Reseña a “Antes de que te vayas de casa” (Editorial Nudista, 2022), de Pablo Natale. El autor santafesino vuelve a publicar una obra experimental, difícil de etiquetar, donde el estallido de las relaciones personales es el punto principal.

 

Hay libros que son, ciertamente, inclasificables. Difíciles de definir dentro de las etiquetas generales que propone el mercado o los géneros literarios convencionales. “Antes de que te vayas de casa”, el último libro de Pablo Natale (Editorial Nudista, 2022), ganó el tercer premio en categoría novela del concurso de letras del Fondo Nacional de las Artes (2019), pero en sus datos de catalogación figura como un libro de relatos. Y es que puede ser visto como una obra experimental, cuyo montaje se basa en la interconexión de 43 textos breves que tienden a un único caos: la separación y el encuentro con la posibilidad de la distancia (incluso jugando con la tentativa de un futuro distópico), siendo dentro del texto uno de sus núcleos principales, el darse cuenta de que se está escribiendo (o construyendo) un libro único, que recoja todos esos pedazos. O también puede ser leído como una novela que consta de 43 capítulos cortitos, sin más que analizar. Los libros que cuesta encasillar en algún género preciso son aquellos que permiten, también, estas diversas posibilidades de lectura.

El autor de “Los Centeno” (otra novela más o menos experimental en la cual todos los personajes comparten el mismo apellido, y andan por una ciudad sin saber que sus historias se entrecruzan para dar forma a un único paisaje dramático), “Un oso polar” y “Amarillo sobre amarillo”, dos libros de relatos medianamente más ortodoxos o entendibles como relatos, esta vez utiliza una serie de recursos que van más allá de la consigna de taller literario: en “Antes de que te vayas de casa” leemos cómo el narrador toma ejemplos de una vida que parece estar destinada a la extinción, una vida que ya no parece ser la suya, y a través de esas 43 pequeñas escenas (o partes) (o capítulos) (o tomas, ya que su narración es íntimamente visual) configura una historia personal a la vez que anónima. Los personajes de Pablo Natale dialogan sin énfasis, con la mayor de las naturalidades a pesar de que estén al borde de la ruptura más terrible.

El cuestionamiento sobre el futuro, la vida adulta imaginada versus la vida adulta que nos toca vivir, la competencia existencial con las expectativas de un mundo en destrucción, y la constante sensación de incertidumbre ante la vida misma, son algunos de los tópicos que tocan estas escenas. “¿Es acá donde quería llegar?”, se preguntan los personajes de este libro. “Porque no es la vida que imaginaba, no está ni cerca”.

“No queda nada salvo lo destrozado”. Hay una contemplación del desastre propio desde una perspectiva sin sobresaltos pasionales: los personajes de Natale se resignan ante lo terrorífico de ver cómo han construido sus casas sobre la arena, y no queda otra que ser testigos del derrumbe. En momentos de silencio incómodo, una pareja profetiza su separación letárgica, primero duermen en cuartos separados, después viven separados mientras siguen juntos, después ya no siguen juntos. Así de confuso, con los vaivenes indefinidos de la vida real, pero con cierto detalle por lo catastrófico.

“La elegancia consiste en darle un sistema al caos”, dice en uno de los últimos textos del libro. Y es una analogía perfecta para entender el armado de este libro: los textos logran sostenerse independientemente, pero necesitan de esa directiva implícita, como una telaraña que los une con sutileza. En la contratapa, Matías Raía (AKA Golosina Caníbal) anota que “Natale escribe argumentos de novelas, de películas, de boybands; o narra muy rápido, o muy lento, de adelante para atrás, o de atrás para adelante”. El autor tiene una especialidad para ubicar bocetos en una trama conjunta, múltiple, y esos bocetos terminan configurando el mapa completo del caos sistematizado. “Qué es una casa sino el techo que se mira en la oscuridad”, se dice a sí mismo uno de los personajes que no puede dormir de noche, que son más o menos todos los del libro: gente desvelada, gente que se queda hasta las cinco de la mañana tomando café en bares minúsculos porque el guión de su vida está en pausa, gente que se mete a la casa de los vecinos para usar su baño e imaginar que tienen una vida diferente, gente que ya no se abraza por la noche y los abrazos quedan ahí, fragmentados.

