Por: Karla Lobos

Siguiendo con la vida de los Ortiz, aún existen muchos interrogantes sobre el crecimiento económico de los hermanos antes de ser mineros en Potosí. De acuerdo a  algunas investigaciones, los únicos  capitales propiamente salteños con los que contó esa familia fueron los de los alquileres de la casa familiar adquirida por Gabriel Ortiz, además de la red de relaciones tejidas por su madre, Petrona de los Santos Acevedo.

En 1836, los hermanos Ortiz escribieron sus nombres en  la historia de la tecnología minera en el continente americano, con la invención de la máquina de repaso, con la que  ampliaron en forma significativa la escala de producción de plata en los ingenios mineros. 

Entre 1833 y 1856 tres hermanos de salteños, Manuel, Francisco de Paula y Serapio Ortiz, fueron los principales productores de la Rivera de Potosí. Los Ortiz mostraban una actitud dinámica, innovadora y eficaz hacia los problemas de la azoguería del Cerro Rico. 

La primera mención de los Ortiz en la historia boliviana fue en 1830, cuando Francisco de Paula aparece como el conductor del ingenio de Jesús María, propiedad del Conde de Carma. El 1831 busca arrendar el ingenio de Cantumarca, pero su propietario, la Sociedad Potosina, prefiere arrendarlo a José María Velasquez, miembro de la Sociedad. En abril del mismo año, logra arrendar el ingenio Agua de Castilla, perteneciente a la Marquesa de Otavi y se lanza a la compra de varias minas: la del Rosario, la labor de Asunta, los rodados de Lipez Urco y la Eslabonera, todas del desafortunado azoguero José Eustaquio Gareca y las minas de San Antonio y San Fermín “en estado ruinoso” de Melchor Prudencio Perez, en un precio casi ridiculo. En 1832, ya emplea a más trabajadores que cualquier otro azoguero en el Cerro de Potosí. En 1833, Francisco de Paula compra las minas nombradas Copacabana, José María Prieto  y San Ramón en Salinas de Garci Mendoza. En 1835, compran la mina Guaillaguasi, de propiedad del Estado, a la que hipotecan un año después para conseguir un crédito de 20.000 pesos, un monto muy grande para la época y con un destino inesperado: la invención de una máquina que permitirá ahorrar costos de trabajo reemplazando enteramente a la mano de obra indigena y reducir el tiempo gastado en el proceso. Se trata de: “…una máquina dirijida a evitar mayores brazos y tiempo en el repazo de las masas minerales en los buitrones, formando en ellos un círculo y cimentado en su centro con un eje que abraze todo su espacio, adornado de paletas de madera, para que rodando al círculo por una Bestia dicho eje, rebuelba con insesancia la maza mineral para la amalgamación de las partículas de piala con el azogue …”, es lo que dice el Código de Minas de ese año. 

El Estado boliviano mostró interés por este prometedor invento que ganó gran notoriedad como “la máquina de los Ortiz”. El contrato de 1836 entre el Gobierno de Santa Cruz y los hermanos Ortiz pretendió la generalización del uso de esa original máquina por los demás azogueros de la región y la consecuente indemnización de los inventores. Estos acontecimientos se desarrollaron en medio de la coyuntura de guerra que enfrentó a la Confederación Peruano-Boliviana de Santa Cruz con Argentina y Chile. Debido a ello, la posición de los Ortiz en el país vecino adquirió otro cariz. 

Como ya dijimos, si bien los Ortiz no tuvieron un desempeño activo en la política y las luchas militares del momento, siempre estuvieron conectados con ambos. Y así fue que por una correspondencia dirigida al general del ejército de Santa Cruz, Felipe Braun, se infiere que en ese momento se produjo el destierro de Francisco de Paula, quien era identificado como el yerno de Aleman.  De éste se decía que podía ser considerado más sospechoso que su hermano Serapio de fraguar revoluciones, aunque el autor de la misiva reconocía que podía tratarse quizás sólo de calumnias. El matrimonio con Azucena Aleman ubicó a Francisco de Paula como miembro de una red intraregional, en un momento en que las elites regionales y transregionales dirigían el conflictivo proceso de construcción de las modernas entidades estatales. Se dice que la intención solapada de Santa Cruz con esa misiva era la de anexar las provincias del Norte de Argentino a la Confederación  Peruano-Boliviana. Otra carta del secretario general Manuel de la Cruz Méndez desde el Palacio del Cusco a Braun confirma que el Gobierno Protectoral lo había autorizado a un arreglo con Pablo Aleman para derrocar a los Heredia y crear un gobierno independiente en Salta y Tucumán. La misiva deja traslucir la participación de los hermanos Ortiz en aquellos planes, que  incluían el nombramiento del suegro de Francisco de Paula como gobernador de Salta. “Si el Señor (Serapio) Ortiz consigue la realización de estos planes, el Gobierno Protectoral se obliga a indemnizarlo de los perjuicios que le hayan resultado de la emigración de su hermano del territorio de Bolivia”.  Si bien la segunda generación de los Ortiz no se involucró abiertamente en la política de la época, tampoco se apartó de los juegos del poder, ya que éste le interesaba como medio que contribuía al acrecentamiento de sus intereses económicos. 

