicto al registrar su atracción por las mujeres los hemos encontrado tanto en mujeres que desde un principio se relacionaron con mujeres como en las que comenzaron tras algunos años de relaciones con varones:

En cuanto a su vida sexual conyugal, aquí también encontramos una similitud con parejas de mujeres-varones con hijos. Está muy naturalizado que con la llegada de los hijos disminuyen los encuentros sexuales de la pareja. Ofrecen los mismos argumentos: cansancio, falta de tiempo. Les gustaría disponer de más tiempo, pero, como es algo tan natural, no tratan de implementar estrategias para remediarlo. Simplemente es así.

Con respecto a la moral sexual, en particular la fidelidad, en algunas parejas, particularmente las más conyugalizadas, es condición indispensable, suponen que la violación de este criterio sería inadmisible y volvería inviable la pareja. Otras consideran que es un requisito difícil de cumplir en el largo plazo y están abiertas a otras relaciones. Otras, particularmente las más jóvenes, plantean que la posibilidad de otras relaciones debe estar planteada desde el principio; aquí lo importante sería no engañar, entendiendo por engaño la mentira o el ocultamiento.

Algunas siempre establecieron vínculos sexuales o amatorios con mujeres. Otras vienen de relaciones con varones y la convivencia actual es su primera o segunda relación con una mujer. Cuando la entrevista abre interrogación a cómo fue este tránsito, consultando específicamente si fue conflictivo, generalmente responden que no las problematizó. Si bien expresan que quieren estar con su novia o esposa “hasta que la muerte nos separe”, pueden no considerarse homosexuales. Se han enamorado de “esa persona” y punto. Algunas que se autoperciben como lesbianas dicen sentirse, a veces, atraídas por mujeres en relaciones de pareja con varones.

Varias relatan que fue “un flechazo a primera vista” y que desde ese momento no se separaron. Suelen considerar que la dificultad de comunicarlo y de ser aceptadas por sus familias fue mayor que con sus amigos y relaciones sociales cercanas. En el ámbito laboral suelen tomar más recaudos. Las más jóvenes, todavía en noviazgos sin convivencia, ante la pregunta por situaciones de discriminación social, suelen decir que no han sido demasiado importantes. Algunas señalan que tal vez éste sea un beneficio de la invisibilidad que las relaciones entre mujeres aún tienen en nuestra sociedad. “Dos chicas de viaje, juntas en un restaurante o en el cine, a nadie hace sospechar que son pareja”.

Las que ya tienen hijos expresan que tuvieron y tienen dificultades de aceptación en la escuela de los chicos, pero entre los adultos, no con los niños y niñas compañeritos de sus hijos e hijas. Una de ellas relata una anécdota muy divertida con una niña de Lesmadres (grupo de acción política integrado por familias de lesbianas madres que decidieron tener hijos e hijas en pareja) en el jardín de infantes: “Yo tengo dos mamás”, le dice una nena a otra, que piensa un momento y responde): “Bueno, yo tengo dos abuelas”.