Orán declaró la guerra a mosquitos que se cobraron 7 vidas e infectan una ciudad de 120.000 habitantes que posee 393 camas entre hospital, clínicas y sala montada por la urgencia. Una epidemia mal combatida que incluye plegarias colectivas. (Daniel Avalos)

Como en la novela “La Peste” de Albert Camus, en Orán la epidemia de dengue se convirtió en el único asunto del que se habla en el trabajo, las esquinas, los cafés y otros lugares de encuentro públicos y privados. Se lo hace con abierta inquietud y aunque a veces se opte por encubrir la charla con bromas que tienen por protagonista al intendente Marcelo Lara Gros, todos parecen estar un poco más silenciosos que de costumbre.

Los datos explican la situación. Las cifras benevolentes provienen de profesionales médicos abatidos que daban cuenta, al miércoles 20 de abril, de 952 casos: 874 de Orán y otros 78 que provenían de Colonia Santa Rosa, Embarcación y Urundel. Los muertos son 7: tres oranenses, uno de Colonia Santa Rosa, otro de Urundel y otro más de Pichanal. Sobre el séptimo se sigue discutiendo si murió por dengue u otra patología. Los que así informan son parte del círculo íntimo de la gerencia del hospital San Vicente de Paul, cuyas identidades reservaremos por expreso pedido de quienes aseguran que desde hace al menos tres semanas el nosocomio recibe entre 240 y 260 consultas diarias de personas que manifiestan síntomas de la enfermedad.

Existen datos más alarmantes: 1.150 casos confirmados a los que deberíamos multiplicar al menos por cuatro. La razón es sencilla de explicar: a cada caso detectado se le suma un entorno inmediato que por el solo hecho de padecer los síntomas de la enfermedad deben ser tratados como portadores del virus. La afirmación cobra relevancia por provenir de un profesional que sin reparos para revelar su identidad, es también el Jefe de Terapia Intensiva del Hospital San Vicente de Paul. Se trata del doctor Julio Cortez, profesional al que ningún oranense ubica en el círculo íntimo de la gerencia y menos aún del entorno del intendente Marcelo Lara Gros quien, en más de una oportunidad, tomó las alertas que el médico realizaba como habladurías propias de quienes lo exageran todo.

Mientras tanto, el hospital cuenta con sólo 250 camas para todas las áreas. En la última semana se sumaron otras 15 que fueron prestadas por hospitales de la zona y que se instalaron en el Centro de Rehabilitación para Adictos “Tinku”, devenido en hospital de campaña. Para el miércoles pasado se esperaban otras 20 comprometidas por la delegación Salta del PAMI. Lo real, sin embargo, es que aun sumando las 120 que en conjunto reúnen los sanatorios privados de la cuidad -Sanatorio Güemes y Sagrado Corazón- el total no alcanzaría para cobijar a los enfermos que terminan con tratamientos ambulatorios aun cuando el sistema sanitario carezca de personal suficiente para seguir a los pacientes, sufre falta de insumos y cuenta con abatidos profesionales que se preguntan cómo garantizar los análisis de laboratorio necesarios para cada caso.

Un hecho es indudable: aunque los pacientes se amontonen en la guardia del hospital San Vicente de Paul, no están allí las causas de una epidemia. Para encontrar las mismas hay que identificar razones generales y particulares que combinadas, explican por qué los mosquitos Aedes ganaron la guerra que recién ahora el intendente Marcelo Lara Gros pretende combatir.

El vector Lara Gros

Las generales indican que Orán se yergue en medio de una calor abrazador y húmedo propio del trópico, carece de políticas de higiene y saneamiento ambiental sostenidas en el tiempo y cuenta con una población que hace décadas sufre un deterioro socioeconómico irreversible. El censo 2010, por ejemplo, informa que de las 29.100 viviendas del departamento, 22.436 eran casas, 562 departamentos, 2.164 ranchos y 3.588 casillas. Allí habitaban 31.859 hogares de los cuales el 10.082 (34%) carecían de baños con descarga de agua. Hace seis años la población departamental era de 138.879 habitantes. Hoy sólo la ciudad de Orán cobija 120.000 habitantes.

Admitamos que esas condiciones no son distintas a las de otras localidades de los departamentos de Orán y San Martín. Ello nos desliza a bucear en las particulares razones que expliquen por qué cuando los avances de la intervención médica son asombrosos, resurgen enfermedades que parecían ser cosa de un pasado remoto. La respuesta es simple: ausencia de enérgicas campañas que combatan al mosquito Aedes que es el vector de la enfermedad y a las condiciones socioambientales que favorecen la reproducción del mismo. Es lo que el oranense medio denomina el “vector Marcelo Lara Gros”. La responsabilidad del intendente puede resumirse así: aunque la prensa local y los actores de la sociedad civil preveían el infierno de hoy, la municipalidad ni se proponía ni tomaba medidas sostenidas que contuvieran la epidemia.

