Nueve años han transcurrido desde aquella fatídica noche del 18 de enero de 2015, cuando el fiscal de la causa AMIA, Alberto Nisman, fue hallado muerto en su departamento de Le Parq. Su deceso, envuelto en circunstancias más que sombrías, marcó un punto de inflexión en Argentina y dejó tras de sí un manto de interrogantes que persisten hasta hoy.
La muerte de Alberto Nisman, ocurrida tan solo unas horas antes de presentar pruebas que acusaban a la entonces presidenta Cristina Kirchner de encubrimiento a Irán, sigue siendo un enigma que desafía a la Justicia y a la sociedad en su conjunto. La justicia argentina la cataloga como un homicidio, pero la complejidad del caso se ha exacerbado con el tiempo, alimentada por revelaciones sorprendentes y giros inesperados.
La reciente irrupción en escena de Ariel Zanchetta, un ex policía vinculado a actividades de espionaje, agrega una nueva capa de intriga a esta trama. Zanchetta, preso por espiar a jueces, se revela como un agente inorgánico con información crucial sobre el caso Nisman. ¿Cuántos más como él existen en las sombras de la inteligencia argentina? La respuesta a esta pregunta se convierte en un eslabón fundamental para desentrañar las complejidades detrás del asesinato.
La noción de «buches» —personas pagadas por información— emerge como una realidad en la estructura de inteligencia de aquel entonces. ¿Quiénes eran estos informantes y quién o quiénes orquestaban estos pagos? La fiscalía, liderada por Eduardo Taiano, se embarcará en una investigación para seguir el rastro de estos fondos, buscando entender los entresijos financieros que alimentaban el engranaje de la inteligencia argentina.
Las revelaciones sobre el papel del Ejército en tareas de inteligencia, especialmente después de la firma del Pacto con Irán, arrojan luz sobre la complejidad de las relaciones entre diferentes sectores del poder. La decisión de delegar funciones de la AFI al Ejército, bajo la conducción de César Milani, plantea interrogantes sobre las motivaciones y la transparencia en la gestión de la inteligencia nacional.
En este juego de espías, la figura de Diego Lagomarsino, acusado como partícipe necesario del homicidio, sigue generando incertidumbre. ¿Fue Lagomarsino simplemente un cómplice accidental o hay más detrás de su conexión con Nisman? La investigación se adentra en su oferta de servicios a la fuerza en 2005, sus vínculos con la PSA y las declaraciones sobre su supuesto rol como agente, desafiando la versión oficial del suicidio.
El episodio del «troyano», un malware enviado al correo de Nisman, revela que el seguimiento hacia su persona no era algo fortuito, sino parte de una estrategia orquestada desde las entrañas de la inteligencia. Este ataque cibernético, destinado a comprometer al fiscal, arroja luz sobre la sofisticación de las tácticas utilizadas y la profundidad de la investigación clandestina.
En el proceso de desentrañar la verdad detrás del asesinato de Nisman, se destapa el espionaje en la fiscalía de Viviana Fein después de su muerte. Esta revelación plantea dudas sobre la verdadera motivación detrás de la inteligencia desplegada y si la búsqueda de información sobre Jaime Stiuso era genuina o una cortina de humo para otros propósitos.
El papel de Stiuso, un actor central en esta trama, se entrelaza con el reclamo de acoso y persecución que él mismo expone. Sus declaraciones sugieren que él y Nisman eran un obstáculo para el Gobierno en su avance con el Memorándum con Irán, desatando una inteligencia paralela en su contra.
A medida que se arrojan más luces sobre el caso Nisman, la pregunta crucial persiste: ¿quién o quiénes estaban detrás de su muerte? La incertidumbre se mantiene viva, y la Justicia argentina enfrenta el desafío de desentrañar un entramado de intereses, oscuro y complejo, que rodea este trágico suceso.
Nueve años después, la memoria de Nisman reclama respuestas, y el país espera que la verdad emerja de las sombras que aún envuelven este caso sin resolver.