En el mundillo político es aún más fácil. Basta que se pongan de acuerdo unos cuantos para que esa persona no sea más nada y quede sepultado políticamente. Aunque a veces esa «muerte» sea sólo momentánea.
Es lo que pasa en Argentina en la cumbre de lo que todos hemos dado en llamar «grieta». Así lo confirma la propia Cristina Fernández, que fue revalidada por la voluntad de los mismos que sacaron que antes decidieron ponerlo a Mauricio Macri y de la misma forma lo sacaron de cuadro.
Aunque uno de esos dos personajes es tanto más fuerte que el otro y logra que cada aparición suya sacuda a todo el escenario y hasta genera una reacción de amor inexplicable, que el otro personaje nunca logrará lograr (parafraseándolo)
Basta analizar qué hizo cada uno después de las respectivas derrotas electorales. Cuando el líder de Cambiemos se sentó en el sillón de Rivadavia, Cristina no agitó a las bases ni intentó encabezar un boycot al nuevo gobierno como hoy lo hace Macri. Podría decirse que su silencio se debió a estar acosada y perseguida. Cosa que al derrotado ex presidente no le pasa con este gobierno y que, lejos de sufrir el embate de los grandes medios, conserva su blindaje mediático con toda tranquilidad.
Mientras Macri acumula una imagen negativa que supera el 70%, se muestra alegremente indiferente a cualquier regla establecida, como las elementales reglas sanitarias de una pandemia, celebrando los actos de boycot, viajando como no puede hacerlo la absoluta mayoría, aplaudiendo la “libertad” de los franceses, que hoy están en emergencia nacional por el incendio de contagios.
El silencio de Cristina en buena parte de la presidencia de Macri también se debió a que la pérdida de aliados la había debilitado políticamente y, sobre todo, a que los medios dominantes la “exiliaron” como no lo han hecho con Mauricio.
Pero hay cosas que sólo a Macri le pasan, por ejemplo, que quienes le firman el certificado de defunción política sean sus propios aliados. Sus detractores están dentro de la sede de Balcarce al 400. Elisa Carrió, Alfredo Cornejo, Guillermo Morales y Alfonso Prat Gay, entre otros. Pero se trata de los aliados del PRO, no de sus principales referentes, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Diego Santilli o Cristian Ritondo.
Aunque tampoco saltan a defenderlo. El que calla….
Los disidentes internos de Macri, de Larreta hacia abajo, saben que el núcleo de Juntos por el Cambio es macrista, que ve con aprobación el estilo cínico de su líder, su mirada criminalizadora sobre su adversaria natural, el kirchnerismo y el peronismo, su perfil transgresor. Y no son capaces de decir que se equivoca al usar al Estado para sus negocios y los de sus amigos, al manejar de manera abusiva a los espías y a la justicia o a su condición de perseguidor de opositores. Están muy seguros de que la grieta no les molesta porque no buscan un pacificador como líder.
El PRO es una fuerza clasista que invoca la República, pero, como se considera antiperonismo, está convencida de que ella misma tiene legitimidad para decidir cuáles reglas se aplican y cuáles no. Se trata de una derecha que expone a la actual gestión de gobierno y critica su manejo económico y su gestión de la inédita pandemia como si sus cuatro años de gobierno hubieran sido perfectos.
Mientras Macri sigue contando con la misma protección que tuvo en su gobierno, Alberto Fernández es acosado por los medios y una parte importante del establishment, navega en un mar tumultuoso de crisis heredada y pandemia.
Lo cierto es que la oferta neoliberal de Juntos por el Cambio tiene dos versiones, una macrista y otra larretista y de esta forma busca neutralizar a los talibanes de derecha, José Luis Espert o Javier Milei.
En 2010, figuras políticas como Rosendo Fraga publicaban “Fin de ciKlo” como mensaje a Cristina Fernández y 10 años después y bajo su misma lupa, sigue vivita y coleando, Macri tiene motivos para pensarse perdurable a partir del 40% de sus votos de 2019. Aunque si la situación no lo favorece, habrá que ver que jugada es capaz de hacer. Y que movida tiene prevista Alberto, quien todavía no sacó sus piezas al tablero.