En medio de las especulaciones sobre la forma en que el peronismo se reorganizará tras los comicios del domingo, los analistas aventuran cómo el kirchnerismo busca desactivar las pretensiones de gobernadores como Urtubey.

El cristinismo festejó el 48,5% que anotó Daniel Scioli en el balotaje como un mérito de propiedad exclusiva y excluyente. «Cristina es la dueña de esos votos: si 12 años después logramos esa cifra, confirma que estamos vivos como siempre…», avisa el neocamporismo según el análisis de Pablo Ibañez en el diario Ámbito Financiero del día de hoy. En ese marco es que la propia Cristina, según el propio Ibañez, le propondrá a Macri ser interlocutora y garante de la gobernabilidad del Gobierno que nacerá el 10 de diciembre para así primerear en la maratón peronista por quedarse con la medalla de principal oposición.

Entre las amenazas a ese esquema K, se encuentra los gobernadores Juan Manuel Urtubey y Gildo Insfrán. Según Ámbito, ambos mandatarios “pretenden ser los gestores de sus propio vínculo con el macrismo y discuten, en voz bajísima, la alternativa de proponer una elección nacional masiva, con voto directo, para seleccionar nuevas autoridades del PJ nacional y, quizá, de los provinciales. El club de los gobernadores, nostálgicos del CIF que atormentó a Fernando de la Rúa, pone sobre la mesa unos 25 diputados y más de 15 senadores. Numéricamente, son la puerta para destrabar las leyes que Macri pueda necesitar y, desordenadamente, pretenden poner sobre la mesa esos dones para negociar beneficios para sus provincias. En Olivos dicen que Cristina ordenará a esa muchachada que, vía Urtubey, la desafió a los gritos. Desde las provincias anticipan que no pondrán su ´poco o mucho capital político´ en manos de quien será, pronto, expresidente”.

En paralelo, brotan del conurbano los alcaldes del PJ, debutantes como Juan Zabaleta (Hurlingham) y Gustavo Menéndez (Merlo), o más consolidados como Martín Insaurralde (Lomas), Alejandro Granados (Ezeiza), Jorge Ferraresi (Avellaneda) y Julio Pereyra (Varela) cuya prioridad es cohabitar con María Eugenia Vidal. En charlas en caliente, hablan de dinamitar el FpV para romper toda relación con La Cámpora, a quien atribuyen derrotas locales y haber promovido y apañado la candidatura de Aníbal Fernández que el 25-O visibilizó su toxicidad electoral. Daniel Scioli, derrotado que busca sobrevivir al 22-N, puede convertirse en un instrumento de esos dos bloques de peronistas que gruñen contra La Cámpora o apostar a ser, como fue en esta elección, un comodín entre las distintas tribus. Ayer, Scioli estuvo una hora con Cristina y Zannini y al salir disputó, a su modo, la propiedad del 48,5% al plantear que lo votó «una gran diversidad de la población más allá del núcleo duro» kirchnerista.

Si el valor del peronismo que viene es la llave para la gobernabilidad, otro actor es el PJ massista, al margen de que Sergio Massa no exprese voluntad de disputar el partido, que retiene protagonismo en el Congreso y sobre todo en la Legislatura bonaerense. «Si Massa mira al 2019, tiene que sentarse con Cristina» dicen en Casa Rosada con la ilusión de obturar disidencias. El tigrense no tiene, en ninguna hoja de ruta cercana, la escala Cristina.

Pero el factor más incierto y difícil es el rol que Macri planea otorgarle a Cristina. Al macrismo lo seduce, por mero pragmatismo, interactuar con los gobernadores y los intendentes, relación que podrá cristalizarse en el Congreso donde Mauricio Macri pone a uno de sus peronistas M, Emilio Monzó, a quien delegó todos estos años la confección de pactos y estructuras del PRO en las provincias.