“Por un lado, creo que la amo; por el otro, hace demasiado calor”, dice el que se ha dado cuenta de que las separaciones corren con la misma suerte que el cambio climático: no hay punto de retorno ni salvación.

En el libro de Natale hay varios puntos álgidos que, justamente, son aquellos capítulos que pueden leerse como cuentos separados: “Si el sueño de las figuras geométricas lo invadiera todo”, “Había una vez un jurado” (en el que se describe la interna de los concursos literarios desde el punto de vista de un jurado, que primero lee con atención cada cuento, hasta resignarse a leer a medias, ya sabiendo lo que va a suceder, por puro tedio), “Hospital vacío, sol estrellado” (otra narración que toma la separación como eje de todo lo que existe, nos estamos separando todo el tiempo y lo que nos define, según Woody Allen, es nuestra forma de distraernos de ello), “Imagina una historia para la hija que no tienen” y “Ejercicio 21: citar a los Expedientes X”. Estas partes del libro se destacan por sobre las demás, no porque sean mejores o estén desconectadas del arco dramático que las agrupa en esa geografía del desencuentro que Pablo Natale narra sin estridencia, sino porque proponen una mirada sumamente realista sobre aquello que existe en el plano de la fantasía: el amor en este libro no es conmovedor sino temerario, la familia ya no es un refugio seguro sino un terreno hostil que nos desconoce, no hay hogares sino mudanzas infinitas.

En “Agotado, al borde de desistir” (casi al final del volumen), el narrador se sincera con la página en blanco: “Quiero escribir un libro que le vaya bien. Que me garantice diez años de paz. Paz, sí […] Entonces qué hago otra vez escribiendo un libro inútil. Un libro solitario al que le vaya tan bien que ya no haga falta cubrirse, justificarse más. Adiós, preguntas. Adiós a esa sombra que me mira mientras escribo con una mueca en el rostro. Adiós a los fantasmas que acechan mi ex cama de pareja, adiós al mal sueño, a la cabeza apagada evitando ciertas preguntas que hay que evitar”. Este libro, que es una maraña de preguntas, todas íntimas y personales, biográficas pero también universales (qué onda con este planeta que está a punto de explotar, qué onda con el cambio climático, qué onda con la vida de los otros que siempre parece que les va mejor que a nosotros, qué onda con los hijos que no tuvimos, qué onda con aquellas personas que nos cruzamos sin querer y nos trasmiten un pantallazo de la vida que pudo ser), rompe con la monotonía de la rutina programada. Y a pesar de que los personajes, o la voz principal, nos relata la decadencia de los vínculos a través de su propia soledad, no cae en el monólogo aburrido y hartante de quien está todo el tiempo hablando de sí mismo.

“Estamos grandes para estas cosas”, nos recuerdan los personajes jóvenes, los niños, que en el universo narrativo de Natale son más lúcidos y tienen más control sobre la realidad. “¿Dormiste la siesta? ¿Tomaste la pastilla?”.

“Ya es suficiente con los cuentos, no vas a lograr nada y me estás dando miedo, me dijo entonces”, dice a modo de cierre y despedida, ubicando en el tiempo el momento exacto de la implosión. Y como la verdad nos pega en la cara a todos con el mismo impacto, esta historia de amor que se desgasta (“el mismo sonido de las lamparitas de luz cuando se queman”) nos identifica dentro de sus capítulos. Quien escribe se pregunta todo el tiempo por esa historia que está contando, como si no fuera la suya propia sino la de alguien más, como si no fuera la nuestra, escrita en otra dimensión.