Las advertencias, incluso, llegaban desde el coordinador de Epidemiología de Salta, Alberto Gentile, quien desde que fue eyectado de su cargo el pasado sábado mantiene su teléfono móvil apagado. El silencio del funcionario no impidió conocer detalles del frustrado proceso que protagonizó. Hasta funcionarios del ministerio de salud admiten que el investigador advertía desde septiembre de 2015 la eminencia del brote. La misma era hija de un análisis médico elemental: la presencia efectiva del virus en la ciudad de Orán y la alta densidad del mosquito que hace de vector del virus.

Lo primero era obvio: los brotes de los años 2004 y 2009 lo confirmaban. Lo segundo se establece con el llamado Índice de Infectación de Hogares que hace años realiza la “Palúdica” de Orán aunque ahora no es la encargada ni de difundir ni procesar los datos. El índice mide la cantidad de viviendas con reservorios de larvas a partir de muestreos en los barrios de Oran que surgen de la visita a una de cada cuatro casas por sector. Promediando el 2015, Gentile sabía que los índices eran superiores al 6%, porcentaje que advierte que la situación puede tornarse incontrolable. Cuarto Poder confirmó además que en la medición de enero del 2016, las autoridades sanitarias sabían que el índice llegaba al 28%.

Ni la provincia ni el municipio montaron lo que en el brote del 2004 sí se montó: una Sala de Situación. Los expertos consultados por este semanario explican el sentido de la misma con asombrosa claridad: es el lugar físico que concentra toda la información y reúne a un equipo sanitario de emergencia que debe diseñar la estrategia cotidiana para contener el brote epidemiológico. Lo último posee, a su vez, una dimensión sanitaria y otra territorial. La primera debe identificar casos febriles, establecer los nexos entre las personas infectadas para aislar el área de actuación de los vectores aprovechando que la capacidad de vuelo de los mosquitos es de 120 metros en dos días de vida, y clasificar los estados febriles para montar un seguimiento a los sectores más vulnerables ante la enfermedad: embarazadas, personas mayores de 65 años, diabéticos, pacientes de enfermedades crónicas y personas inmunodeprimidas.

La dimensión territorial debe encargarse de eliminar a los mosquitos adultos que hacen de vectores del virus y eliminar las larvas que reproducen a los mismos. Acá empezaron las discusiones entre Lara Gros y el propio Alberto Gentile. Mientras el primero estaba poseído por la idea de la fumigación; el segundo aseguraba que la misma sólo ataca a los mosquitos adultos y nada hace a las larvas, posee una capacidad de “volteo” que apenas supera el 20% de efectividad y desmoviliza a la población que ve en la fumigación la solución mágica al problema. Gentile optaba por justamente movilizar a la población con descacharrado que debía encabezar el municipio y apostaba por un método biológico que incluía la utilización de hongos que eliminan a las larvas sin dañar al ambiente.

Lo último también se habría convertido en una obsesión para el especialista. Los debates internos consumieron un tiempo valioso que privó a Orán del método más eficaz para luchar contra una epidemia lejos de representar un exclusivo problema de salud pública, es un problema de ambiente. La falta de descacharrado en Orán resultó letal para las siete víctimas registradas hasta ahora. Y ello explica porque allí se desató un infierno mientras Tartagal que posee condiciones climáticas y problemáticas sociales similares sólo tiene 32 casos confirmados.

La corrupción mata

Es lo que el médico Julio Cortez declaró a Cuarto Poder el miércoles pasado: “Todo el año pasado no se actuó sobre el medioambiente y el vector”. Es lo que también resalta la bioquímica Lucia Goitea, una de las mujeres que integro el Comité de Crisis contra el Dengue en el 2009 cuando la epidemia la atacó a ella y se cobró la vida de dos oranenses. Ni el mosquito adulto infectado, ni las larvas que luego nacen infectadas fueron incomodadas por la gestión del intendente que, sin embargo, siempre usó la amenaza de la epidemia para solicitar manejos discrecionales de recursos presupuestarios.

Justamente allí es cuando a las acusaciones sobre ineficacia en la gestión se le suman otras por abierta corrupción: el destino incierto que tuvo el dinero que nación enviaba para combatir al dengue e incluso los montos que a través de readecuaciones presupuestarias el propio Lara Gros sacaba de un lado para supuestamente emplearlos en su lucha contra los mosquitos.

Cuarto Poder no pudo acceder a los montos que desde 2010 a la fecha se transfirieron al municipio. Sí accedimos a documentación que prueba que el intendente declaró desde ese año un Estado de Emergencia Ambiental de seis meses de duración. El objetivo declarado: combatir al mosquito. El método preferido: facultarse a realizar readecuaciones presupuestarias para adquirir bienes y contratar servicios para cumplir el objetivo. El modus operandi: ejecutar las readecuaciones sin jamás rendir cuenta sobre lo gastado y los resultados obtenidos. La sospecha: Lara Gros desviaba recursos municipales para otros fines, para lo cual resultaba crucial nombrar su propia Coordinadora de la Lucha contra el dengue: la maestra Sara Rivero quien es señalada por los oranenses como acólita del intendente, técnicamente ineficaz para cumplir con la responsabilidad encomendada y absolutamente eficaz para apañar los manejos turbios de los recursos por parte del jefe comunal.

