Y en una de esas Grabois tiene razón, pero no la sabe ejercer. Sucede que, como buen argentino, se tira a la fácil: hacer la reforma agraria en la pampa húmeda, único sector económico eficiente y competitivo que tenemos, es como pretender armar un Rastrojero desarmando una coupé Mercedes Benz último modelo.
Algo no cierra, es como un despropósito, casi como todas las cosas que últimamente se nos ocurren a los argentinos, que elegimos, para que nos gobierne, un Centro de Estudiantes. Pero, ojo, antes lo habíamos hecho con uno del Cardenal Newman y así nos fue. Y así nos va a ir si seguimos este derrotero. No en vano cada día más se habla de que somos un Estado fallido. Y, la verdad, ya casi lo somos.
Pero, en definitiva, Grabois en una de esas tiene razón, pero la responsabilidad no pesa sobre los propietarios de tierras, y mucho menos aquellas que están en explotación. Esa responsabilidad recae en los gobiernos que llegan a sus poltronas sin tener, siquiera, una política demográfica ni una productiva. El kirchnerismo, por ejemplo, gobernó doce años, pero no cualesquiera, sino aquellos que fueron, conforme a los términos de intercambio por la irrupción de China al mundo del consumo, los más prósperos de nuestra historia de ya dos siglos. Nunca dispusimos como entonces de tanto efectivo.
Y así como Perón, socarronamente, preguntaba en los cincuenta del pasado siglo, quién había visto una divisa en su vida, o bien un dólar, en la década de los Kirchner, con la tonelada de soja a más de 600 dólares, nos sobraba ese flujo ¿Qué hicieron aparte de revolearla en conventos truchos o enriquecerse por kilos, ellos, sus secretarios y choferes?: Nada, no invirtieron un peso en infraestructura ni en nada que pudiera habernos servido para basar nuestro desarrollo.
Los otros días escuchaba a un empresario, De Lazzari, decir que los dos peores gobiernos nacionales desde el advenimiento de la democracia habían sido el de Kirchner y el de Macri. Ambos, por las oportunidades perdidas. Y concuerdo con esa apreciación. Ambos perdieron condiciones inmejorables para echar esas bases. Y las dilapidaron.
Por las dudas, ahora, que habría que hacer de la necesidad virtud, Cristina pretende despegarse de su engendro diciendo que ella no gobierna. Y que debería hacerse un gran acuerdo con aquellos a quienes ella misma putea. Nadie reniega de eso, pero tiene demasiado olor a cortina de humo.
Sí, Grabois tiene razón en la necesidad de suplantar los planes por trabajo. Pero es una razón a medias. Es fácil meterse en campos que están ya en explotación, pero no en cualquier explotación, sino en las que están consideradas como una de las más eficientes del mundo, y hacer allí una huertita ecológica. A cualquiera le sale un zapallito o una berenjena. Pero eso, seamos sinceros alguna vez, no da para sostener un país. Insisto, es como desarmar una coupé Mercedes Benz último modelo para armar un Rastrojero. No ayuda ni alcanza hasta con la complicidad del gobierno nacional y letra del papado, que es, en definitiva, un Estado extranjero. ¿Esas son las ideas como para estar a la altura de los tiempos?
Me parece magnífico que se quiera cambiar planes por trabajo productivo, pero se lo debe hacer en aquellas tierras fiscales que estén improductivas. ¿Acaso no nos sobra la tierra? Poblemos la Patagonia, pero no la que está destinada naturalmente al turismo, que es una de las más importante fuentes de divisas, de esas divisas que mencionaba Perón. No, vamos a explotar la Patagonia desértica. ¿No tenemos know how, el cómo hacerlo? Pues, se lo pidamos al INTA, a las Universidades y, si no alcanza, le digamos a los israelíes que vengan a enseñarnos a extraer agua de las piedras como ellos lo hicieron en pleno desierto. Esa sí es una epopeya. Una épica. Para eso se necesita un relato que anime. Como Moisés con los mismos israelíes. Miren si no tenía relato y épica.