POR ALEJANDRO SARAVIA


La hechura de la República Argentina no fue cosa que se obtuviera de un día para el otro. Podríamos decir que desde 1810 hasta 1983 fue un proceso arduo en el que corrió sangre, mucha sangre, de compatriotas. Nuestra historia fue sangrienta de verdad. Uno de los grandes hitos en ese transcurrir histórico fue la sanción de la Constitución Nacional en 1853, completada en 1860 con la incorporación de la provincia de Buenos Aires que se había secesionado de la Confederación un 11 de septiembre de 1852. Precisamente, la Plaza 11 de Buenos Aires, la actual CABA, lleva su denominación en homenaje a dicho levantamiento en contra de la Confederación Argentina. Ese levantamiento significó una reacción de la provincia de Buenos Aires contra las condiciones políticas impuestas por el predominio de Justo José de Urquiza después de triunfar en la batalla de Caseros sobre Juan Manuel de Rosas, un 3 de febrero de 1852.

La batalla de Caseros había abierto la etapa denominada de la “Organización Nacional”, etapa en la que todas las facciones políticas estaban de acuerdo en la sanción de una Constitución para todo el país. No obstante, las clases dirigentes de Buenos Aires pretendían, en oposición al resto, imponer condiciones políticas a las provincias argentinas de manera tal que se mantuviera la tradicional preeminencia política y económica de esa provincia, poseedora del puerto y por ende de la aduana, única vía de sustentación que tenían segura por entonces los “catorce ranchos”, es decir, las catorce provincias que por entonces constituían la Confederación. El resultado fue la separación —que duró diez años— entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires. Ambos Estados pregonaban pertenecer a una sola nación, pero en la práctica se comportaban como entidades separadas. Esa separación perduró hasta la batalla de Pavón en la que Urquiza se retiró, prácticamente sin luchar, dejándola triunfante a la Buenos Aires de Bartolomé Mitre por sobre la Confederación. Ese renuncio de Urquiza habría de costarle la vida un 11 de abril de 1870 cuando fuera muerto por una partida al mando de un lugarteniente de Ricardo López Jordán, de nombre Simón Luengo.

El hito subsiguiente fue la capitalización de la ciudad de Buenos Aires, es decir, su erección como capital federal desprendiéndola así de la provincia al pasar a ser territorio federal, propiedad de toda la Nación, en 1880, cuando Roca derrota, una vez más, a Mitre. Los porteños y los provincianos de entonces la tomaron como una revancha de las provincias vencidas en Pavón.

Constituida la Nación Argentina con la Constitución de 1853/1860, en el Preámbulo de dicho documento se alude a este proceso doloroso y se menciona a sus antecedentes indispensables, llamándolos los Pactos Preexistentes. Entre esos pactos el más importante fue el denominado Pacto Federal del 4 de enero de 1831, entre las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes. La provincia de Salta adhirió al mismo el 4 de julio de 1832. Ese Pacto Federal, que es como dijimos el antecedente más importante dentro de los preexistentes de nuestra Constitución Nacional histórica, tenía los siguientes puntos que habrían de servir como base a nuestra organización como país federal:

4 Se obligaban a resistir cualquier invasión extranjera al territorio de alguna de las provincias contratantes, o de cualquiera de las otras que componían el Estado argentino.

4 Constituían una alianza ofensiva y defensiva contra toda agresión por parte de las demás provincias de la república, que amenazara la integridad e independencia de sus territorios.
4 No podían celebrar tratados particulares sin previa aceptación de las demás provincias, pero no lo negarían, siempre que no perjudicara al interés general.

4 Prometían no dar asilo a ningún criminal que huyera de las otras dos por delito cualquiera que sea, y ponerlo a disposición del gobierno respectivo que lo reclame como tal.

4 Permitían la libre entrada y salida de las personas o frutos de una provincia a otra por vía fluvial o terrestre sin que se aplicasen impuestos de ninguna índole.

4 En cada provincia todos los ciudadanos de las demás poseían los mismos privilegios, salvo desempeñar la gobernación, en cuyo caso deberían ser nacidos en la provincia en la cual ejerciesen como gobernador.
4 Las demás provincias podrían asociarse a la liga de las provincias del litoral bajo las mismas condiciones que las primeras y con previa aceptación de estas.

4 En caso de ser atacada una de las firmantes, sería socorrida por las otras cuyas fuerzas estarían bajo el mando del gobierno local.

Cuando en la Semana Santa de 1987 los carapintadas de Aldo Rico se sublevaron en Campo de Mayo en contra del gobierno democrático del presidente Raúl Alfonsín, el entonces gobernador de la provincia de Salta, Roberto Romero, puso de manifiesto que “…para el supuesto caso de que la Constitución Nacional no resultara observada fielmente en todas sus partes con motivo de los hechos que son de conocimiento público, denunciaría el Pacto Federal y la provincia de Salta reasumiría su soberanía…”. Y precisó que si Alfonsín era destituido “volveremos como en 1852 a ser estados libres, y no estados compartidos con unas dictaduras que se manejan en el viejo puerto que ya nos tiene agotados”.

A todos estos episodios históricos que le sirven de contexto, nos remitió lo sucedido días pasados entre la provincia de Chubut, gobernada por Ignacio Torres, y el gobierno nacional encabezado por Javier Milei el que, abrupta e inconsultamente, de modo unilateral decidió ejecutar sobre la coparticipación que correspondía a esa provincia una supuesta deuda de Chubut con la Nación que había asumido el espantoso gobierno anterior de Mariano Arcioni.

Lo del gobierno nacional fue una conducta improcedente por irrespetuosa e impertinente pues, aún teniendo derecho, los modos de ejercerlo se condicen con las groserías a las que desgraciadamente ya nos tiene acostumbrados el presidente Milei el que, de este modo descomedido, nos remite a la vieja disputa entre porteños y provincianos que vertebró nuestra sangrienta historia. En efecto, los últimos gobiernos nacionales fueron provenientes de la ciudad de Buenos Aires, territorio identificado como “porteño”. Lo fue el de Macri, el de Fernández y lo es el de Milei, caracterizados todos por una singular incomprensión del interior nacional que es el productivo, el laborioso, el de “la pasión argentina” al que refería en su obra Eduardo Mallea.
Es de esperar que, de una vez por todas, los porteños en general y el presidente Javier Milei en particular, respeten nuestra historia, nuestras instituciones, que tanta sangre nos costó, y sepa hacer realidad de una vez por todas el mandato constitucional de un federalismo de concertación.