Raúl Scalabrini Ortiz: ¡Creer, he allí todo el arte de la vida!

Con esta afirmación, comienza Raúl Scalabrini Ortiz su ensayo: “El hombre que está solo y espera”); una indagación sobre el porteño, sobre el hombre de Corrientes y Esmeralda, centro espiritual del país de los argentinos.

Fue escrito en 1931, al comenzar una época signada por el fraude, la corrupción y la entrega del patrimonio nacional. José Luis Torres la denominó: la Década infame. Ni tan década, ni tan infame comparada con otras, vividas por los argentinos (en el Siglo XX y XXI cambalache). En esta tierra sin nada, tierra de profetas (título de uno de sus libros), Scalabrini Ortiz comienza a desentrañar sus devociones para el hombre argentino. Las cuatro verdades sobre nuestras crisis las irá descubriendo a lo largo de su vida.

El estudio de la Política Británica en el Río de la Plata, del empréstito Baring Brothers (1824), del petróleo, de los ferrocarriles, del Banco Central, son sus investigaciones económicas. Sus bases y puntos de partida para la reconstrucción nacional. Su negativa a afiliarse a partidos políticos, su participación fundamental en FORJA, anticipa su independencia política y económica. Se niega reiteradamente a la política de partidos, a encabezar una batalla cultural de signo partidario (a la cual se negó, a pesar de ser Perón quien se la solicitó en 1956). Asumió de esta forma, la más alta magistratura moral de la República.

Auscultar el corazón de los humildes, el misterio de la tierra, en los rastros perdidos de la Patria, arriando sueños olvidados de los Libertadores, fue su disposición telúrica, afín a su tarea de agrimensor intelectual de nuestra Argentina. La Cruz del Sur orientó su vocación nacional. Su conducta intachable, su insobornable actitud negadora de lo exótico, del cosmopolitismo, de los imperialismos; su negativa a mirar nuestra realidad con anteojeras amarillas, rojas o negras, conmovió nuestra juventud al leer sus obras, allá por los años 70.

Gracias a sus investigaciones, comprendimos nuestra sumisión económica. Con su prédica, nos convirtió en nacionales (al decir de su compatriota Arturo Jauretche) en militantes culturales (no ideológicos), en argentinos (defensores de la libertad y la independencia)… Gracias a sus libros (“Política Británica en el Río de la Plata”, “Historia de los Ferrocarriles”, “Bases para la Reconstrucción Nacional”) pudimos comprender: el movimiento nacional. Al Yrigoyenismo radical, más allá de su nacionalismo pequeño burgués; al Peronismo justicialista trascendiendo su nacionalismo burgués.

Interpretó en ambos movimientos, que su populismo fue defensivo de los humildes. Amonesto que “embriagarse con las palabras libertad y democracia cuando no están henchidas de sentido popular, es como embriagarse en un vaso vacío”. Con los años, entendimos su arenga, y que las las borracheras ideológicas traen su resaca pendenciera… Es decir: la falta de democracia y república, de federalismo y justicia social, acarrean los golpes de estado, las dictaduras cívico militares, y estas asumen: libertaduras (1955), desargentinización (1966), y desorganización nacional (1976). Hambre y desocupación para los argentinos. La lección es clara, la minusvalía del Estado Nación, la segregación de las Fuerzas Armadas, promueve las mafias, la corrupción y la injusticia social.

La violencia jurídica conduce a la violencia política, social y económica. La ausencia de una dirigencia ejemplar, de gobiernos propios, que defiendan la dignidad arriba, y la felicidad abajo, es su resultado fatal. El gobierno de facto, faccioso porque quiero y puedo, y tengo la fuerza, la razón de estado desnuda de derecho, es la consecuencia del abandono del Imperio de la Ley, del Estado de Derecho, de la perdida de la legitimidad de origen y de ejercicio en la representación, y en el poder público.

