Una vez, en los años 90, a Antonio Cafiero se le ocurrió que el bloque de senadores nacionales peronistas, que él integraba, debía promover un proyecto para que el Estado le construyera un monumento a Perón. Vio a senador por senador hasta que cayó en el despacho de la entonces senadora Cristina Kirchner.
«No me importa ese viejo traidor», lo despachó Cristina. Algunos años después, en enero de 2002, el mismo bloque de senadores le pidió a Cristina que votara por la designación de Eduardo Duhalde como presidente provisional. Le reclamaron que tuviera en cuenta la figura de Duhalde y el futuro del peronismo, que en medio de la crisis ya había puesto tres presidentes, fugaces unos, fugitivo otro. «Ese negro y el peronismo no me importan nada», contestó Cristina. En los últimos 20 años, el peronismo fue para Cristina sólo un oportunista instrumento electoral. Acaba de romper definitivamente con el movimiento que fundó Perón.
La ex presidenta venía señalando desde hace tiempo que el peronismo necesitaba una instancia superadora, que la corporizaría ella, desde ya. La instancia superadora se convirtió en un emprendimiento familiar (La Cámpora, que lidera su hijo, y Kolina, que fundó su cuñada Alicia), pero también en un conglomerado de agrupaciones de izquierda influido en gran medida por viejos referentes del Partido Comunista. Existe también en esa coalición (y en ella) un fuerte ascendiente intelectual de parte de Carlos Zannini, un político que viene del maoísmo. El resultado es una alianza con un discurso de izquierda antisistema y antidemocrático, que llegó al extremo de negarle legitimidad y legalidad al gobierno de Mauricio Macri. Es el discurso de los años 70, que denunciaba la «democracia formal» y que terminó con estragos de sangre y muerte.
Cristina cree que los viejos partidos ya no dicen nada. Macri, también. Hay ahí una coincidencia básica de dos enemigos que se aborrecen. ¿Tienen razón? Sí, en parte al menos. Una marea mundial ha llegado para dejar atrás las viejas organizaciones políticas y exaltar, por el contrario, los liderazgos personales. El norteamericano Trump y el francés Macron son expresiones cabales de esa corriente universal. Cristina está segura de que lo único que importa es su propio liderazgo. Un trumpismo tardío. Macri camina, con más prudencia, por el mismo camino. Los dos se han encumbrado en una realidad objetiva: la enorme crisis que desmantela la organización y la identidad de los dos partidos históricos, el peronismo y el radicalismo.
La decisión de Cristina alivia, al mismo tiempo, al peronismo y al macrismo. Despoja al justicialismo de la responsabilidad que tiene de descritinizar al peronismo; ella ya se fue. De hecho, la carta orgánica del peronismo bonaerense establece claramente que cualquier afiliado que enfrente al partido será expulsado automáticamente y que no podrá volver a ser candidato del justicialismo. Cristina es desde ahora la líder de cualquier cosa, menos del peronismo.
¿Significa eso el fin de su vida política? Moderación, ante todo. Es ella, no el PJ, la que tiene los votos del más multitudinario conurbano bonaerense. En la tercera sección electoral, donde habitan más de cuatro millones de personas, es imbatible según los números de ahora. Esa realidad social explica la adhesión de muchos intendentes a Cristina. Y también la confusión que se abatió sobre ellos en las últimas horas. Cualquier perspectiva es posible siempre que les asegure la mayoría en los Concejos Deliberantes; éstos tienen la facultad de destituirlos. En la primera sección electoral (va de San Isidro a Campana) la popularidad de Cristina es menor. Y en el interior de la provincia se derrumba. En el resto del país también está mal. Sea como fuere, y de acuerdo con las actuales encuestas, ella significaría la oferta electoral peronista más votada en la provincia.
El Gobierno halló por fin el escenario que anhelaba. Serán tres los candidatos peronistas (Cristina, Sergio Massa y Florencio Randazzo) y esa fragmentación del voto peronista coloca al macrismo en las puertas de una victoria bona-erense. Debe, claro está, prohibirse errores como el que cometió con las pensiones a los discapacitados. Esas pensiones deben analizarse, porque hay miles de casos de falsedad y clientelismo, pero no es tarea para tiempos electorales. ¿Hay alguien en el Gobierno pensando en que habrá elecciones dentro de poco? A veces, parece que no.
El otro desahogo del Gobierno es que verá a Massa y Randazzo entretenidos también, aunque no exclusivamente, en ganar pergaminos anticristinistas. ¿Cuál de los dos es el que mejor expresa el anticristinismo ante los votantes peronistas? Massa expone su historia, porque fue él quien le ganó la provincia a Cristina en 2013 y le arrancó cualquier posibilidad de re-reelección. Randazzo exhibe sus trofeos del presente, porque fue él quien la obligó a irse del PJ y evitó que su partido fuera sometido al vasallaje ideológico cristinista. El viernes pasado, Massa inició la competencia con Randazzo cuando recordó 2013 y dijo que «hay que decirle que no» a Cristina y a Macri.
Macri golpea personalmente sobre las heridas del cristinismo. Empezó la polarización. La denuncia sobre Héctor Recalde fue un tiroteo al campamento de Cristina. Recalde es el cacique de la industria del juicio laboral, que produce una economía cada vez menos competitiva en el mundo. Los abogados ganan más que los trabajadores que dicen representar. Recalde tiene un poderoso estudio de abogados laboralistas. Varios de sus abogados trabajan en el bloque de diputados cristinistas que él lidera. Recalde preside la Comisión de Legislación Laboral e integró el Consejo de la Magistratura, donde nombró a varios jueces laboralistas. Y su esposa es camarista del fuero laboral. La incompatibilidad de funciones también existe para los cristinistas, no sólo para el macrismo.
El viernes último, y por segunda vez en poco tiempo, el Presidente embistió públicamente contra los jueces federales porque éstos no avanzan más de prisa en los juicios por corrupción. La mirada del Gobierno se detiene en el ex ministro Julio De Vido, que tiene más de 30 causas abiertas, varios procesamientos y pocos avances concretos. La información en poder de los macristas sostiene que De Vido mantiene, directa o indirectamente, una vieja y oscura relación con casi todos los jueces federales. De Vido es necesario para poder llegar a Cristina en las causas de corrupción que se cometieron desde el Estado. Sus ex funcionarios no son necesarios en los casos de lavado de dinero en hoteles. Pero, ¿de dónde salió el dinero que se lavó? Fueron recursos públicos mayormente destinados a obras públicas. De Vido es imprescindible.
El peronismo ya imagina un futuro sin Cristina. Podría ser senadora, por la mayoría o por la minoría, pero en el Senado lideraría un raquítico bloque de 7 u 8 senadores. El resto de los senadores peronistas seguiría con su vida y sus cosas. Gobernadores y senadores peronistas podrían iniciar un proceso de renovación interna ligeros de carga cristinista. Es el escenario que necesita Macri para intentar luego de las elecciones un acuerdo con la oposición, que él no descarta. ¿Cómo, si no, concretaría las tres reformas que se propone, la judicial, la impositiva y la educativa? Ahí, cuando se trata de diseñar el futuro, Macri vuelve a tomar distancia de Cristina. Los partidos están en crisis, es cierto, pero nada los ha reemplazado por ahora en el control de la política y las instituciones. Iconoclasta y nihilista puede ser Cristina. Macri no puede darse ese lujo, propio de políticos desocupados.
Fuente: La Nación