En esta entrevista, el escritor nacido en Campamento Vespucio (1992) habla sobre su segundo libro, “Suerte que somos pocos” (Niña Pez Ediciones 2022).

Por Mario Flores

El segundo libro de Rodrigo Guerrero, Suerte que somos pocos (Niña Pez Ediciones, 2022) reúne un compendio de nueve relatos donde el realismo, el paisajismo y las problemáticas del drama contemporáneo tienen protagonismo. En su primer libro publicado, Lazos (Tinta Libre, 2020), ofrecía una especie de libro viaje o libro ciudad, con un total de 19 cuentos cortos en los cuales los personajes eran la figura central a la hora de hablar de lo terrible y lo hermoso, lo relacional y el espacio conocido. Ahora, en Suerte que somos pocos, los núcleos narrativos dejan de lado la personificación del drama para dar lugar a definiciones más finas, alejadas de todo romanticismo, el espacio conocido (Campamento Vespucio) es ahora espacio habitado, casi con una suerte de sentido de pertenencia. Pero el libro no es una guía de turistas ni tampoco un retrato idílico de este territorio que alguna vez gozó de la ostentosidad y la opulencia del petróleo: la violencia, la juventud descarnada y el desencuentro con lo que ya no existe son las figuras principales de todos los cuentos, esta vez más extensos. Nacido en Campamento Vespucio en 1992, Guerrero conoce en detalle los paisajes y las grietas que existen en las escenografías que decide narrar, y lo más interesante de esta publicación (y quizás de él como autor) son los mecanismos narrativos con los cuales emprende la construcción orgánica del libro. En Lazos (2020) se trataba de un hilo conductor a partir del recurso de concatenación: el personaje secundario de un relato era el protagonista del siguiente, y así, de tal forma que todos los cuentos estaban relacionados a través de lo íntimo y lo sentimental. Ahora, en Suerte que somos pocos (2022), el mecanismo principal es la condición dual de los textos: cada relato tiene su revés, su realidad paralela que también está sucediendo en tiempo presente. Historias que son dos historias y fluyen veloces hasta que finalmente colisionan (no se trata de encuentros románticos sino de entrecruzamientos del realismo). En este libro, casi abandonando del todo la primera persona a la hora de contar, las representaciones del paso del tiempo, la muerte y las implosiones familiares son narradas con el desapego propio de una perspectiva madura y veloz: “Una noche de marzo” (cuento ganador del Primer Concurso Departamental de Cuentos de Tartagal), “A través de la neblina” (un cuento panorámico que es protagonizado por la decadencia y la vejez, algo inusual ya que no muchos autores deciden narrar desde la perspectiva de la tercera edad), “Suerte que somos pocos” (el cuento que le da título al libro, y la pieza angular que contrapone el pasado al presente, la remembranza siempre positiva contra la violencia y el hambre actual) y “Los dos mosqueteros”, son cuentos que establecen una línea de fuego que no rebusca el impacto: una constante referencia al color de los escenarios y la descripción no exagerada de los ambientes que plantean la acción (o la falta de acción, ya que los silencios son tan importantes como lo que se dice), permiten que se trate de una lectura personal y a la vez colectiva, moderna y disruptiva, de lo mejor (por fin) que ha dado la literatura contemporánea de la región más norte del norte en los últimos años, dándonos la posibilidad de generar nuevas preguntas sobre dónde vivimos, qué cuerpos habitamos.

 

Desde la publicación de Lazos (2020) al lanzamiento de Suerte que somos pocos (2022) ¿Qué considerás más importante en tu escritura, notas cambios o evolución en tus cuentos?

Siempre digo que Lazos fue la materialización de un sueño o, mejor dicho, el resultado de una búsqueda, algo desesperada, por iniciar un camino propio. Una vez que ese sueño se cumplió y esa búsqueda concluyó, lo que vino después fue un período de autocrítica. Cualquier artista debe ser capaz de juzgar su propio trabajo, de formar un criterio para decidir en qué acertó, qué cosas corregir, o qué descartar. Por ejemplo hoy, después de casi dos años, puedo volver a leer mi primer libro y notar que de los diecinueve relatos, nueve están de más, y en los otros diez, hay cientos de cosas podría cambiar. Poder notar estos detalles me sirven como indicio para saber que logré cierta evolución. Entender esto es también, a mi parecer, una obligación para cualquier persona que tenga aspiraciones de publicar libros; en realidad, para cualquier artista que quiera crecer dentro de su ámbito. Por esa misma razón, en unos años espero encontrarme con la misma sensación al releer Suerte que somos pocos.

El género cuento parece ser tu territorio predilecto. ¿Cuáles son las ideas o motivaciones que surgen a la hora de narrar?

