Según organizaciones de Derechos Humanos son 400 las personas LGBTI desaparecidas durante la última dictadura, sin embargo esto no consta en informes oficiales. Los asesinatos de odio y la represión como continuidades que lastiman aún en las democracias y la importancia de activar la memoria como herramienta de lucha.

A 40 años del último golpe de Estado eclesiástico-cívico-militar, seguimos poniendo en práctica la memoria para entender nuestro presente y seguir denunciando a lxs genocidas de siempre. La memoria acallada de las disidencias sexuales y las torturas y aniquilamientos sistemáticos que sufrieron durante la dictadura, hoy como sujetxs protagonistas de la historia, gritan a viva voz que la represión continúa viviéndose a flor de piel en estas democracias.

A la hora de hablar de la situación de las disidencias sexuales, principalmente la de las travestis, tenemos que hablar de una continuidad histórica haciendo un detenimiento en ciertos momentos claves como lo fue la dictadura, donde la realidad se encrudece aún más. De todas formas, las metodologías y accionares sistemáticos de disciplinamiento y normalización siguen operando en democracia disfrazándose de simples abusos de poder o autoridad, con la cara lavada para que no parezca que los sistemas opresores quieren deshacerse de nosotrxs.

Las disidencias sexuales siempre fueron reprimidas y acusadas de atentar contra la moralidad de la sociedad. Es importante hacer una lectura crítica de las continuidades de ciertas prácticas. Como también, es importante repasar las estrategias que nos damos como movimientos y poner en práctica la memoria como arma de lucha.

Represión desde el Estado militar, el democrático y la izquierda machista

En los años donde sucesivas revueltas se estaban desarrollando en toda Latinoamérica y los gobiernos tomaban armas en el asunto, dirigidos por el gran digitador de las tragedias mundiales, Estados Unidos, las disidencias sexuales no tenían gran protagonismo como sujetxs revolucionarixs en el escenario político machista. Tanto para los represores como para las mismas organizaciones de izquierda, las maricas, lesbianas y travestis debían ser corregidxs, sea para no atentar contra la moralidad de la sociedad como por considerarse un vicio burgués que debía ser “reeducado”.

Desde las políticas gubernamentales y sus leyes, edictos y contravenciones policiales se crearon desde el primer gobierno de Perón e intensificado aún por todas las dictaduras que lo sucedieron, mecanismos represivos para prohibir las reuniones de homosexuales, su libre circulación por la calle y cualquier acción que ponga en cuestión el “orden moral público”. Esto se extendió hasta muchos años después de la vuelta de la democracia.

A través de la aplicación de los edictos que prohibía la “alteración del orden moral” y la “utilización de ropa del sexo opuesto”, la División de Moralidad de la Policía Federal purgaba la calle de maricas y travestis y llevaban un extenso listado de lugares y personas señaladas por su sexualidad. Por otro lado, dentro de las filas de la izquierda machista, que tampoco le daban lugar a la acción de las mujeres organizadas y movilizadas, se creía que la homosexualidad debía ser combatida tomando la acción de los revolucionarios cubanos con sus centros de reeducación, siendo la homosexualidad una debilidad y un vicio burgués.

Partiendo de estas prácticas, las dictaduras militares se encargaron de disciplinar estos cuerpos de las maneras más violentas siendo el último golpe el más sangriento de todos. Si bien no existen documentos que demuestren que haya habido personas desaparecidas explícitamente por su sexualidad, la presencia de travestis, lesbianas y maricas en los centros clandestinos de detención se traducía en una doble tortura, siendo sus cuerpos habilitados a cualquier tipo de violaciones posibles, como hacían con las mujeres.

Con la vuelta de la democracia y con el lento pero profundo camino que se realizó en la investigación y sistematización del accionar del gobierno militar y de las desapariciones forzadas, ninguna información concreta y oficial manifestó las torturas y asesinatos de personas LGBTI. El Nunca Más no relata en ninguna de sus partes experiencias donde lxs sujetxs sean travestis, maricas ni lesbianas. Es más, ni esas palabras ni sinónimos aparecen en su extenso documento. Según varias organizaciones de derechos humanos, fueron 400 personas LGBTI desaparecidas, con la seguridad de que se trata de muchísimxs más.

