Por Alejandro Saravia

Allá, casi en la prehistoria, esto es en la década de los 60 y 70 del pasado siglo XX, se produjo una saga de películas italianas pero ambientadas en el oeste americano –razón por la que se las denominó western spaghetti- dirigidas por Sergio Leone con música de Ennio Morricone. La particularidad era que las tres vistas fueron protagonizadas por el mismo actor, un jovencísimo Clint Eastwood, quien hoy a los 92 años sigue dando de qué hablar. Una de esas películas, tuvo como coprotagonistas a Eli Wallach -quien también aparecía en la afamada saga El Padrino- y a Lee Van Cleef, un eterno perverso. Una de esas películas, se tituló “El bueno, el malo y el feo”, título que vamos a aprovechar para hilar esta columna que pretenderá dar cuenta de las arduas circunstancias que nos tocan vivir como argentinos, por lo que parafraseando el título de esa película hablaremos acá de lo bueno, lo malo y lo feo.

Obviamente esta semana estuvo dominada por la asunción presidencial de Javier Milei el pasado domingo 10 de diciembre, por su mensaje, su forma y contenido, el contexto en el que se produjo ese acontecimiento institucional, y está bien que así haya sido como el mejor homenaje a los 40 años de democracia ininterrumpidos, aunque havan habido detalles de ese mensaje que sembraron dudas en cuanto a su sentido y oportunidad. En síntesis, estuvo bueno que ese hecho haya ocupado la atención de todos.

En su mensaje Milei habló de la necesidad de un ajuste, medidas explicitadas después por su ministro de economía, Luis Caputo. Todos los analistas políticos y económicos nacionales coinciden en la dureza de esas medidas que, sin embargo, son nada más que eso, es decir, medidas de ajuste para evitar una debacle hiperinflacionaria pero que no completan algo necesario que esperemos se dé en los próximos días, esto es, un plan de estabilización y crecimiento. El ajuste es un principio de ordenamiento de los parámetros que tras 20 años de irresponsable desorden es, claro está, indispensable hacer. Aunque varias veces ya citamos eso, lo reiteramos ahora porque por ahí escuché algún trasnochado que hablaba de que Fernández y su ministro Massa habían dejado un país en crecimiento y que solo faltaba sólo un empujoncito para entrar al edén.

El ajuste tiende a resolver uno de los tantos problemas que tenemos pero que es indispensable solucionar para que no nos vayamos al infierno de la hiperinflación más que al edén. Tiende ese ajuste a salvar el problema del exceso de gasto público, causante de nuestro déficit fiscal y de nuestra histórica inflación que no nos deja organizar nada, menos aún nuestra economía macro y micro. El gasto público, no sólo es excesivo, sino que está mal hecho y mal direccionado puesto que pone en cuestión la conveniencia de la existencia del propio Estado, pivote o eje alrededor del cual se organiza una nación. En ese sentido el sociólogo Emile Durkheim decía que el Estado es ese lugar en el que una sociedad se piensa a sí misma. Nosotros perdimos en este desorden ese lugar en que podíamos pensarnos, en manos de los que, paradójicamente, se autoperciben como estatistas.

Voy a dar un solo dato para que se entienda bien: tradicionalmente el gasto público en nuestro país insumió el 22% del PBI, esta gente que nos gobernó hasta ayer llevó ese gasto del 22 al 45% del PBI sin que se mejore ninguno de los servicios o prestaciones que ese Estado por definición debe proveer. Lo malo es que ahora se hagan los distraídos como el perro de la alfombra y, sin más, se preparen a esperar la vuelta del péndulo como si no fuesen los responsables del marasmo.

Lo feo es que por ahí se perciben algunos reflejos populistas en las actitudes y afirmaciones del presidente recién asumido. ¿Quiénes son la casta? ¿Quiénes la gente de bien? ¿Acaso la gente que a le responde o que le cae bien a él, o a su hermana Karina?

No hay que errar el viscachazo y se debe hacer un buen diagnóstico: si nuestra decadencia comenzó hace 100 años que es cuando nos democratizamos, ¿hay que volver al orden conservador descrito magistralmente por Natalio Botana en el que sólo podían gobernar los amigos de un club que gobernó hasta ayer con la única diferencia en el buen o mal gusto de sus integrantes ¿Los golpes militares y las dictaduras no tuvieron nada que ver en nuestra decadencia? ¿La noche de los bastones largos no mató la excelencia de nuestras universidades? ¿La culpa de todo es del voto secreto y obligatorio como el que lo llevó a él mismo a la presidencia.

La democracia republicana es el único sistema que permite la autocorrección de errores. Milei en lugar de cuestionarla alegremente debe aportar su virtualidad corrigiendo lo que mal se hizo en estos últimos 20 años, no distraerse haciendo guantes ante el espejo.

Por último, ya que tanto le gusta meter las sagradas escrituras y lo ecuménico, recordemos aquello del evangelio en de Mateo 22 cuando los fariseos le preguntan a Jesús si debían pagar tributo al emperador al pedir que exhiban una moneda y ver en ella la efigie de Tiberio contestó Cesar, a Dios lo que es de Dios”. A buenos entendedores pocas palabras.