Con un 70% de los votos provenientes del interior, Urtubey hizo valer el peso de los intendentes para imponerse. La ventaja de Romero en la Capital sirvió de poco tras su pésima elección en un norte provincial en donde un mayor despliegue de Olmedo, de cara a octubre, amenaza las chances del exgobernador. (Daniel Avalos)

Aún cuando el gobierno justicialista ha protagonizado una de las peores elecciones de la historia, el 30% alcanzado le dio un triunfo que el mismo gobierno festejó con resonancia. Expliquemos lo primero con los archivos del Centro de Estudios Nueva Mayoría que resguarda los resultados de las legislativas nacionales de la provincia: el 30% actual es inferior al 46% de 1983; el 34% del 85; el 51% del 87; el 40% del 89; el 36% del 91; el 41% del 93; el 33% del 95; el 49% del 97; 42% del 99; 53% del 2001; 48% del 2003; 36% del 2005; el más del 50% del 2007; otra vez el 30% del 2009 y el más del 50% en el 2011. Tratemos ahora de explicar el resonante festejo oficial: estos datos que evidencian la enorme pérdida de adhesión civil a Urtubey no ensombrecieron el triunfo mismo porque este se dio en un terreno que, hasta último momento, poseía un alto grado de incertidumbre en torno a los resultados finales.

La eficiente estrategia oficial fue clara: apostar a la alianza con los intendentes, reforzar la misma en los distritos más importantes en términos electorales, e impedir que el voto bronca beneficie a Romero y sí a Olmedo.

Las cifras finales del pasado domingo confirman cada uno de esos puntos. De los 188.621 votos de Rodolfo Urtubey, el 70% provinieron del interior: 132.638. Sólo en seis departamentos la fórmula oficial no se impuso, y de ellos únicamente Capital era numéricamente importante, aun cuando su padrón electoral es menor al del interior en su conjunto (56%). El oficialismo argumenta que semejante apoyo del interior es hijo de las políticas de descentralización, que representarían un cambio radical de paradigma al abandonar un tipo de gestión capital-céntrica. Los desencantados de la política poseen una interpretación menos altruista: la descentralización es un método que permite aceitar y usufructuar el poder de los extensos aparatos clientelares que se montaron sobre la enorme concentración de pobreza de los municipios. En el marco de los resultados electorales de los últimos años, hay que decir que, aunque repudiable, la estrategia ha demostrado ser efectiva.

Reeditando la conducta de los famosos barones del conurbano bonaerense, los intendentes salteños transfieren sus poder territorial-electoral al gobernador, a cambio de lo cual, ese gobernador suministra mayores recursos a los municipios que los intendentes administran con total impunidad. Lo primero se ilustra bien con algunos ejemplos: desde el 2009 se transfiere más dinero a las intendencias a partir de un incremento de la coparticipación del Fondo Federal Solidario (retenciones a la soja) y la descentralización de la ayuda social implementada desde febrero del 2010. La impunidad, en cambio, puede rastrearse en la lectura de los cientos de informes definitivos publicados por la Auditoría General de la Provincia, que prueban el manejo irregular de esos fondos sin que la mala administración de ellos conlleve consecuencia alguna.

Otro movimiento oficial no menos exitoso y teñido de las mismas lógicas fue la implementación del llamado Fondo de Reparación Histórica en tres departamentos (San Martín, Orán y Rivadavia) que reúnen el 26% del padrón electoral con 232.325 electores. Los casi mil millones de pesos que alguna vez mal manejó el candidato oficial, terminaron dando sus frutos: Rodolfo Urtubey ganó con el 48% en San Martín (34.131), con el 38% en Orán (24.755) y con el 75% en Rivadavia (7532). Porcentajes muy por debajo de los alcanzados por el oficialismo en las elecciones para diputados nacionales de octubre del 2011, cuando en San Martín cosechó el 72,12%, en Orán el 70% y en Rivadavia un increíble 91,21%; pero que permitieron que los dos distritos más importantes del interior compensaran ampliamente los buenos números de Romero en la capital provincial.

