Luego del recital del 2012, cuando vino a presentar “Algún Rayo”, y tras haber marcado a fuego al público en aquel recital del 2007 con un frio tremendo en la cancha de Gimnasia, la Renga volvió a repetir su proceder ofreciendo un gran show, el viernes 9 de octubre, en el estadio Delmi. Por A.M.F.P  

Ir a un recital de La Renga siempre es una buena decisión. Vamos a ver un gran show, a escuchar clásicos y por sobre todas las cosas emocionarnos; porque conocemos que sus canciones estimularán al eterno niño rockero que llevamos adentro y porque vamos a encontrar flashes con la ciudad, la libertad y la ruta. Tal es así que, aunque hayas escuchado mil veces los temas, redescubrís viejas sensaciones trascendentales.

Antes de llegar al estadio, se nota el fenómeno que produce: pibes haciendo una previa con birra o fernet en las esquinas, viejas canciones de los 90, varios puestos de venta de remeras y comidas, grupos eufóricos de fans, algún fasito prendido y la policía molestando a uno que otro, son el marco de la calle Ibazeta.

Sí buscamos coincidencias en los recitales por estas tierras, el clima frio, al parecer es parte de la estética. De igual manera que durante aquella vez en la cancha de Gimnasia, la baja temperatura se sintió fuertemente en esta oportunidad, aunque  ni por asomo llegó a hacerte tiritar como aquel frio invierno del 2007; sin embargo, a los miles de pibes les importó tres pirulines – que dicho sea de paso se siguen ofreciendo a la venta- la sensación térmica. Toda la avenida, donde habitualmente se hace el corso, estuvo copada por jóvenes con remeras de Motorhead, Hermética, AC DC, Los Piojos, Las Pelotas. Un público en su mayoría juvenil, que no se cansó de cantar “el que no salta es un militar” y que emocionó por su ida y vuelta con la banda, es la principal característica que excede a lo musical.

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Adentro, el escenario estaba al medio y tenía de fondo un gran reloj antiguo que movía las agujas al revés y dos pantallas al costado. El campo estaba lleno y las plateas un 70%; había más de 4000 personas y la temperatura naturalmente era otra. Ya ni se sentía el fresco de afuera. Precedidos por la proyección de imágenes con el arte de Pesados Vestigios, pasadas las 22 hs, comenzó el show: Corazón Fugitivo seguido por Tripa y Corazón y Nomades sonaron al principio. En la primera mitad lo que más levantó fue: el Twist del pibe, lo Frágil de la locura, Día de sol y la Nave del Olvido, cuya primera estrofa canto el público. Un momento emotivo fue cuando proyectaron imágenes inéditas de Víctor  Poleri, actor de varios videos de la banda, en el tema Pole, canción editada en la última placa.

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A esto, La Renga no había dejado de tocar; recién a las 23:30, hicieron una pausa de unos minutos y volvieron con la misma contundencia que en el primer tramo.  Para el final llegaron: Panic show, Arte infernal, Oportunidad oportuna, La razón que te demora, Psilocibe Mexicana, el Viento que todo lo empuja, El final es donde parti altamente ovacionado, y como habitualmente ocurre cerraron con Hablando de la libertad, tema donde el público enloqueció. Fue un potente repertorio donde combinaron clásicos con todos los temas nuevos, logrando un concierto entretenido, durante más de dos horas y media, que vale decir, dieron la sensación de pasar rapidísimas.

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Sí un show, básicamente, está bueno por el sonido y la performance de los músicos, el último recital de La Renga, sin duda, fue una gran show. En cuanto a lo primero, fue la vez que mejor sonó de los 2 recitales anteriores: sin acoples ni desprolijidades notables, tal como debe sonar una banda de su talla. Lo que llegaba a los oídos era un sonido hard rock ruidoso, potente y, aunque no suene creíble para el delmi, claro.

En relación a lo segundo, no es nuevo decir que la guitarra de Chizzo, el bajo de Tete y la batería del Tanque conforman una máquina perfectamente aceitada. Tampoco, señalar que los huevos de Tete, moviéndose por todo el escenario, sacudiendo la cabeza, y agitando al público son los ingredientes de un tremendo set, que tiene como base la bata del Tanque y la solvencia de Chizzo, que pese a no hablar mucho (la única  frase que soltó fue al comenzar: “buenas noches, es una alegría visitar a la gente del norte con la excusa de presentar el nuevo disco”) compensa con sus solos de guitarra, donde se eleva deslumbrantemente.

Más allá de lo que puede escribir un cronista sobre su gusto particular al respecto de tal o cual canción ¿Qué más se puede decir? Que la formula consagrada en los 90 signada por la simpleza, con Pesados Vestigios incorpora matices como el countrys que muestran una clara evolución reafirmando su vigencia en el rock argento; que los riffs de Chizzo suenan con una criteriosa y efectiva distorsión que se mezcla con una estruendosa bata que te vuela la peluca; que el mérito de seguir tocando tras más de dos décadas los convierte en una banda esencial solo comparable con el Indio Solari, y que  reprocharles algo a esta altura del partido sería ingrato: te siguen rompiendo la cabeza.