La sólida posición alcanzada y el estratégico matrimonio de uno de ellos permitió a los hermanos ocupar un lugar clave entre los principales azogueros de la región. En 1838 el triunfo de Santa Cruz parecía inminente y los vecinos de la Puna jujeña habían firmado actas manifestando su voluntad de pertenecer a la Confederación. En medio de  estos acontecimientos el Estado boliviano rescindió el contrato con los hermanos Ortiz tras el argumento de que su máquina no se había extendido y que era defectuosa. No obstante, ratificó el privilegio de los inventores por diez años y les ofreció una compensación económica.  A comienzos de 1839 ni Santa Cruz ni Aleman se mantenían en pie. El primero fue vencido definitivamente por el ejército chileno, en tanto que el segundo no tuvo otra alternativa que renunciar a la primera magistratura jujeña ante el asesinato de su protector, Alejandro Heredia. El regreso de Serapio y Francisco de Paula a la tierra natal fue inevitable y éste último compró su casa a media cuadra de la plaza principal de Salta. 

Ante la desaparición de los apoyos políticos los hermanos recurrieron a dos abogados salteños, unitarios emigrados, para que llevaran las batallas legales por sus derechos contra el Estado boliviano, ahora dirigido por el general Miguel de Velazco. Los letrados eran Francisco de Zuviría y Marcos Zorrilla, ambos amigos y cofundadores junto a Dámaso de Uriburu del grupo opositor a Güemes, la Patria Nueva. 

En 1841 Francisco, Serapio y Manuel recibieron una compensación de 28.000 pesos que les permitió recuperar el capital invertido y continuar sin preocupaciones con el uso de su invento.  Después de 30 años fuera de su tierra natal los Ortiz no sólo habían ganado en posición económica sino también en relaciones. Sus actividades mineras y comerciales los conectaron con las elites económicas y políticas de tres naciones: Bolivia, Perú y Argentina, en momentos en que las luchas civiles obligaban a los vencidos a emigrar. Una vez que Francisco y Serapio volvieron a radicarse en Salta y que los tiempos turbulentos dieron paso a la consolidación de los modernos Estados, las consecuentes líneas de frontera se erigieron como límites entre los pueblos y también como barreras entre las familias. Manuel, el mayor de los Ortiz, quedó en Bolivia y pese a algunas desavenencias económicas su descendencia se emparentó con la más alta dirigencia política del país vecino y con la familia emblemática de la riqueza del estaño boliviana. Un bisnieto del mayor de los hermanos, Jorge Ortiz Linares, se casó con la hija de Simón Patiño. A los vástagos de Francisco de Paula y Serapio también les aguardaba un futuro de éxito social, económico y político. El hijo mayor del primero, Francisco J. Ortiz, accedió a diferentes cargos provinciales y nacionales. Adquirió notoriedad durante el primer gobierno de Julio Argentino Roca, en el cual se desempeñó como ministro de Relaciones Exteriores. “Pancho”, como le decían, contrajo matrimonio con su prima hermana, Mercedes Ortiz Viola, hija de Serapio Ortiz, quien también se radicó en Salta y había tenido más tiempo para preparar el regreso. 

En 1842 compró la finca denominada “Castañares”, al norte de la ciudad de Salta, y el 2 de setiembre de 1844 se unió con Candelaria Viola Otero.  Este matrimonio emparentó nuevamente a los hermanos Ortiz con gobernadores salteños y afianzó sus vínculos con la elite local. Candelaria era hija de Benjamina Otero y de Juan Ramón Viola, un teniente coronel de los ejércitos reales oriundo de Buenos Aires. 

A fines de 1840 su tío Miguel Otero asumió la primera magistratura provincial después de haber estado alejado de Salta durante 23 años. “Pertenecía a una de las más distinguidas familias nobles de Salta. Su padre, Pedro Otero, tenía abuelos vivos en España cuando vino al mundo. Por su madre, Doña María Ignacia Torres, remontaba su antigüedad entre las familias argentinas, a cosa de más de siglo y medio; pues el capitán Pascual de Torres, natural de Salamanca, se casó en Buenos Aires en 1680 con Doña Francisca Gaete, lo que suma 160 años corridos, hasta 1840”, escribió Bernardo Frías.

