Geoffrey Cardozo fue quien llevó adelante el entierro de los soldados argentinos caídos en la guerra. Los trataba como a sus propios hijos. Contó cómo construyó el cementerio de Darwin.

Junio de 1982. El coronel Geoffrey Cardozo, de 32 años, llega a Malvinas después de la rendición argentina. Hasta ese momento ha estado en la base central, lejos de las islas. Lo envían porque habla un buen español y quieren que supervise la disciplina de las tropas tras la guerra. Todavía desconoce lo que el destino le tiene preparado: terminará buscando y enterrando cuerpos de soldados argentinos.

Los ingleses tienen ingenieros dedicados a buscar las minas que ha esparcido el Ejército Argentino para defender sus posiciones. Deben buscarlas para que los habitantes del lugar y los animales no las pisen. Pero, en la medida en que encuentran minas, también hallan cadáveres. Cuando eso sucede, dan aviso a la base de las islas, donde está Cardozo, que empieza a registrar las ubicaciones. Y algo más: cada vez que le avisan, se sube a un helicóptero para ir a enterrarlos bien.

En un principio los entierra en el lugar donde son encontrados. Hasta que en un momento el gobierno británico le pregunta al argentino si quiere repatriarlos. El Gobierno argentino, con el inefable militar Leopoldo Fortunato Galtieri al mando, contesta que no es necesario porque esos cuerpos ya están en su patria. Entonces el gobierno británico decide crear un cementerio.

Para entonces, algunos cuerpos están enterrados en fosas comunes (hubo argentinos que hicieron el trabajo antes de irse o ser tomados prisioneros) y otros al aire libre. Pero no tienen chapas identificatorias. Algunos, sólo algunos, papelitos con su nombre escritos en tinta y ya borroneados. Cardozo piensa que la tarea será titánica.
Decidido a llevar a cabo la misión lo más prolijamente posible, vuelve a Londres a contratar expertos en la materia.

De regreso, ayudado por los especialistas, les saca los uniformes a los soldados caídos, hurga en sus pertenencias para recoger cada objeto personal que pueda servir para saber quiénes son, limpia los cuerpos.

Los envuelve en una sábana, luego en una bolsa de plástico negra y después en una blanca de PVC, donde escribe con tinta indeleble los pormenores. A cada uno lo ubica en un ataúd con tres bolsillos. También los rotula con la fecha, el lugar y la hora donde fueron hallados.

Mientras lidera esa misión, Cardozo piensa en su madre. Cae en la cuenta de que esos chicos muertos no pasan los 20 años. “Aquí son huérfanos”, reflexiona con tristeza.
Desde ese momento serán “sus chicos”.

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Noviembre de 2008. Cardozo ya es un ex combatiente. Está en Londres. A bordo de un taxi con tres ex combatientes argentinos, Julio Aro, José Luis Capurro y José María Raschia, con quienes ha asistido a un encuentro entre viejos rivales. Antes de que los argentinos se bajen del taxi, Cardozo les entrega un sobre de papel madera. “De estos sólo hay tres, ustedes sabrán qué hacer con él”, les dice. Los argentinos no saben de qué se trata.

La información está escrita en inglés y entienden poco. Ven dibujos, montañas, el cementerio. Pero siguen sin entender del todo. Por eso hacen tres copias y siguen viajando por Europa. Entre otras visitas, asisten a una audiencia del papa Benedicto XVI.

Al regresar a la Argentina buscan amigos que sepan inglés para que los ayuden con la traducción. Entonces lo descubren: tienen en sus manos datos de todos los cadáveres que habían sido inhumados en Malvinas. Es decir, de la minuciosa tarea que había realizado Cardozo 26 años antes.

