En el marco de las Jornadas de Audio y Acústica en Salta (JAAS), durante la semana del 8 al 11 de Octubre se realizaron conciertos de música contemporánea en la Biblioteca Provincial. El proyecto JAAS convoca a un público amplio en una agenda programada con talleres y conferencias acerca del estudio de sonido, la acústica de salas, nuevas tecnologías en su uso aplicado al sonido, música para cine, entre algunas de las actividades.  (May Rivainera)

Música nueva, actual o simplemente música viva. Después de Beethoven el oído se ha acostumbrado a algo que podría decirse desarrollo del tema musical, simplificando: desarrollo de la frase musical, incluso.

Ese clasicismo hoy es la canción radial con introducción, estribillo, bis; de inspiración poética tal vez, si se atiende al hecho que la música instrumental es aún hasta éstos días utilizada más como de ambiente. Por lo general, el recurso típico está en la melodía que queda para tararear cuando la canción termina o bien, la repetición de un secuencia sonora.

Cierto que en las canciones con letras, si bien existe el contenido de éstas como vehiculizando significados, también está puesta la voz allí como instrumento. Podría pasar que la letra sea tomada como parte del sonido, que de hecho así es. Pareciera la mente tender a seleccionar, entre el sonido y el sentido de la letra de canción, por costumbre: la letra. En realidad, estamos más familiarizados a procesar información en forma de contenido con sentidos antes que como experiencia sensorial. La nota diferencial de la música contemporánea es quizá, en los conciertos en cuestión, prescindir de palabras en favor del sonido.

Para entender la música bastaría con escucharla, mas tratándose esto de un texto, sería interesante decir algo sin incurrir en el vicio de interpretar las piezas musicales poniéndolas en relación con cotidianidades. En principio, porque no hay una pizca de cotidiano en esta música, excepto que se sea un/una/une músico/a/e de aquella.

Vale decir que es una experiencia que merece el formato “en vivo», pues  irrumpirá de diferente manera si se escucha en una grabación que en persona. El sonido se escucha por el oído, hasta ahí nada nuevo. Qué pasa cuando se siente lo que sería la vibración sonora haciendo eco en la materia. Como se siente el agua moverse sobre la piel pero sin el agua y sí por la onda propagándose de las cuerdas de un violonchelo.

El Violonchelo en la música contemporánea debe ser lo más parecido al futuro. Es difícil imaginar cuántas formas de sonido haya en el mundo, más allá de las que se supone hay en el ruido, hasta que se escucha uno de éstos.

Sucede que las piezas musicales también se escriban, aunque con una notación particular, conocida como partitura. Émilie Girard-Charest tocó durante la noche del Martes, obras de compositores amigos (suyos), de diferentes países; cómo si no, leyendo partituras. Aunque mentalmente exista la necesidad de entender, éstos eventos no se explican con lenguaje. Con algo de suerte y distracción, eventualmente se consiga  abrir una ventana temporal en el pensamiento por donde desfilen uno tras otro los sonidos que la obra va presentando.

Con lo que una se encuentra es con música en el sentido más radical del término, en el sentido que (os aseguro) no hay posibilidad alguna para la naturaleza de replicarla. Más vale dudar que la naturaleza desee ponerse a copiar lo humano, sirva lo dicho para no dejar abierta la posibilidad de que ésta música esté inspirada en reproducir sonidos ya habidos. Se sale de allí con un extrañamiento del gusto, no digo que me guste la música contemporánea, ni que me disguste, pasa que aquí el sonido complace sólo con su existencia. Una nota disonante tras otra, con intervalos impredecibles y casi pura variación. La variación en las notas musicales no es una innovación desde que existe el Jazz, pero el Jazz es todavía una composición que recuerda la melodía como esa variación de agudos y graves, de compases y silencio.

Esto es otra cosa, es técnicamente posible porque está escrito y varias personas podrían ejecutar la misma pieza. No obstante, para empezar por algún lugar, la melodía no es esa vibración pulcra de la cuerda hasta que se apaga el eco; es más bien la aspereza de las cuerdas de la vara lo que se explota, a la par de un manejo limpio y preciso del tiempo.

Quizá se trata de la exacerbación de la existencia del sonido. Por ejemplo, una obra puede durar diez minutos de ejecución de notas sin intervalos de tiempo vacío (que todavía no es silencio). Entonces resultaría que el acto consiste en escuchar una sucesión discontinua pero constante, de diferencias. Cual si se viera estrellas pasar una tras otra, cada una de ellas irrepetible. Una bonita reverencia al tiempo infinito de un viaje hasta los limites del universo (si los hubiera).

Intermitencias de vacío que todavía, propiamente hablando, no son aún el silencio (en tanto para esta gente también los silencios se escriben). En sí, probablemente el silencio del tono sea ese efecto vibracional de las cuerdas logrado con la vara frotando en círculos las cuerdas del Violonchelo, acaso ejecutando la existencia de todos los tonos y semitonos, en la escala de sonidos… Parecido a mezclar en pintura los colores del espectro de luz y obtener negro, excepto que aquí ningún sonido se mezcla o superpone a otro y el negro se realiza como silencio. Más que por ausencia de sonidos claros, por imposibilidad de discernir la distancia entre los mismos; como por saturación o algo así.

La duración de una nota es de lo más llamativo, a veces son brevísimos sonidos sucediéndose y… ¿Porque el oído del publico no logre captar aunque sea en número esa variedad, alcanza para negar que Émilie Girard-Charest cambiaba de posición la mano para tocar diferentes cuerdas? No. Hela entonces la música, una burla al culto de la comunicación y el espectáculo. Quizá la música estaba en la arquitectura de la obra que quien tocaba leía. A la audiencia nos tocaba el sonido.

Por qué no, la música fuera el sonido y el pensamiento técnico de la partitura, una forma de predecir el tiempo. De ejercer el sentido auditivo más que con memoria, con el simple recuerdo de un tono en ausencia del mismo.

Si hay algo que incomoda de la música contemporánea es esa continuidad extendida que sería difícil memorizar para salir de la sala con una melodía, a la vez que difícil de reconocer en su repetición; por cuán pocas hay de éstas últimas y, de haberlas, parecen más vivencia directa del tiempo que captación sensible de un estímulo en uno de los cinco sentidos (el oído en este caso).

El día Miércoles, Émilie Girard-Charest tocó junto a Violeta García una pieza de la primero nombrada, intitulada S’offrir (ofrenda). Consistía en presentar el sonido de cada una de las cuerdas del chelo, primero en su tono afinado y luego la misma cuerda durante el tiempo que le tomaba a Violeta García ajustar y desajustar los afinadores del instrumento; así con cada cuerda, mientras en el paso de una a otra se escuchaba la miel conocida de unos esbozos de melodía. Era como si el chelo explicase cuántas posibilidades de eco habían en sus oscilaciones de cuerda, miles más que las que reconoce la notación, seguro.

Luego ambas improvisaron en dúo de violonchelo y había que ver, cómo era difícil distinguir dónde empezaba la biología y dónde la madera de los instrumentos; ellas, una gustaba más del silencio, la otra de interrumpir el vacío con duración.