Por aquellos tiempos Cesáreos–1955/58–(exiliado el Tirano prófugo, proscripto el peronismo), Scalabrini escribe: “no volver atrás en lo que se avanzó, completar lo que quedó inconcluso, y realizar lo que, no se intentó”. Esta afirmación está vigente, hoy más que nunca. El camino de retorno a los viejos políticos y a la vieja política pasa por Perón, expresaba Marcelo Sánchez Sorondo (Libertades Prestadas). Hoy, pasa por la superación del partidismo, y de los localismos. Hay que repensar las formas de la representación, y un federalismo regional.

Desde la muerte de Scalabrini Ortiz ¿En qué avanzó nuestro país? ¿Qué ha quedado inconcluso? ¿Qué no hemos intentado? Son las preguntas a contestarnos en estos tiempos turbulentos de la globalización financiera. De crecimiento desparejo, injusto, por ineficiencia gubernamental, por la corrupción pública, por no defender nuestros intereses comunes… sin desarrollo, sin integración, sin equidad, sin igualdad de oportunidades, sin justicia social, el país de los argentinos marcha a su posible desintegración territorial. Son tiempos de incertidumbres, faltos de ética, de trabajo y producción, de solidaridad.

Raúl Scalabrini Ortiz nos da la fórmula, para enfrentar estas situaciones: “(…) Atreverse a erigir en creencia los sentimientos arraigados en cada uno, por mucho que contraríen la rutina de creencias extintas, he allí todo el arte de la vida”.

¿Cuál es la creencia a erigir? ¿Cuáles son los sentimientos arraigados en cada uno de nosotros? ¿Cuáles las rutinas y las creencias extintas? Estas preguntas, calan hondo en nuestra situación actual, ante un ciclo regresivo: anarquista y libertario. Consecuencia del anarquismo progresista, del Socialismo Siglo XXI. En nuestra Patria originaria, en los tiempos fundacionales, nuestros libertadores afirmaron: “ser libres de toda dominación extranjera”. Nuestra tradición indo hispano criolla, abonaba esta creencia básica de nuestros padres fundadores. Es el mandato de futuro de generación a generación… es la originalidad de nuestras luchas por la libertad y la independencia. Esa es la devoción del hombre y la mujer argentina. Serás lo que debas ser, y sino no serás nada (San Martín).

Scalabrini Ortiz comprendió que la caída de Yrigoyen (1930), y de Perón (1955) era el comienzo de la destrucción del sistema institucional, de la estructura económica que lo sostenía. La defensa de la Constitución de 1949, del artículo 40 (la nacionalización de los recursos naturales y los servicios públicos), fue su cruzada jurídica, su predica nacional. Scalabrini Ortiz entre 1955 y 1958, como director de la revista Qué sucedió en 7 días, se convirtió en un soldado de la libertad y la independencia. En esta tierra sin nada, tierra de profetas se identificó con los hombres que está solos y esperan la resurrección del alma nacional.

Con austeridad, con abnegación, con sacrificio, sin cargos públicos, fue señalando el camino a las nuevas generaciones. Nos transmite una metodología de interpretación de la realidad, un racionalismo vital, una inteligencia emocional: “(…) Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente cómo somos. Bajo espejismos tentadores y frases que acarician nuestra vanidad para adormecernos, se oculta la penosa realidad americana. Ella es a veces dolorosa, pero es el único cimiento incorruptible en que pueden fundarse pensamientos sólidos y esperanzas capaces de resistir a las más enervantes tentaciones.”

Raúl Scalabrini Ortiz, nacido en Corrientes, el 14 de febrero de 1898, fallece en Buenos Aires, el 30 de mayo de 1959; nos deja un mensaje que cabalga entre la esperanza y la desesperanza, que cinchan parejas por prevalecer: “(…) Esta es la tierra sin nada, tierra, para nosotros huérfana de seducción visual y de intimidad concreta. Es la tierra de crearlo todo, hasta la tierra misma. Solamente el espíritu del hombre puede engalanarla y acercarla a su Dios, que está esperando… podemos reafirmar: que sigue esperando la concordia, la paz, el pan y la justicia.