El milagro empieza a tomar forma. Unos meses antes, en un viaje a Malvinas, a Aro lo conmueve la leyenda “Soldado argentino sólo conocido por Dios“, escrita en buena parte de las placas del cementerio de Darwin. Esa conmoción que lo ha impactado y esta información que ahora tiene lo alientan a seguir una utopía: que aquella frase sea reemplazada en cada placa con un nombre propio. Para que los padres de los caídos sepan exactamente cuál es la tumba de sus hijos y puedan dejarles una flor.

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Junio de 2017. Cardozo pone otra vez un pie en las islas. Ha sido invitado por la Cruz Roja Internacional como consejero en el Plan Proyecto Humanitario, encargado de exhumar los cuerpos para su identificación. Apenas exhuman el primero, Geoffrey advierte que está muy bien preservado. En los siguientes apreciará lo mismo. Sabe que su misión tras la guerra fue un éxito.

El Proyecto Humanitario también lo es. La exhumación, análisis, documentación y reinhumación de los restos de soldados argentinos caídos en la guerra de Malvinas y sepultados en 121 tumbas como NN se desarrolla durante siete semanas, entre el 20 de junio y el 7 de agosto, luego de un acuerdo alcanzado entre los gobiernos argentino y británico con el Comité Internacional de la Cruz Roja.

Las muestras son transportadas y analizadas en el laboratorio que el Equipo de Antropología Forense (EAF) posee en la provincia de Córdoba, donde son cotejadas con las muestras de ADN aportadas por los familiares. Son enviadas también a laboratorios en el Reino Unido y España, que se encargan del control de calidad del análisis de ADN.

Los resultados son presentados a las delegaciones de Argentina y el Reino Unido en la sede de la Cruz Roja en Ginebra, Suiza. “El equipo forense ha identificado a 88 soldados, que representa una tasa de éxito alta, resultado del riguroso proceso de identificación forense”, celebra el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Claudio Avruj.

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Marzo de 2018. A los 68 años, Geoffrey Cardozo visita Mar del Plata. En una conferencia de prensa en la Federación de Sociedades Italianas junto a Julio Aro, otros integrantes de la fundación “No me olvides” y familiares de caídos, repasa la historia.

“Cuando hallé el primer cuerpo, el segundo cuerpo, pensé que identificarlos sería muy difícil, casi imposible. No sé lo que se pasó en mi cabeza en esos momentos, pero pensé que para cada cuerpo necesitábamos un ataúd y tres bolsillos”, cuenta a LA CAPITAL.

“En ese tiempo no había ADN. No tenía los detalles de los dientes ni los dedos. No tenía nada de eso. Entonces, para mí era muy difícil hacer ese trabajo, pero la idea de que quizás en el futuro pudiéramos exhumarlos era muy real en mi cabeza”, agrega.

Cardozo escucha palabras de padres de caídos y está emocionado. “Yo tengo un corazón como los suyos, grande. Con una ternura enorme, también. Yo tenía una mamá. Y esa mamá, cuando me abrazó antes de irme a las islas, estuvo siempre en mi pensamiento. Entonces, todo lo que he hecho era con mi madre en mi pensamiento. Yo pensaba en la madre de estos soldados. Eran, para mí, mis niños. Mis chicos”, les dice.

“Es una palabra que quizás para ustedes es difícil de entender totalmente. En Inglaterra nuestros soldados son nuestros chicos. Para un oficial, para un suboficial, para alguien responsable, son sus chicos. Entonces yo era el único responsable de esos chicos, que allí eran huérfanos, porque ustedes los padres no estaban en las islas”, recuerda.

Pero aclara que ese fue “un trozo de la historia”. “El resto de la historia está aquí. Los padres también (la hicieron). Y los trabajadores que yo tengo frente a mí. Ustedes han hecho un trabajo enorme”, les asegura.

Cardozo no tiene dudas: los padres “son héroes también”. “Han tenido una paciencia enorme, un coraje admirable, y son un ejemplo maravilloso, no solamente para su país, sino para el mundo entero”.

 

por Ramiro Melucci