¿Nunca Más?

El poder fáctico de la Iglesia Católica con el papa argentino a su mando, el poder de las grandes corporaciones y los poderes políticos junto a las fuerzas represivas que los acompañan, siguen trabajando juntos e íntimamente ligados más allá de estar en democracia o dictadura. Todos machos que se regodean planificando la continuidad de este sistema a costo de la muerte. Pero, ¿qué es la democracia para aquellas identidades que no encajan en los cánones de lo socialmente esperado por el sistema patriarcal y capitalista?

Hoy ya no usan las mismas palabras y con el discurso que encierran los gobiernos en relación a las democracias, parece que ciertas prácticas ya no existen. Ya no necesitan la explicitez de la policía ni planes sistemáticos de aniquilamiento, (aunque existen en sus proyectos secretos y siempre vuelven de alguna u otra forma). Hoy tenemos una policía y una sociedad acostumbrada al maltrato, a la tortura y a la sangre, prácticas que hemos heredado de la historia que nos parió. Una policía que opera desde redes delictivas en connivencia con los poderes, impunemente. Redes de trata de personas y de narcotráfico activas en todo el territorio nacional e internacional. Un Estado que está perfeccionando sus protocolos represores a los movimientos sociales.

Pero el gran trabajo que han hecho las organizaciones feministas y LGBTI a través de estos años, han puesto al patriarcado en la plaza pública para que cada vez tengamos más y más herramientas para entender cómo el machismo opera en esta sociedad podrida. La violencia patriarcal está desperdigada por todos lados y no conoce de dictaduras o democracias si es que no se la combate desde abajo.

Hoy, en pleno siglo XXI, con las disidencias sexuales y las mujeres en el escenario político con el puño en alto, haciéndose respetar, pensando leyes, luchando contra la violencia machista; la desaparición, tortura y asesinato de personas está implícita y la sociedad se mantiene indiferente. Aún seguimos siendo invisibles. Siguen muriendo personas trans en pésimas condiciones o asesinadas por los machos. No existen, estando desaparecidas o muertas, prácticamente a la sociedad le da lo mismo. ¡Se matan a travestis en la cara de la gente! Y no sólo es la represión y la violencia más explícita y aceptada sino la traducción de tantos años de invisibilización y silencio en sus condiciones de vida: se les niega el acceso al trabajo, se les niega el acceso a la salud y a la educación. Hoy, aquellas travestis de más de cuarenta años, son sobrevivientes no solo a aquellos años de dictadura sino a las vejaciones que este sistema tiene preparado para ellas de antemano. Hoy, el promedio de vida de una persona trans es de 35 años aproximadamente. Como la de los mineros.

¡Se matan a travestis en la cara de la gente!

Hoy, en pleno siglo XXI, donde la palabra “diversidad” está en la boca de todo aquel progresista funcional a este sistema, siguen insultando y torturando en las calles a tortas y maricas. Laura Moyano, Pepa Gaitán, Diana Sacayán, y cientos de personas asesinadas y desaparecidas por crímenes de odio machista. La situación más reciente, la de Lautaro Blengio, activista estudiantil y LGBTI, secuestrado y torturado por la policía de Miramar por ser un militante puto. ¿Cuánto más tenemos que soportar? ¿Cuánto vamos a esperar?

La dictadura no sólo significó un modo de fortalecer la opresión capitalista y aniquilar todo cuestionamiento al orden político, económico y sociocultural de la burguesía, sino que dejó instalada una violencia simbólica muy profunda que sigue operando a pesar de tanto tiempo; que es tan poco. Modos de ver el mundo, de desintegrarnos, de individualizarnos, de no meternos, de no querer, de silencio. Hoy estamos más fuertes y organizadxs. El único modo de luchar contra este silenciamiento, contra esta desmemoria, es saliendo a la calle, organizadxs, contagiando la alegría de ser, defendiéndonos con uñas y garras, reclamando lo que es nuestro y exigiendo que Nunca Más sea una consigna para todxs y de una vez por todas.

Por Sebastián Alonso* / Arte por Repo para  Marcha