Cuarto Poder dialogó con referentes barriales tucumanos que se organizan para luchar contra los estragos que produce el paco. Los mismos forman parte de la llamada Hermandad de los Barrios. (Agustina Sily)

Diego Correa es la décima vida que se interrumpe este año por el consumo desmedido de paco sólo en el barrio Antena, ubicado en la localidad de Alderete, al este de Tucumán. Es también uno de los seis hermanos de Cristian, quien hoy es referente de la llamada “Hermandad contra el Paco” que protagoniza una batalla sin cuartel contra el consumo de esta sustancia.

Un hecho fundante ocurrió en noviembre de 2015, cuando el hartazgo de los vecinos detonó -tras la muerte de un joven de nombre Carlos Galarza en manos de un “transa”- lo impensado: decenas de personas desalojaron por la fuerza a cinco familias señaladas como vendedoras y quemaron los narcóticos encontrados.  La quema de viviendas a los transas es un hecho social que se replica en diversas barriadas de Tucumán.

En Antena no hay un equipo territorial ni una comunidad terapéutica que aborde el consumo problemático; tampoco plazas para que los pibes hagan lo propio: ser pibes. Sí hay “doce o más” quioscos de drogas y una realidad lacerante: la iniciación en la pasta base de cocaína se da desde los nueve años.

Con la idea de aportar a la construcción de proyectos de vida, Cristian y otras voluntades realizan diversos talleres recreativos para contener a los chicos y promover la salud. Su lucha, es la lucha de muchos vecinos que forman parte de la organización interbarrial “La hermandad de los barrios”, integrada por Los Vázquez, El Sifón, Costanera, Antena, Santa Inés, 130 Viviendas y El Colmena.

Esta organización sin precedentes en la provincia, se preocupa y ocupa por un mejor futuro para sus niños. Quieren que la problemática sea incorporada en el sistema educativo y  demandan equipos territoriales de salud que trabajen en sus barrios, guardias de Salud Mental en todos los centros de salud, centros de internación para mujeres y Centros de Actividad Socioculturales.

Del pibe al transa

El “transa” es, en palabras del psicólogo social Emilio Mustafá -quien también habló con Cuarto Poder-, “el vecino que ayer te prestaba un kilo de arroz”.  Son muchas las familias que ante la necesidad se organizan en el negocio de la droga, relata Emilio. “Lo hace desde el más chiquito hasta el abuelo y son el último eslabón”. Cristian tampoco los justifica aunque entiende que es la salida fácil cuando no hay trabajo. Las mujeres generalmente se ocupan de la administración; decisión fundada en el imaginario social que instaló la idea de un mínimo involucramiento del género.

Todos coinciden al hablar de la connivencia policial, la cual Emilio denunció. “Al comisario de la 11, que luego trasladaron, lo vi en la casa de uno de los principales transas de La Costanera” afirma Mustafá, quien habla de lo difícil que es salirse de la venta, porque al intentarlo la policía arma la escena en la que les incautan droga.

Emilio cree que es posible rescatar a los chicos de las adicciones. Trabaja desde hace nueve años con dinámicas grupales en los barrios. Estos espacios comunitarios que integra como parte de la Secretaría de Adicciones en otros cuatro barrios, asisten en crisis y realizan un acompañamiento terapéutico a la persona en sus dimensiones bio-psico-social.

Los jóvenes que consumen paco presentan anemia, afecciones pulmonares, al hígado y “se le caen los dientes”, describe. Lograr una mejoría física es el primer objetivo. Para acercarse a los chicos, Emilio recorre el barrio y cuando encuentra jóvenes consumiendo, les pregunta qué necesitan. “A veces es un vaso de agua y un sánguche. El paco satisface el hambre y el hambre está creciendo”, dice.  La tercera etapa es aquella en la que se busca que los jóvenes se integren a la comunidad.

El punto flaco de los tratamientos con internaciones se torna palpable cuando los jóvenes vuelven a sus barrios y se presentan las recaídas. Es ahí donde el grupo y el trabajo territorial se constituyen como trincheras.

La droga es vista por Mustafá como una experiencia mediadora que opera simbólicamente induciendo al consumo: “El sabor del encuentro”. Es también el móvil que en ocasiones lleva a los jóvenes a robar un celular porque se lo cambian por treinta papelitos, expresa. Para Cristian, por su parte, es lo que los jóvenes han visto de sus familias, un medio para escapar de la realidad que viven; “Algunos quieren probar lo que es” dice. Esta manifestación comprende que los hábitos se aprenden en ocasiones por imitación y se vincula con el grado de intimidad y comunicación entre padres e hijos, cuya identificación favorece o contrarresta estos actos.

Tucumán se posiciona como un lugar de acopio y distribución de drogas. Emilio confirma esta idea y señala que si hay pasta base, es porque hay cocinas de cocaína. “La provincia es un embudo de las distintas rutas”, afirma mientras explica el derrotero que siguen las sustancias que ingresan desde diversos puntos del país: Por un lado desde Salvador Mazza y La Quiaca  y por el otro, por Formosa y Misiones, para finalmente salir por los puertos, Rosario, Buenos Aires y La Patagonia hacia Europa. Cree que para afectar la cúspide de grandes estructuras que realizan el tráfico ilegal de sustancias psicoactivas, es necesaria una política que los ahogue económicamente: una  restructuración de políticas anti lavados.

El próximo miércoles 31, la “Hermandad de los barrios” volverá a marchar porque no quieren “Ni un muerto más por la droga”.  Marcharán con la idea de agrietar la apatía de gobiernos que prometen políticas públicas integrales y criminalizan a la parte visible de un entramado colosal, que acepta y concede un lugar a la venta cuando mira de reojo la complicidad policial. Los vecinos de los barrios decidieron tomar la salud en sus manos y luchar hombro a hombro contra el consumo y su expansión.