Así se llegó a un conflicto político durante el año 2014: el Concejo Deliberante aprobó el 22 de mayo y el 23 de octubre de ese año proyectos de resolución que exigían al ejecutivo municipal informar sobre qué se hacía con los recursos. Como nunca Lara Gros respondió a los pedidos, en marzo de 2015 los ediles Patricia Hucena, Eduardo Giménez y César Cisterna lo denunciaron ante la Fiscalía Penal Nº 3 por incumplir “dolosamente y en forma reiterada su obligación dispuesta en el art. 77 inc i y art. 77 inc. ll) de la Carta Orgánica Municipal”.

El carácter electoral del año 2015 sólo empeoró las cosas. En abril de ese año el Concejo Deliberante rechazó la declaración de la emergencia que, sin embargo, ya se había realizado en febrero de ese año: tres meses antes de las elecciones en la que Lara Gros buscaba la re-reelección. Tiempo suficiente para aprovechar el uso discrecional de los recursos de los que nunca rindió cuenta.

La espada y la cruz

Cuando obligado por las circunstancias el gobernador Urtubey se apersonó a Orán el sábado pasado, se encontró con un paisaje hospitalario desolador: un centenar de personas padeciendo vivos dolores en las articulaciones, postrados en camillas o sobre el piso, con los ojos enrojecidos por los estados febriles que parecían querer desgarrar los cuerpos. Optó entonces por fumigarlo todo. Fue allí cuando la suerte de Alberto Gentile quedó sellada para siempre. Allí también Marcelo Lara Gros se decidió por declarar la guerra abierta contra los mosquitos. Pasó de ser la “paloma” contra el dengue al “halcón” dispuesto a salirse con la suya en eso de aniquilar al enemigo. En la mañana y la tarde del día domingo, la guerra se inauguró con ataques aéreos: una avioneta civil ejercitaba hermosos giros en el cielo de la ciudad mientras regaba del poderoso insecticida DEPE a la ciudad, como se acostumbra en las guerras modernas, atacar por aire para ablandar al enemigo, en este caso los mosquitos, medida que traerá también algunas complicaciones dermatológicas a los humanos.

Mientras ello ocurría, el “estado mayor conjunto” municipal preparaba una ofensiva terrestre que se concretó justamente el jueves 21 de abril. El reclutamiento de la tropa comenzó el martes 19. Ese día, por la tarde, en la Casa del Bicentenario de Orán, la edil oficialista mandato cumplido Mónica Lerrán, se paró ante unas 180 personas entre policías, estudiantes de enfermería, agentes municipales del dengue y los llamados manzaneros para con una arenga incitarlos a la acción. Les recordó que “el jueves nos enfrentamos a una guerra” y que el triunfo contra el “bichito maldito” dependía de “hacer la tarea con espíritu generoso”. Los pelotones por manzana incluirían una manzanera encargada de convencer a los dueños de casa de lo prudente que resultaba abrir las puertas y permitir el descacharrado; un planillero que debía registrar las casas efectivamente tratadas; y un efectivo policial autorizado por una orden judicial que debía garantizar que el trabajo de saneamiento ambiental se concretara por las buenas o por las malas, si era necesario.

El resultado de la batalla fue exitoso. Entre otras cosas porque la población de Orán -malhumorada e irritada con el gobierno- concluyó que esas emociones no acaban con la epidemia y se sumaron al accionar. Los mismos resultados -1.500 toneladas de descacharrado- confirman sin embargo que las larvas infectadas tenían en Orán un paraíso que es la contracara del deterioro ambiental en el que viven los oraneneses. Un dato sí alarma al respecto: Las 1.500 toneladas de desechos se depositaron en el basural a cielo abierto en donde el tratamiento de la basura es nulo, y se levanta a escasos 400 metros del asentamiento Taranto: uno de los más populosos de toda la provincia y desde donde todos los días parten docenas de hombres y mujeres a reciclar cartones y plásticos.

Cuarto Poder consultó al exministro de Salud de la provincia, Carlos Ubeira, al respecto y la respuesta fue contundente. “Cualquier mosquito infectado que pique a uno de esos recicladores lo infecta. Es cierto que la capacidad de vuelo de los Aedes es de sólo 120 metros, pero ahí es el humano infectado quien dirigiéndose a su casa infecta a otro mosquito que se convierte otra vez en vector. A esta altura, a esta guerra no la gana el ´general´ Lara Gros. La va a ganar el ´general´ Invierno”.

Domingo tarde noche. Cientos de vecinos cargaron las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro a quienes solicitaron su intervención para acabar con sus angustias. El intendente Lara Gros se sumó a la plegaria colectiva. Tuvo sentido. Muchos aseguran que es practicante de esa religiosidad arcaica nucleada en torno al Opus Dei. Pero tuvo mucho más sentido porque sólo quienes se desentienden de los problemas terrenales que les explotan en el rostro, requiere del favor de golpes mágicos.

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