Bárbara Sarasola-Day, l’enfant terrible de la oligarquía provincial, da la sepultura final a la clase social que Juan Manuel Urtubey trata de resucitar desde que asumió la gobernación. (Daniel Medina)
Ya no se puede hablar de casualidad. El estreno de la ópera prima de Bárbara Sarasola-Day, Deshora, confirma el enorme talento narrativo de las realizadoras salteñas, entre las que hay que nombrar a Lucrecia Martel y Daniela Seggiaro, directoras con las que esta nueva película dialoga de manera permanente. La trama es sencilla y puede resumirse así: una pareja recibe (en la finca tabacalera) a un primo. Y el recién llegado genera una tensión sexual entre los que allí viven. Así resumida alguno podrá decir que la industria del porno-soft ha montado sobre esta premisa centenares de historias, y sería verdad, pero Bárbara Sarasola-Day hace con eso algo mucho más rico e interesante.
La película abre con un hombre que lleva sobre el hombro un atado de hojas de tabaco. El hombre está de espaldas, y la cámara lo sigue. Jamás vemos el rostro del hombre, a la cámara le importan esas hojas amarillas, ajadas. Corta la escena, vemos el título de la película sobre fondo negro y la siguiente toma es desde adentro de la casa, a través de una ventana indiscreta, a través de la cual una mujer espía. «Ser mirado es ser deseado», escribió Daniela Seggiaro en su muro de facebook cuando promocionó la proyección de la película. Y la mirada en esta película lo es todo: se multiplica en los espejos distribuidos en la casa y esos espejos funcionan igual que las ventanas: sirven, sobre todo, para mirar a otros, porque los personajes lo que no quieren es verse: la película puede leerse como la lucha de dos fuerzas, una que pugna por mostrar una verdadera identidad; la otra, por mantener ese deseo soterrado.
La película está ambientada en una finca tabacalera salteña. Los dueños son una pareja que ha pasado los 40; la relación de ellos es mala: no pueden tener hijos y el deseo mutuo ya no existe. El que llega a quedarse en la finca es primo de la mujer de la casa, lo que pone como otro telón de fondo la relación oligarquía-endogamia; tema también tratado con más sutileza por Martel, en cuyas películas muchas veces se mantiene cierta ambigüedad sobre la relación de parentesco de los personajes.
Entonces la familia -su crítica- vuelve a ser la columna vertebral de la historia. Y allí Bárbara Sarasola-Day habla de lo que conoce: “Deshora nació de la relación de familiaridad y extrañeza que yo tengo con el entorno en el que crecí, una vida provincial, la relación con esos lugares, las prácticas y la convivencia diaria con un contexto tradicional y conservadora”, ha declarado la directora.
Las tomas dentro de las piezas abundan, al igual que en Martel y Seggiaro, pero no transmiten tanta sensación de asfixia, acaso porque hay menos personajes entrando y saliendo; pero sí está ahí la falta de intimidad: las puertas no se cierran, las personas simplemente irrumpen y ahí Sarasola Day aprovecha para diferenciarse de sus colegas y plasma de manera más explícita el sexo.
No es que Sarasola Day niegue las influencias de Martel y Seggiaro, con quienes comparte apreciaciones estéticas y obsesiones. Incluso parece haber algunos guiños a las películas de sus colegas. Por ejemplo hay una escena en que el primo está nadando y lo vemos sumergirse en las aguas verdes hasta desaparecer y hay un corte de escena. Jamás lo vemos salir. Martel en La Ciénaga hace algo similar pero con un efecto más angustiante: una chica se hunde en la pileta, los demás se acercan para ver por qué no sale y miran hacia las aguas. Y corte. Nunca la vimos emerger y por eso adquiere un aspecto fantasmal.
También hay una toma en la que la protagonista está siendo peinada, y parece remitir de manera directa a “Nosilatiaj- La belleza», película de la que Sarasola Day fue asistente de Dirección. El cabello tampoco es una cuestión menor en Martel.
Otro tema que sobrevuela La mujer sin cabeza, Nosilatiaj y Deshoras es la impunidad. La capacidad de una clase social para cometer un ilícito, sin que eso tenga consecuencia alguna: la mujer atropelló algo en la ruta -quizá una persona- pero rápido se trazan medidas para ocultar el hecho; el robo del cabello tampoco puede ser reclamado y ya sabemos que ninguna pena le caerá al hombre que aprieta el gatillo en Deshora. Es como si estas familias habitaran en espacios de los que no pueden escapar, pero que también funcionan como escudos de protección: nada puede penetrar en esa lógica interna y cuando lo hace se lo destruye.
Además del tempo narrativo, hay algo que Sarasola Day puede haber aprendido muy bien de Seggiaro: el peso del sonido en el fuera de campo. Recordemos los aleteos de las palomas (a las que nunca llegamos a ver) que interrumpen una misa en Nosilatiaj, recordemos las topadoras y las sierras eléctricas: el sonido acecha siempre. Sarasola Day lo que decide dejar fuera del encuadre no es menor: los disparos. Sólo oímos disparar, la única vez que lo vemos es cuando emerge el deseo entre los dos hombres.
Tampoco vemos el momento en que el primo resulta herido. Esto es interesante porque funciona como una simetría. Antes, el chico colombiano se había fijado en la cicatriz de la pierna de la mujer: el primo le comenta algo así como que es demasiado perfecta, por lo recta, que parece hecha a propósito. Él acaricia la pierna, se besan, el temor a ser vistos hace que él interrumpa la situación. Escenas después, es él el que aparece con un corte demasiado perfecto y superficial en el pecho, que genera igual desenlace amoroso, pero con el hombre de la pareja (y la situación se verá finiquitada por alguien que esta vez interrumpe en el lugar.) La forma en que la sangre muta como símbolo es inteligente: desata la pasión; pero también marca la muerte lenta, la incapacidad de reproducción.
Algunos otros puntos para observar: La ciénaga/la infertilidad; la mujer comiendo una manzana y que hace la oferta del pecado que ofrece la manzana; que el único momento de dicha sea en un lugar artificial, con agua verde estancada; y desde luego el viejo consejo de Chéjov que Sarasola Day sigue al pie de la letra: “Si tienes un rifle colgando de la pared en la primera escena de la obra, este deberá ser disparado en el último acto”.
Esta reseña debe leerse como un apunte, un disparador para análisis más detallados que merece la cuidada puesta en escena de Sarasola Day y también de las otras dos realizadoras citadas.
De todos modos, nos parece evidente que estas películas pueden leerse como un síntoma. O como una reacción. Estas tres mujeres parecen haberse hecho cargo de la honrosa, aunque siempre peligrosa e ingrata, misión de llevar a la superficie, a la vista de todos, lo más oscuro de nuestra cultura.