En ese marco de baja del apoyo ciudadano a los candidatos oficiales, no menos importante resultó el empujón sistemático que el gobierno y su prensa afín realizó por Alfredo Olmedo, con el que se buscaba evitar la posibilidad de que el descontento favoreciera al adversario más temido, que era Juan Carlos Romero. La operación ha sido exitosa. Aunque el sojero estuvo casi seis puntos por debajo de lo cosechado en abril del 2011, el poco más del 19% del domingo pasado sirvió para lograr lo que el oficialismo buscaba: debilitar al exgobenador. En la estratégica Orán, en la categoría senador, Olmedo superó por más de 10 puntos a Romero; y en la aún más importante San Martín la diferencia llegó a casi el 8%.

Futuro incierto

El festejo por su triunfo en capital sólo le sirvió a Romero para disimular un revés provincial bien sensible. Ese resonante triunfo fue acompañado por la victoria en otros dos distritos poco relevantes cuantitativamente: Guachipas y La Caldera. La debacle romerista, sin embargo, estuvo en el norte. Era allí en donde debía perder por poco margen para poder hacer valer lo que ya todos anunciaban: su triunfo en Capital. Orán y Tartagal le dieron la espalda ampliamente. En Orán sacó 10.870 votos (16,83%) sobre casi 65.000 emitidos; y 7.093 sufragios (10,8%) sobre 70.400 emitidos en San Martín. Fue allí en donde el urtubeicismo le sacó una ventaja de 40.923 votos. Los mismos no sólo compensaron la ventaja de 20.000 obtenidos por Romero en la ciudad capital, también le sirvieron para explicar los 9 puntos de ventaja que el oficialismo alcanzó en todo la provincia sobre el exgobernador.

Tamaña ventaja no puede atribuirse sólo a la exitosa liga de intendentes que montó el gobierno y al fuerte impulso que el mismo gobierno hizo de la figura de Olmedo. Si este último pudo capitalizar en el norte provincial lo que Romero no, ello obedece mucho a razones de estricta historia reciente. Tartagal y Orán, después de todo, padecieron como pocos departamentos los procesos más descabellados en los 90. De allí eran miles de los 51.000 empleados de YPF reducidos a 5.600 en todo el país entre el 91 y el 93 cuando se privatizó YPF (Svampa y Pereyra: Entre la ruta y el barrio, 2003). Sólo de General Mosconi, los ahora denominados exypefianos fueron 3.500. Hombres y mujeres frustrados, que alguna vez emplearon sus indemnizaciones para levantar proyectos cooperativos y cuentapropistas que, a pesar de las promesas oficiales y privadas, no se convirtieron en opción de las petroleras, que montaban sus propias empresas satélites para tercerizar las actividades de extracción. Por eso el desempleo, allí, se transformó en un fenómeno estructural que la mayoría asocia a Romero. En mayo del 2001, por ejemplo, mientras la tasa de desocupación en nuestra ciudad era de un alarmante 17,1%, en Mosconi y Tartagal alcanzaba el escalofriante índice del 42,8% (Svampa y Pereyra, ídem). Por eso mismo, también, de los 220 cortes registrados en Salta entre 2001 y el primer cuatrimestre de 2002, Tartagal, Mosconi y Orán concentraban la enorme mayoría de los mismos (investigación de Osvaldo Ovalle, del Centro de Estudios Nueva Mayoría, citado en Política y Cultura Nº10. Julio del 2005, pág. 13)

Estas razones hacen improbable que el actual senador nacional pueda remontar esos nueve puntos que los separan del oficialismo. Menos aún en aquellos escenarios en donde la historia lo persigue y en donde Olmedo, con ayuda del gobierno, hará un despliegue fenomenal para desplazar del segundo lugar al mismo Romero. Esta es una posibilidad real, y Romero lo sabe. De allí que la primera reacción del actual senador haya sido apropiarse de una consigna del sojero: prometer un centro de rehabilitación para los adictos en cada municipio. De allí también, la emergencia de rencores al interior de ese espacio: algunas cabezas vinculadas a la campaña electoral en el norte deberán rodar, mientras las principales figuras de la fórmula tratan de no convertirse en dueños de la derrota. Guillermo Duran Cornejo, por ejemplo, blanqueó que con el romerismo capitalino no irá en las provinciales de noviembre. Sonia Escudero, por su parte, que está al borde de perder su banca en el senado, se mostró molesta por el poco protagonismo de las mujeres.

Nada grafica mejor el mal resultado del domingo pasado que, justamente, esta condición: las posibilidades de disgregación interna que el Jefe herido de muerte, deberá reprimir con controles de todo tipo a fin de no poner en riesgo su acceso a la senaduría.