Urtubey volvió al desenfreno verbal para defender a Macri. Ya no por cuestiones de gestión, sino ante los cargos que se le imputan al presidente por el acuerdo mediante el cual el Estado benefició a la familia presidencial por $4.000 millones. (Daniel Avalos)

Para el gobernador salteño, lo acordado entre el Estado que conduce el propio Macri y la empresa de la familia Macri es “normal en términos judiciales”. Lo anormal para Urtubey es la incorregible inclinación del mundo a opinar con poca información (“todo el mundo discutió hasta ahora sin tener la más mínima noción del expediente”) sobre esa condonación de deuda que los técnicos y expertos de la justicia calculan en más de 4.000 millones de pesos y 70 mil millones si la cifra se proyecta al 2033, año en el que debería concluir el diferendo.

También apeló Urtubey a un razonamiento más práctico. De esos que asegurando que todo lo que acerque a algún tipo de beneficio es bueno en sí mismo, casi siempre sirven para expiar los pecados terrenales como efectivamente el salteño buscó hacer con el presidente: “Voy a hablar como abogado y no como gobernador, ni como oficialista ni opositor: toda la vida fue mejor un mal arreglo que un mal juicio”.

Así hablo el Gobernador por el canal Telefé en la mañana de hoy: con desfachatez asombrosa. De esas que por un instante nos hace pensar que todos los que nos indignamos ante las evidencias – ciudadanos comunes y corrientes, técnicos y expertos de la justicia y hasta políticos oficialistas que se niegan a defender lo obsceno apelando a malabarismos verbales – somos desmedidamente estúpidos. De allí que declaraciones como las del Gobernador salteño transitaron por una franja indefinible de la dimensión política.

Y entonces uno opta por explicar lo absurdo a través de lo estrafalario. Para ello, recurramos a las lógicas no siempre debidamente reivindicadas por la ciencia política. Esas que el común de la gente denomina “saber popular” y que tiene por objeto observar, clasificar, interpretar y hasta desmontar las conductas cotidianas de los hombres y mujeres comunes cuyos razonamientos, como lo escribiera Rodolfo Walsh en Operación Masacre hace décadas, “suelen ser acertadas en las cosas concretas”. De ese tipo de saber proviene el título de estas líneas.

Y es que, aun cuando Macri no ha muerto ni física ni políticamente, el saber popular bien podría sentenciar que Urtubey defiende al Presidente como las viudas reivindican a sus extintos esposos. Ese saber popular podría recurrir, incluso, a lo que daríamos en llamar una “sociología popular del velorio”. Algo que todos estaríamos en condiciones de ejercitar porque casi todos hemos participado alguna vez de esos congojosos encuentros. Muchos de esos casi todos, además, hemos presenciado allí que la certeza de pérdida irreparable que atraviesa a los presentes produce conductas excepcionales. Una de ellas es la siguiente: allí, en los velorios, suelen forjarse súbitamente profundas amistades entre los asistentes y el finado. No importa que los primeros hayan conocido casi marginalmente al muerto que se llora, siempre se las ingenian para resucitar detalles o anécdotas que probarían que entre ellos y el finado los vínculos afectivos estaban blindados a todo, menos a la muerte.

Si al observador imparcial suelen incomodarlo situaciones de este tipo, ese mismo observador tolera comprensiblemente las conductas típicas de las viudas que, en el momento mismo de la partida irreparable del ser amado, se entrega a la vitalicia tarea de maquillar los defectos del extinto e incluso a glorificarlo. Cuando eso ocurre, es fácil ver que un rasgo característico de ese proceso que se lleva adelante en medio de suspiros, sollozos, lágrimas y lamentos que musicalizan, por así decirlo, la exagerada consideración que la viuda  manifiesta por el inanimado: difunde entre los presentes una biografía del muerto que no necesariamente se corresponde con la realidad, pero que indefectiblemente responde a la forma en que el muerto hubiera querido que lo valoren.

Cualquier semejanza entre este tipo de conductas y la de Juan Manuel Urtubey a la hora de defender a Macri es pura realidad. Una de las pocas diferencias entre las viudas auténticas y el actual Gobernador salteño radica, en todo caso, en que en este último lo cursi se potencia al infinito. No sólo porque, para glorificar a Macri debe exagerar al máximo las apariencias, sino también porque Urtubey debe exagerar lo orgulloso que está de hacerlo. Las loas de Urtubey a Macri, en definitiva, representan el fracaso del decoro que, en este caso, son de índole política e intelectual.

Convengamos… no se trata de algo novedoso en Urtubey. Después de todo, cuando él era un joven que soñaba con ser gobernador de la provincia escribió un libro que dedicó a su jefe de entonces, Juan Carlos Romero, de quien dijo, sin ruborizarse, cosas como estas: “Juan Carlos Romero se ha transformado así, por capacidad propia y de las circunstancias históricas, en restaurador del destino provincial” (Juan Manuel Urtubey: Sembrando progreso. Víctor Hanne. Marzo de 1999, pág. 228)

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