Como parte del Simposio Internacional Aby Warburg 2019, que se lleva a cabo en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno hasta el 12 de abril, Roberto Casazza -egresado del Instituto Warburg y coordinador de Estudios e Investigaciones de la BNMM- nos cuenta más sobre la importancia de este pensador insoslayable de la historia las culturas y del arte

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Nació en Hamburgo, el 13 de junio de 1866, en el seno de una familia más que acomodada. Era el hermano mayor y a quien le correspondía hacerse cargo de la empresa familiar. Sin embargo, torció el destino a través de un acuerdo con su hermano Max: le dejaría dirigir los negocios por los que los Warburg habían prosperado, solo a cambio de una buena mensualidad para estudios, investigaciones y la compra de todos los libros que se le antojase. Max aceptó y así comenzó una de las colecciones y aportes más importantes de la historia cultural artística de occidente.

Sus estudios

Warburg estudió artes, filosofía, historia y religión, en distintas universidades alemanas, italianas y francesas. Viajó por el resto de Europa y, en América, conoció las culturas de varias tribus y comunidades nativas norteamericanas. Fue un especialista de la historia artística y cultural del Renacimiento y el manierismo italianos.

Logró un gran reconocimiento por la metodología con la que abordó sus investigaciones y por una tarea titánica que consolidó las bases de una nueva forma de estudiar la historia de las artes y las culturas. La denominó “el atlas Mnemosyne o atlante de la memoria”.

El atlas

Sobre una serie de amplios paneles o pizarrones, Warburg fue colocando una vastísima cantidad de imágenes, a través de las cuales se abría un mundo de diálogos y nexos no siempre vistos por estudiosos anteriores. Allí, uno de los estudios que hacía Warburg era poner en relación las imágenes clásicas o de la antigüedad con las del primer Renacimiento. A partir de ahí, los términos “montaje”, “supervivencia” y “anacronismo” cobrarán una significación mucho más importante y aguda, en las investigaciones y el pensamiento crítico e historiográfico de las artes de hoy.

Nachleben («pervivencia») y pathosformeln («fórmula del páthos«) son los dos conceptos que Warburg introdujo para señalar, entonces, aquellos gestos del pasado que aún viven en el presente de las imágenes; y las emociones o pasiones que pueden rastrearse mediante el montaje de las obras, con la intención de una aproximación al contexto cultural de la época en que fueron creadas.

La biblioteca Warburg

No es difìcil pensar en la biblioteca de babel que una vez ideó Jorge Luis Borges. Quizá por eso también, Alberto Manguel, el exdirector de la Biblioteca Nacional, eligió aquella biblioteca warburgiana para ilustrar uno de los capítulos de su libro, La biblioteca de noche. Es que, como dicen algunos estudiosos, la biblioteca de Warburg es “una especie de paisaje de círculos concéntricos, un laberinto orbital, una tela de araña organizada con criterios misteriosos, pues las estanterías reunían volúmenes sobre múltiples temas, como astrología, arte, filosofía, medicina o ciencia, que guardaban entre sí afinidades de lo más variopintas, motivos alegóricos, esotéricos, fórmulas matemáticas, etc.”.

Es cierto, su vida estuvo dedicada, sin dudas, a la formación de una de las bibliotecas más exquisitas del mundo. Y su estructura parece ser una gran representación de la personalidad del propio Warburg.

Últimos años

Un trastorno maníaco-depresivo hizo que Warburg, entre 1921 y 1924, se internara en un instituto psiquiátrico, para seguir el tratamiento aconsejado por Ludwig Binswanger: uno de los psiquiatras más influyentes de su tiempo y seguidor de Sigmund Freud. La recuperación no duró demasiado: cinco años después, el 26 de octubre de 1929, Warburg murió en su casa de Hamburgo por causa de un infarto. Sus discípulos trasladaron los 60.000 volúmenes de su biblioteca a Londres, salvándolos de la destrucción de los nazis que estaban por llegar al poder. Hoy, todo ese material sigue disponible y activo en el Instituto que lleva su nombre, el cual pertenece a la Universidad de Londres.

Roberto Casazza, egresado de ese prestigioso Instituto y coordinador de Estudios e Investigaciones de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, nos cuenta más sobre esta figura que marcó un hito en el estudio de las culturas y las artes.

-¿Cuál es la importancia de este primer Simposio Internacional sobre la figura de Warburg en la Argentina?

