POR ELIO DANIEL RODRÍGUEZ

La situación a nivel social ha empeorado sensiblemente desde que asumió en sus funciones el nuevo presidente argentino Javier Milei. Redundo: no es que antes estuviésemos bien; pero ahora todo está notoriamente más dificil. En los comercios las ventas se redujeron, los ingresos de una gran parte de la población del país alcanzan para cada vez menos e incluso cuesta mucho simplemente comer, el precio de los alimentos más básicos –el arroz es un claro ejemplo– es muy difícil de alcanzar para demasiadas familias, y la delincuencia, como era de esperar con la presente agudización de la crisis, parece haber aumentado…

No obstante, desde el gobierno siempre se halla una justificación, un supuesto “traidor” culpable de los problemas o, directamente, se plantea que, no ahora sino solo en un futuro incierto, siguiendo este camino de lágrimas, se hallará el Edén soñado.

Es evidente que el relato es distinto, es otro relato, pero es relato al fin.

Se indica que, si no se hacían las cosas que está haciendo el gobierno, la inflación de diciembre no iba a ser del 25,5 % sino de mucho más. Y que, con una superior al 20 % en enero, deberíamos recordar, según Milei, dónde estábamos ¿…? Le diría: “Presidente, antes que usted asuma la inflación de noviembre fue del 12,8 %, es decir, bastante menor que la que usted nos dice que justificaría llevar al ministro de Economía a “pasear en andas” celebrando el acontecimiento”.

El 15 de diciembre, el vocerío presidencial afirmaba que el “1% de inflación diaria nos deja inmersos en una hiperinflación, la que estamos tratando de evitar”. Es decir, no se entiende bien cómo se puede estar inmerso en algo y al mismo tiempo estar tratando de evitarlo. O Adorni no conoce el significado de la palabra “inmerso” o el relato que construyen le tendió una trampa a su subconsciente.

Es sencillo: están aniquilando los ingresos de los argentinos de una manera brutal y acelerada, y lo presentan como una victoria ante la adversidad. Con una devaluación fenomenal y una salvaje liberación de precios, el principal autor de semejante pérdida de poder adquisitivo de la gente es el propio gobierno. El anterior hizo demasiadas cosas mal, y nos llevó a una situación dramática que justamente le costó las elecciones y puso a los argentinos entre la espada y la pared. O se votaba lo muy malo conocido o a una candidata que ni siquiera sabía armar demasiado bien una oración con sujeto y predicado o a un ex panelista de TV que bramaba contra “la casta” con una motosierra en la mano. Daba la sensación de que no estábamos eligiendo un presidente sino alguna herramienta oxidada para suicidarnos. Ya sabemos: ganó Milei. Y así nos va.

En los países donde los dirigentes políticos actúan con relativa normalidad, los presidentes no aprietan a los gobernadores, ni amenazan con más ajuste a un pueblo en el que la pobreza, según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, llegó al 57,4 % (había sido de 44,7 % en el tercer trimestre de 2023). Ni echa funcionarios por venganza. Ni llama “mugre” a la oposición. Ni dice de una persona que es el “representante del maligno” y seguidamente “el argentino más importante de la historia”. Ni difunde listas de los que, según considera el gobierno, “votaron en contra del pueblo”, olvidándose que puede estar equivocado, que la democracia supone diálogo y deliberación, que hay separación de poderes, que también los legisladores fueron elegidos por la gente y que él es nada menos que el presidente.

Los precios son del primer mundo, pero la mayor parte de los salarios son del cuarto, y se quedaron en el recuerdo de lo que moderadamente servía para sobrevivir. Un simple yogur cuesta más caro en Argentina que en Suiza, medido en dólares, y una modesta lechuga se puede conseguir en una verdulería a 700 pesos, o a 1000 si es repollada. No hay bolsillo que aguante. Eso que el ahora presidente denominaba “la casta”, terminaron siendo los jubilados, los docentes y los pobres que asisten a los comedores comunitarios. En realidad, todos los argentinos que luchan día a día por no hundirse en la desesperación. Si la clase media argentina venía golpeada, con Milei está a las puertas de la extinción.

La libertad pregonada por el presidente anarco capitalista se reduce a un “viva la Pepa” donde los poderosos imponen sus reglas y a la mayoría no le queda otra alternativa que aceptar y ver cómo se acomoda, aunque prácticamente no hay dónde acomodarse. La libertad, para Milei, es hacer con el poder económico o político que se tiene lo que se quiera. Y el que no tiene poder solo sufre las consecuencias. El concepto de libertad que tiene el libertario es muy distinto al que seguramente imagina una enorme masa de la gente que lo votó, y que todavía no parece haberse dado cuenta del detalle. Porque la libertad, para Milei, tiene que ver básicamente con la idea de que cualquiera pueda hacer con su dinero lo que se le antoje, cuando tenga la suerte de poseerlo. Se trata de un criterio puramente economicista y, por lo tanto, en boca del actual presidente, la hermosa palabra “libertad” es un concepto que se derrite, se licúa, pierde sustancia e importancia.

Donde cunde la miseria, la libertad que se pregona desde el poder es sobre todo la de morirse de hambre o la de ajustarse los cordones y caminar porque a un ómnibus lo convirtieron en un lujo o la de llorar hasta que ya no queden lágrimas cuando la impotencia abraza al desdichado que perdió su trabajo o que ya no vende nada en su negocio e igualmente tiene que pagar el alquiler, el salario de sus empleados e impuestos y tasas absolutamente desproporcionadas para sus ingresos.

Y mientras la gente elige entre comer o subirse a un colectivo, Milei disfruta viéndose como Terminator y la vicepresidente se asume como una “Mujer Maravilla” del subdesarrollo. El espectáculo es penoso, insólito, insultante. Pero no es todo. Al mismo tiempo que el presidente lloraba en el Muro de los Lamentos y después bailaba, preso de inexplicable euforia, en el país la angustia de muchos crecía porque los comedores no reciben alimento desde que asumió el nuevo gobierno.

Y hay compatriotas que aplauden y legisladores que se mueren de ganas por aprobar las leyes que manda el gobierno, olvidándose que su desvergüenza y el apoyo que dan, es el remedio que no puede comprar un jubilado o el alimento que le falta a un niño. Dan bronca y tristeza por su indignidad y su falta de respeto para con el pueblo que los eligió.

Otros, directamente, buscan aliarse, no solo en el intento de ignorar que perdieron, que la gente no los votó, que no los quiere en el gobierno, sino también, además, sin tener en cuenta el costo que le hace pagar a los argentinos este gobierno insensible, ciego y sordo al sufrimiento. Eso no les importa. Aman la motosierra, el shock y repiten eslóganes vacíos y estúpidos. Porque “cambio” no implica nada positivo o negativo de antemano, y puede ser tanto una cosa como la otra dependiendo de lo que haya que cambiarse, para qué, cómo y a qué costo.
Hoy, al recorrer las calles de Salta, vi un joven que caminaba con el torso desnudo y con los pies hundidos en el agua nauseabunda de un canal de la ciudad. Me sorprendió el verlo ahí. Pensé que se iba a enfermar. En cierto momento se agachó y recogió algo con las manos desnudas. Me pregunté qué sería. Era una escena que no había visto antes.

Hay cosas que parecen de una pesadilla…