Hace varios años cursé la carrera de Profesorado en Inglés. Allí tuve una profesora que nos hizo leer The Lottery, un cuento corto de Shirley Jackson. No solo debíamos leer para aprender el idioma, sino también se nos pidió que debatiéramos sobre qué escondía el relato, por qué fue polémico en el momento de su publicación, y cuál era el nexo de esa historia con la vida real, no solo la de Estados Unidos, sino de cualquier sociedad del mundo y en cualquier momento histórico. El resultado de esas charlas fue el origen de un deseo de buscar más contenido que me genere un impacto similar. Así que comencé a leer libros de cuentos, en especial aquellos que jugaban con el prejuicio y la inocencia del lector. Al día de hoy teniendo cierta preferencia por el género. Puedo leer en una semana un libro de 200 páginas con puros cuentos, pero una novela de igual tamaño me puede tomar uno o dos meses, si es que la termino. Esto también se debe a otro hábito propio: leer y finalizar un relato en lo que dura un viaje en colectivo desde Vespucio a Tartagal, sino luego caigo en la procrastinación y termino haciendo de todo, menos continuar con alguna lectura pendiente. Por eso, cuando escribo lo hago pensando en mí como lector. No sé si a la gente le guste o no lo que produzca. No pienso en eso. Lo único que me interesa es crear algo para mí mismo y que el resultado, al menos por un breve período, me deje satisfecho.

Uno de los cuentos del libro (Una noche de marzo) resultó ganador en un concurso departamental. ¿Qué otras actividades como escritor te gustaría encarar?

Mandé ese cuento al concurso porque el otro (Si eres feliz y lo sabes), que me gustaba más, excedía el límite de caracteres permitidos en el reglamento. Tuve la suerte de que al jurado le gustó el que presenté. Creo que siempre lo que escribo es la respuesta a una necesidad del momento. Tengo varios proyectos en mente, algunos más claros que otros. En el corto plazo me gustaría escribir uno o varios libros de fantasía, más que nada para un público infantil. Más adelante quisiera afrontar mi primera novela. Por último, ya como un proyecto a largo plazo (quizás en cinco o diez años), me gustaría brindar algunos talleres de escritura. Para ello es que en mis dos primeros libros existen unos cuentos titulados «Claro de la luna» y «Claro de la luna II». No es una continuación de la misma historia. Solo comparten el nombre (tomado de una composición de Claude Debbusy) y el simbolismo. Mi idea es usarlos como un registro de la evolución en la escritura de un mismo autor. Es decir, ser mi propio conejillo de indias para así mostrar a otros (y a mí mismo) los errores, cambios y perspectivas que un autor puede afrontar en las distintas etapas de su escritura. Por eso es muy probable que en mis próximos libros exista algún cuento (o un capítulo) titulado «Claro de la luna». Sea lo que sea que decida hacer, será como dije anteriormente: una respuesta a una necesidad del momento.

“Lazos” presentaba una estructura concatenada que vinculaba a los personajes de un cuento con los del relato siguiente. En “Suerte que somos pocos” lo más notorio es la multiplicidad de tramas, cuentos que son dos cuentos a la vez. ¿Cómo fue el armado del libro y las etapas hasta que quedó listo?

Cada libro debe tener algo que lo caracterice y lo diferencie uno del otro, por más que sean del mismo género y del mismo autor. Me resultaba muy fácil volver a escribir un libro siguiendo el mismo juego de conexiones que usé en Lazos. Pero en este caso quería algo distinto. Necesitaba algo distinto. No recuerdo dónde lo leí, pero alguna vez alguien dijo que un buen cuento son dos cuentos a la vez. Está lo que se narra y lo que no; lo que se lee y lo que se piensa; un reclamo detrás del reclamo. Por supuesto, todo esto haciendo referencia al carácter implícito de lo que está escrito. Pero me pareció interesante poder narrar dos historias contrastadas y ubicarlas en el mismo espacio, para luego unirlas en algún punto. Ya después dependerá de cada lector lo que rescate o no de cada relato. En cuanto al armado del libro, todo comenzó después de recibir el premio del concurso departamental. Ya tenía otros dos cuentos escritos, así que me dispuse a redactar algunos más y darles a todos una noción de unidad. Junté en total nueve relatos. Escribirlos fue relativamente rápido ya que las historias las venía pensando durante mucho tiempo antes. Lo arduo no estaba en escribir, sino en corregir los textos. Es la etapa que me llevó más tiempo completar antes de mandarlo a una editorial. Incluso después de haber firmado contrato, seguí corrigiendo. Al final los libros no son más que el resultado de cientos de correcciones. Por suerte, pude llegar a un punto en el que, junto a la editorial, consideramos que ya estaba listo para su publicación. Ahora solo resta la presentación y de ahí comenzaré a pensar cuál será mi próximo trabajo.