Eso que el padre Felipe llamaba “juegos” eran otra cosa. No es casualidad que el mismo sacerdote se opusiera a la ESI de manera violenta. 

“En 2011 y 2012 tuve Educación Sexual Integral en el Colegio María Auxiliadora y ahí empecé a descubrir que esto no estaba bien”.
Con esta declaración de Jonathan arranca una nota publicada por Cosecha Roja. Jonathan denunció al cura Nicolás Parma por abuso. Antes de hacerlo, le contó la situación a Agustín Rosa, otro cura acusado de abuso sexual en Salta (algo que Jonathan no podía sospechar en ese momento).
La periodista Sara Delgado cuenta sus historias. La nota comienza recordando que hace dos años Jonathan denunció a Nicolás Parma – alias “Padre Felipe”- en la Doctrina de la Fé, es decir, con un testimonio ante la Iglesia Católica. Se cree que fue uno de los primeros en ser atacados por el cura cuando convivían en una casona donde bajo su tutela los menores hacían el postulado en Puerto Santa Cruz, una localidad costera de la provincia sureña, con no más de cinco mil habitantes.
A Parma recién lo detuvieron el 6 de octubre de este año. Una semana después Jonathan atiende el teléfono. Por mensajes dice estar muy enojado pero del otro lado de la línea aparece una voz dulce que maldice con un: “¡que se vayan los curas a freír churros!”.
Jonathan nació en un barrio obrero del conurbano. Su mamá es católica devota y colaboraba con las actividades parroquiales. En 2007 dos discípulos del Instituto San Juan Bautista llegaron para fundar una sede en un departamentito donde arrancaron con labores pastorales para niñxs y adolescentes. Jonathan nunca había tenido una fiesta del Día del Niño y ahí la tuvo, nunca había tocado una guitarra y ahí le prestaron una. Así nació su idea de servir a la Iglesia y por eso a los 14 años lo mandaron a Puerto Santa Cruz para que hiciera el postulado.
Una mañana se despertó con el estómago duro, no quiso comer y tenía miedo. La noche anterior había dejado todo listo para la misa y Parma lo había invitado a dormir a su habitación.
“Yo estaba preparando la cama de al lado para poder acostarme y él toca mi cola, me invita a sentarme a su lado. Gira y me apoya su miembro en la espalda por debajo de la frazada, así lo hizo durante unos 20 minutos. Como no accedía a acostarme en la misma cama me dejó de molestar y pude irme a mi pieza”, contó el joven .
La vida en Puerto Santa Cruz era espantosamente solitaria. Rara vez aparecía gente por la casa y durante mucho tiempo no hubo otros jóvenes con ellos, hasta que la congregación reclutó a cuatro adolescentes más.
Los postulantes debían ir al colegio y rezar, pero el resto del tiempo lo dedicaban a tareas domésticas. Barrían los cuartos, charlaban sobre cómo poner la mesa o plumerear los santitos y sobre el gusto de la sopa con fideos.
Según denunció Jonathan, después del primer abuso, Parma fue cada vez más violento. Ya directamente lo llevaba a rastras a su habitación y le abría aplicaciones en su Ipod para entretenerlo mientras lo obligaba a eyacular en su mano. Otras veces hacía que lo masturbe a él, aunque con el correr del tiempo hubo actos que involucraron a varios chicos a la vez, a los que el cura sometía amenazándolos con echarlos de la congregación y decirles que iban a ser eternamente infelices y nunca nadie los iba a querer.
Cada abuso, desde el primero al último, terminó de la misma manera: después de saciarse, Parma echaba a patadas a Jonathan culpándolo de todo y se encerraba largas horas en su habitación.
“Me hacía salir de la pieza diciéndome que yo provocaba que él sea así, me decía que por culpa mía él hacía lo que hacía, que por culpa mía nosotros pecábamos, que intente alejarme de él porque lo lastimaba. Y siempre me echo la culpa de todo lo que yo no entendía”, dijo y añadió: “Teníamos prohibido hablar con los demás de cómo nos sentíamos. Hasta si nos dolía una muela nos teníamos que quedar callados porque si no te humillaba delante de todos, y a esa edad no querés pasar esos quemazos”.
Por eso a los chicos que sufrían los abusos se unió el deseo de quitarse la vida. Tanto Jonathan como Yair Gyurkovitz, el pibe que en 2016 llevó los abusos de la congregación a la justicia y habilitó el proceso penal, le dijeron a Cosecha Roja que fantaseaban con suicidarse mientras estaban en Puerto Santa Cruz, sólo que no se les ocurrió cómo.
-¿Entendías que abusaba de vos?
-No, porque era un juego. Una clase de educación sexual integral fue lo que me salvó, porque en el tiempo que estuve ahí no se hablaba y la sociedad no estaba tan concientizada de lo que pasaba. En 2011 y 2012 tuve ESI en el Colegio María Auxiliadora y ahí empecé a descubrir que esto no estaba bien. Me acuerdo que Parma se opuso totalmente a la educación sexual, nos decía que era dañino, pero era porque ahí se le acababa el juego. Hoy yo digo que la ESI es fundamental porque te descubrís primero vos mismo, cosas de tu cuerpo que a esa edad no las sabés, y porque te enseñan que si te tocan nunca es para jugar.
Valeria Zarza, ex monja que también denunció abuso sexual pero contra el fundador de la congregación, dijo: “en la comunidad estaban terminantemente en contra de la educación sexual. Había muchos temas que no podíamos hablar con libertad y si teníamos que ir al ginecólogo en el caso de las mujeres, nos obligaban a ir con alguien para que entrara con nosotros al consultorio así después el superior le preguntaba de qué se habló y qué preguntas habíamos hecho al médico”.
La periodista escribe: “A doce años de la implementación de la Ley de Educación sexual Integral en Argentina, todavía es resistida por sectores religiosos, con críticas que tomaron impulso en pleno debate por el derecho de las mujeres a decidir sobre el propio cuerpo. Tanto la evangélica como la católica quieren restringir la participación del estado en el derecho a la ESI”.