Determinadas familias adquirieron notabilidad para el conjunto de la sociedad local, cada vez que hacían notar su origen peninsular y su presencia antiquísima en estas tierras. Es por eso que la espera de Serapio tuvo sus frutos. El hijo de Petrona de los Santos se ligó por vía del matrimonio a una familia que era considerada por los hombres y mujeres de la época como notable. 

La escalada social de los hermanos Ortiz se expresó en los lugares que ocuparon en el espacio urbano. Ya Francisco de Paula había comprado una casa a Juan Galo Leguizamón ubicada a sólo cincuenta metros de la plaza principal. Serapio, en 1852, adquirió la mansión que fue la vivienda familiar al frente de la plaza y al lado de la Catedral.  La radicación de los hermanos en Salta no implicó el abandono de sus intereses y negocios en Bolivia. Los circuitos económicos que unían hombres, productos y regiones desde antaño aún sobrevivían, aunque agónicos, a las desarticulaciones y nuevas configuraciones políticas emergentes de los procesos independentistas. 

Dos años después de la caída de José  Manuel de Rosas, Francisco de Paula Ortiz fue obligado a abandonar por segunda vez el territorio boliviano. Quien lo desterraba ahora era el presidente Manuel Isidoro Belzú, esposo de la salteña Juana Manuela Gorriti. A medida que las fronteras nacionales se definían con mayor fuerza, los vínculos y negocios entre uno y otro país se tornaban cada vez más distantes. Francisco de Paula y Serapio echaron definitivamente sus raíces en Salta y su hermano mayor, Manuel, en Bolivia. Las descendencias dejadas en ambas naciones se desarrollaron dentro de los límites de las nuevas repúblicas, y sus historias conjuntas se extinguieron. Los hijos de los hermanos mineros no encontraron dificultades para ingresar a la elite salteña y seguir atesorando gobernadores en la historia de la familia. Elisea Ortiz Aleman contrajo nupcias en 1860 con Ricardo Isasmendi Gorostiaga, hijo del último gobernador realista y propietario de la hacienda de Molinos. Su hija María Isasmendi Ortiz desposó en 1893 a Martín Gabriel Güemes, un soltero codiciado que había sido gobernador de la provincia entre 1886 y 1889. Al fallecer su primer esposo, María se unió en segundas nupcias con Emilio San Miguel Ovejero, también emperantado con gobernadores y descendiente de una de las fortunas más grandes de Salta. Lastenia, hermana de María, se casó el 6 de enero de 1901 con Abraham Cornejo, quien años más tarde, cuando el país se inclinó mayoritariamente por Hipólito Irigoyen, también ejerció la primera magistratura provincial. El matrimonio entre parientes también se manifestó entre la descendencia de Serapio y Francisco de Paula. Abel Ortiz Viola, hijo del primero, se casó a los 34 años con su sobrina Elisea Isasmendi Ortiz, la primogénita de este matrimonio. Bautizada con el mismo nombre de su madre, se enlazó con Robustiano Patrón Costas el 9 de febrero de 1906. Siete años después éste también fue proclamado gobernador de la provincia de Salta. El mayor de los hijos de Serapio había gobernado Salta entre 1883 y 1886. Sus hermanos Abel, Ignacio y Nolasco ejercieron posiciones influyentes en la vida política local y nacional. Contra los deseos de su padre, no volvieron a dedicarse al negocio minero ni regresaron a la vecina república de Bolivia. Sus hijos y nietos serán quienes renieguen de su pasado minero y alimentaron el mito de una fortuna familiar originada en el campo. Las vinculaciones de Serapio y Francisco de Paula Ortiz con familias políticamente posicionadas en el escenario local, sus tardíos afincamientos en Salta y su desapego por la intervención directa en los juegos del poder incidieron para que los Ortiz, a diferencia de los Uriburu, adquirieran una identidad familiar propia recién en la tercera generación. Fue entonces cuando la sociedad salteña comenzó a referirse a ellos como “los ortices”, o “los orticistas”, para aludir a ellos y a sus seguidores. Los agrupamientos de uriburistas y orticistas, fueron la matriz del devenir político provincial y de sus articulaciones a nivel nacional por casi dos décadas entre 1880 y 1900. 

Cualquier semejanza con la realidad actual, es mera coincidencia…