-Este es el primer Simposio Internacional que se hace en Sudamérica, sobre la obra de Aby Warburg. Hubo uno muy relevante en México, hace dos años. Pero la peculiaridad que tiene este Simposio es que es muy amplio y abierto en su convocatoria. Es que dentro de la tradición warburgiana hay, podemos decir, dos posturas: uno más tradicional concentrado en su obra y biblioteca, y otra que ha tomado a Warburg como herramienta para avanzar sobre el mundo del cine, temas vinculados a la memoria, etc. Es decir, no solo en relación con las artes visuales. En esta segunda línea, Brasil, por ejemplo, ha prendido con mucha fuerza. Tenemos en este Simposio muchos académicos de allí que hoy están presentando sus ponencias. Hay muchos trabajos interesantes, eclécticos y hasta disruptivos. Y la Argentina es también un país con una suerte de historia del warburgianismo: excelentes profesores en la universidades han enseñando a Warburg desde hace mucho tiempo, como Ángel Castelar, Arturo Marasso, Héctor Ciocchini; y en las últimas décadas, José Emilio Burucúa que ha dejado grandes discípulos. Para mí, entonces, es un mérito muy grande haber unido en este Simposio las dos tradiciones warburgianas.

-¿Cuáles fueron los grandes aportes de Warburg que marcaron un antes y un después en los estudios historiográficos artísticos y culturales?

-El gran plus que tiene Warburg como historiador del arte, y que pasa en la historia de la filosofìa todo el tiempo, es la fidelidad a sus problemas, a las problemáticas que abordó. Él estaba preocupado y concentrado en tres o cuatro problemas que lo desvelaban. Y esos problemas no eran menos ni tratados. Por ejemplo, la emergencia el arte clásico hacia el fin de la Edad Media, durante el primer Renacimiento. Esto se vuelve disruptivo para su tiempo, y no había antecedentes visibles para los artista que pudieran explicar, por ejemplo, la presencia de la ninfa en un relieve del siglo XIII o XIV. Entonces, lo que a Warburg le preocupaba lo llevó hacia otro nivel, con herramientas de la filosofía, la iconología, de una historia del arte fuertemente conceptual, como la alemana de la que él se nutrió en su tiempo. Warburg es un forjador de intuiciones y desarrolló una biblioteca que fue fiel a esas intuiciones. Su biblioteca plantea todas estas problemáticas y a la vez, da las herramientas para resolverlos. Su biblioteca y aportes lo vuelven, entonces, una figura insoslayable para este tipo de investigaciones.

-¿Qué es lo más interesante de esa biblioteca?

-Los italianos, que también tienen grandes bibliotecas, dicen que en Londres pueden hacer en quince días lo que en Italia tardan un año. Eso es por el modo en que está articulada la biblioteca que supo coleccionar Warburg. Y es que esta biblioteca está regida por una ley, llamada “la ley del buen vecino”: una persona va a buscar un libro en un estante y se encuentra con otros libros, muy cercanos temáticamente, que terminan convirtiéndose en ejemplares más precisos e importantes que el otro que se estaba buscando. Entonces, el axioma de la biblioteca de Warburg es que el libro que se está buscando es el que está al lado del que uno va a buscar. Por eso, además, cuando uno empieza a conocer esta biblioteca, ya no es preciso el catálogo, porque uno ya sabe dónde está qué y con qué se va a encontrar.

-Además de su biblioteca, otra de las cuestiones que forjaron a Warburg fue la construcción de los paneles de imágenes. ¿Cómo fue ese proceso?

-En sus últimos años, Warburg comenzó a radicalizar aquellas intuiciones que tenía. Llegó a a pensar que era posible hacer un atlas de la memoria puramente visual. De hecho su biblioteca está atravesada por la relación entre texto e imagen. Entonces, diseñó estos paneles con algunos de sus discípulos, buena parte de ellos durante una estadía en Roma, en 1929. Allí, lo que hacían era yuxtaponer imágenes que veía vinculados. Ahora, cuando una se acerca a esas imágenes, los vínculos no son tan claros ni tampoco tan amables. Hay que hacer todo un esfuerzo, pero al hacer ese estudio se alcaza a ver algo que no se veía, si no se hacía ese recorrido. Y ese es su método: establecer relaciones y diálogos a partir de la yuxtaposición de elementos, imágenes, etc.

-Entonces, cuando buscamos imágenes en Google o Pinterest, ¿los resultados de esas búsquedas no están formateados según el método warburiano?

-Exacto, y por eso a lo largo de este Simposio tenemos muchas ponencias que están hablando sobre ello. Los buscadores vinculan imágenes unas con otras, y además lo hacen conceptualmente. Por eso, y muchas veces sin esperarlo, en internet también obtenemos los resultados warburianos, cuando uno pone una palabra para buscar determinada imagen, y busca también semejantes. Sí, tranquilamente, podría ser un método de trabajo warburgiano.