Fue en 1991 cuando el primero de los mil números que hoy celebramos llegó a las calles. Mil números que precisaron de ríos de tinta y toneladas de papel que venían a alimentar un insaciable hambre de documentación para redactar informes que tuvieran al Poder como insoslayable objeto de indagación. (Daniel Avalos)
He allí la característica que atravesó toda la historia de este semanario: interpelar a un Poder que escribimos con mayúsculas, como una forma de expresar la importancia que le damos a esa dimensión de la sociedad humana que, otorgándole una direccionalidad determinada a la provincia en nombre del bien común, casi siempre se despliega para beneficiar sólo a los que forman parte de ese círculo. Un Poder que, formateando un mundo de vértigo informativo, convence a muchos de que lo saben todo cuando en realidad se ignora mucho. Un Poder que por ello mismo va en busca de una prensa a la que abarrota de partes, declaraciones, gacetillas oficiales, etc., las cuales resaltan lo conveniente de ese Poder, ocultando siempre los rasgos pocos convenientes al mismo. Esa zona oscura es la que ha desvelado por 23 años a este semanario que poco preocupado por la fuente y el testimonio que va al encuentro del periodista, invierte tiempo y esfuerzo para ir búsqueda de otros documentos y testimonios que permiten elaborar informes que alumbran aquellos aspectos que el Poder prefiere que queden en la oscuridad.
Simplemente por esto el periodismo de investigación es un género distinto. Y por eso mismo, es también un género que como muchos otros suele ser el blanco predilecto de ese Poder. Algo de esa saña, Cuarto Poder sabe por haberlas sufrido. Saña que a veces se traducen en esos métodos terribles que, buscando privar al irritante de los recursos indispensables que le permiten supervivir, tienen por objetivo quebrar la moral del díscolo para así poder disciplinarlo. Eso ocurrió durante los primeros ocho años de existencia cuando la pauta oficial nos fuera negada, aunque también ocurrió hace escasos años cuando, ya gozando de ese derecho, el Poder decidiera suspenderla para luego devolverla. Aunque siniestro, ese tipo de saña no es la única. También existen otros entre los que sobresale el clásico ninguneo. Ese recurso fácil del silencio y los olvidos prefabricados que algunos emplean con la ilusión de que así lo que existe pierda entidad. Recurso que siempre nos resultó bastante simpático por la sencilla razón de que no amenaza la propia existencia, aunque lamentablemente sus practicantes después desandan el ninguneo porque haciendo uso de los modernos canales de comunicación, varios miembros de ese Poder que juran nunca habernos leído, califican a nuestros informes como hijos de la perversión, se muestran presas de delirios persecutorios que las buenas razones no pueden curar y hasta nos remiten cartas documentos que exigen lo que hasta ahora no han conseguido: que gente como Álvaro Borella, Daniel Medina, Maximiliano Rodríguez o quien escribe estas líneas se retracten de lo que han dicho.
Y es que también hay una actitud que siempre ha caracterizado a Cuarto Poder. Una que se parece mucho a esos equipos de fútbol que Osvaldo Soriano retratara con maestría en muchos de sus memorables cuentos. Equipos que siempre contaron con jugadores medio o abiertamente maltrechos, de físico poco atlético, alguno/a medio/a petiso/a, otro/a medio/a gordo/a, que calzan una indumentaria desteñida por el tiempo, pero siempre habituados a soportar el peloteo de los poderosos que considerando esta provincia como un campo de juego que le pertenece, exigen que allí nadie se atreva a convertirles un gol o a patearles los tobillos. El problema, para el Cuarto, es que se siente como esos equipos a los que les gusta golpear con abierto entusiasmo, aunque con entera lealtad. Lo del entusiasmo es hijo de una convicción que ya mencionamos: la de creer que la investigación periodística debe ser siempre relevante para nuestro lector y que esa relevancia dependa de la trabajosa búsqueda de una porción de la realidad que el Poder prefiere esconder. La cuestión de la lealtad se asienta en elementos de otro tipo. Uno de carácter objetivo que consiste en ir tras el documento y el testimonio cuya autenticidad debidamente corroborada convierte al informe en creíble, aun cuando el trabajo del periodista no reprima sus propias tensiones ideológicas. Las mismas que no afectan la búsqueda de verdades porque mientras el periodismo la busca, el Poder la construye. La diferencia es evidente y abismal. Mientras nuestro criterio de “Verdad” no está desprovisto de la posibilidad de error y la equivocación, el criterio de los poderosos es por naturaleza una imposición.
Esas convicciones originales explican que la empresa periodística se haya sostenido en el tiempo hasta arribar, hoy, a la edición número mil. No se trata de un logro exclusivo del actual staff, sino del esfuerzo, el aporte y la originalidad de más de un centenar de periodistas y columnistas que dejaron su huella en la redacción de este semanario. Hombres y mujeres que escribieron docenas o cientos de artículos de los muchos miles que acá se produjeron; que ayudaron a consolidar un estilo que nunca prescindió del humor, del sarcasmo, la recurrencia a términos ásperos del lenguaje o la incursión recurrente a titulares que apelan al chiste no por inocua superficialidad, sino por la firme convicción de que el humor suele sintetizar, como pocos recursos escriturales, la cara verdadera de una sociedad. Todo ello sustentado en la información de la que ya hablamos y en un rasgo que también queremos resaltar: esa apuesta por ir conociendo más y más el lenguaje, tratando de respetar más y más la escritura, e ir corriendo tras eso que denominándose “estilo” que no es más, ni menos, que un consciente intento de enriquecer el vocabulario con el objetivo de transmitir lo mejor posible aquello que el periodista previamente ha tratado de conocer.
A todos esos hombres y mujeres de la prensa, a todos los que diagramaron cientos de tapas, a los que dibujaron las caricaturas que ilustraron las mismas, las correctoras y los correctores, los imprenteros, los armadores, los distribuidores y tantos otros… Cuarto Poder desea dedicar esta edición número mil. Convencido de que para muchos el paso por el Cuarto fue una experiencia que constituyó parte de una formación que los llevó a otras prácticas profesionales, a otros medios de comunicación y a otras formas de relacionarse con un oficio que, al menos nosotros, ponemos al servicio de un profundo deseo: que con todo lo bueno y lo malo que podamos hacer, con todas las virtudes y los excesos que podamos ejercitar, podamos impulsar eso de lo que además somos hijos: un tipo de periodismo que quiere aportar todo lo que fue aprendiendo a lo largo de los años para que la sociedad de la que formamos parte deje de ser lo que hasta ahora ha sido: una sociedad donde la opresión y la injusticia se sostienen mediante concepciones inmovilistas, arcaicas y en nombre de tradiciones que, presentadas como de todos los salteños, sólo responden a valores e intereses de quienes conquistando el Estado hace muchas décadas se encargaron de blindarlo contra los intereses y los valores populares. Son estas concepciones claramente expuestas, las que también producen el encono visceral de algunos. Encono que también agradecemos, por ayudarnos a confirmar que esa Salta que nos rebela, también nos reconoce claramente como lo absolutamente otro de ellos mismos.