En el Centro de Atención a Jóvenes en Conflicto con la Ley Penal N° 1 se gestan diversas experiencias de comunicación. Una de ellas fue la edición de una revista de bolsillo a la que titularon “K’ onda!”. (Agustina Sily)

Los talleres multidisciplinarios son parte del núcleo educativo CAJ 7.210 del Centro de Atención a Jóvenes en Conflicto con la Ley Penal Juvenil N° 1 ubicado en la zona norte de la ciudad de Salta Capital. Son proyectos de extensión educativa que tienen por objeto promover nuevas formas de estar y de aprender en la escuela a través de la participación de los jóvenes en diferentes acciones organizadas en tiempos y espacios complementarios y alternativos a la jornada escolar.

La población que conforma este centro es fluctuante ya que los jóvenes por su condición de minoría de edad no poseen sentencias firmes.  Aloja únicamente adolescentes varones de 14 a 17 años y que según los casos puede nuclear hasta 60 chicos que acceden al taller de lectoescritura donde los jóvenes adolescentes producen los sentidos que los definen. La práctica los interpela, los lleva a repensarse, a constituirse en sujetos activos en la producción de su identidad.

Este proceso tuvo como corolario la edición de una revista de bolsillo a la que llamaron K’onda! “K’ONDA es nuestra palabra, nuestra forma de decir y pensar, es  una revista de los pibes del Centro de Actividades Juveniles (Caj) privados de libertad para hacer futuro…porque nuestra vida no termina en algún error cometido, porque tenemos la posibilidad de hacer cambios y ser mejores personas, porque podemos salir de la droga, porque opinamos, porque nuestra voz también vale, porque tenemos derechos.  Aquí vas a encontrar la vida de barrio, los conflictos con la ley y problemas con la policía. Aquí hay calle, tiros, dolores, pero también alegrías, esperanzas y felicidad”.  (K’onda: Editorial. 2015).

K’onda no es una revista institucional. Es el producto de los procesos comunicacionales previos a su edición y de la comunicación que consigo mismos sostienen los chicos. Está realmente apropiada por ellos, por lo que todas las publicaciones llevan el nombre de alguno de los pibes. Algunos de los escritores que pasaron por el taller fueron Franko, Fernando, Luciano, Francisco, Nicolás, Pablito, Brian, entre otros.

El delito es, en palabras de Gabriel Kessler, la parte visible de otros procesos menos evidentes y menos espectaculares para la opinión pública.  Los jóvenes privados de libertad han vivido una serie de experiencias familiares, escolares, barriales y laborales con rasgos compartidos que, si bien no explican las razones del delito, son el contexto en el que éstas se han generado y, por ende, analizarlas es imprescindible para su comprensión.

Los jóvenes participantes según sus palabras, están definidos por sus afectos. Son hechos de historias. Se reconocen como falibles. Quieren ser “alguien en la vida” y entienden que la forma de ejercer su ciudadanía, es siendo parte, a través del trabajo y el estudio. Tienen conciencia de la vulnerabilidad y finitud de la vida porque han vivido los decesos de seres queridos. Algunos, gran parte de ellos, poseen un consumo problemático de sustancias psicoactivas, situación que les genera un sentimiento de culpa. En sus producciones escritas, muchos jóvenes aclaran cual es el barrio del que vienen; el barrio es su lugar de pertenencia y se reconoce como forjador de la identidad.

Varios de los jóvenes manifestaron a través de la oralidad como también por medio de unos cuadernitos artesanales que crearon, -a modo de diario íntimo-, que la violencia se hizo presente en sus hogares de dos formas: entre cónyuges y de padres a hijos. Es frecuente que algunos de ellos expresen la angustia que les genera la posible violencia de género ejercida hacia sus madres mientras sus vidas transcurren en privación de libertad.

En este contexto, se escucha con regularidad que al hablar de la conformación de sus familias, los adolescentes expresan tener hermanos y padres en prisión, habiendo varios de ellos crecido con sus padres habitando el contexto de encierro. Otros de ellos enuncian que viven solos, con las abuelas, o con alguno de sus padres.

Mano dura ¿para qué?

Las demandas sociales de un incremento de políticas de seguridad se traducen en discursos políticos que abogan por la baja de la edad de imputabilidad, mayor presencia policial y militarización de los centros urbanos, además de penas más severas. Estas respuestas componen la “demagogia punitiva”.

El jurista Eugenio Zaffaroni plantea que frente a otros modelos de efectiva solución del conflicto, lo punitivo se comporta de modo excluyente, porque no sólo no lo resuelve sino que también impide o dificulta su combinación con otros modelos que lo resuelven. “Imaginemos que un niño rompe a patadas un vidrio en la escuela. La dirección puede llamar al padre del pequeño energúmeno para que pague el vidrio, puede enviarlo al psicopedagogo para ver qué le pasa al chico, también puede sentarse a conversar con el pibe para averiguar si algo le hace mal y lo irrita. Son tres formas de modelos no punitivos: reparador, terapéutico y conciliatorio. Pueden aplicarse los tres modelos, porque no se excluyen. En cambio, si el director decide que la rotura del vidrio afecta su autoridad y aplica el modelo punitivo expulsando al niño, ninguno de los otros puede aplicarse. Es claro que el director, al expulsar al niño, refuerza su autoridad vertical sobre la comunidad escolar. Es decir, que el modelo punitivo no es un modelo de solución de conflictos, sino de decisión vertical de poder. Por eso, justamente, es que aparece en las sociedades cuando éstas se verticalizan jerárquicamente. El modelo reparador es de solución horizontal y el punitivo de decisión vertical (…)”.

Podemos ver en esta idea expuesta por Zaffaroni la antítesis de la doctrina Giuliani, exportada al mundo desde Nueva York, a partir de 1993 y que ha “colocado en el ojo del huracán a los jóvenes de los sectores populares. ´Tolerancia cero´, como se denominó en Nueva York la campaña policíaca para combatir el pequeño crimen, bajo el supuesto de que quien rompe una ventana o hace un graffiti es capaz de volar un edificio en pedazos, no solamente ha impactado a los gobiernos del continente en sus ´programas´ de combate a la violencia, sino que además, de manera tenia pero eficiente, se ha instalado en el lenguaje de los medios de comunicación (la televisión, principalmente) para actuar como caja de resonancia de un imaginario al que le sobran miedos y le faltan chivos expiatorios(…)”.

Se trata de entender cuál es la eventual correlación entre estos condicionamientos, sin pretender adjudicarle a alguno de estos factores un rol determinante. Se trata también de prever cuales son los efectos perlocutivos de la criminalización mediática en nuestra sociedad y cómo resuenan en la vida de los pibes.

¿Cuándo empezaremos a pensar la seguridad en términos de inclusión? De acceso a una vivienda digna, de más y mejores escuelas, de hospitales con insumos e infraestructura suficiente. Se trata de preguntarnos por los porqués: ¿Por qué un niño muere aplastado por la pared de una escuela? ¿Por qué nos enoja que un joven nos insista en lavarnos los vidrios del auto pero no nos indigna que este joven esté trabajando en lugar de estar tomando en casa un té? ¿Por qué hay familias que no acceden a una vivienda digna y por qué hay amigos del poder que se ven beneficiados por los programas del IPV?

Se trata de ahondar en las realidades invisibilizadas y de asumir la responsabilidad  que los formadores de la opinión pública tenemos en la configuración de los sentidos que circulan. De proponer otras miradas, de alternar los lentes, de patear la calle, de conocer al otro del que hablamos.