Por José Agüero Molina

Hablar de la dolarización es fácil; lo difícil es responder con precisión y en el marco de nuestro país, a cuatro preguntas: qué es, para qué sirve, qué pasará si se implementa y cómo estaremos seguros de que valdrá la pena el intento. A mi modo de ver, la incertidumbre actual es producto de la pérdida conceptual de la palabra “moneda” y de que quienes hablan de esto no se caracterizan por decir siempre la verdad: políticos, gran parte de la prensa y los economistas. ¿Qué es una moneda? Un elemento que debe cumplir tres funciones esenciales: dar referencia de cuánto valen las cosas, permitir comprarlas y ahorrar lo que no queremos gastar, siempre y cuando conserve su valor. Nada de esto se cumple en la Argentina y al resultar difícil adquirir bienes a costos sostenibles, el sistema de libre demanda desaparece y la gente busca una segunda moneda, o valor, en el que pueda confiar. Si se mira desde este ángulo, uno debe aceptar que la economía argentina ya es bimonetaria, efecto de la imparable inflación, de los defaults de la deuda pública y de la amenaza constante de congelar los depósitos; si bien el peso aún funciona como medio de pago, su papel de unidad de cuenta y reserva de valor está deteriorado al mínimo. En la práctica, esta situación limita la efectividad de las políticas fiscales, monetarias y cambiarias, quitando oportunidades al mercado de capitales local y generando una demanda adicional de dólares que quita del mercado sumas inmensas: ya hay más de U$S 260.000 millones fuera del sistema financiero nacional.

En el panorama de espanto en el que estamos, no hay más alternativa que recuperar nuestra moneda o dolarizar, lo que implicaría abandonar instrumentos claves de la política económica a un muy alto costo político. No se ve como un buen camino a tomar, sin embargo, Argentina ya incurre en una “dolarización real” – usa moneda extranjera como medio de pago y unidad de cuenta- y también en una “dolarización financiera”, pues usa el dólar para ahorrar. Al igual que una tormenta perfecta, un problema genera otro peor y así, la demanda de dólares para ahorro presiona al tipo de cambio, haciendo subir su valor y reflejando el proceso en las devaluaciones semanales. Esta volatilidad empuja a ahorrar e invertir en dólares, haciendo girar más de prisa la rueda y hundiendo a la moneda local, incluyendo a los bonos nacionales y en acciones de las empresas argentinas, las que ven así limitada su capacidad de financiamiento.

¿Y si reemplazamos al peso por el dólar? Sería como proponer a un pasajero del Titanic cambiar de camarote, pues, aunque limitaría en principio algunas fuentes de inestabilidad, no las solucionaría y daría un tiro de gracia al intento de conducir una política macroeconómica. Además, ¿Cómo se haría? Lo primero tendría que ser el canje de los pesos por dólares y alinear los flujos de ingresos y egresos del sector público. ¿Y a qué tipo de cambio se haría? Piense que se debería dividir la cantidad de pesos circulantes por las reservas en el Banco Central. A inicios de este año, el BCRA acusaba una reserva de 2.300 millones de dólares, por lo que si se los quisiera utilizar para reemplazar la base monetaria ($ 5.242.210 millones), el tipo de cambio sería $ 2.280 pesos por dólar. No parece tanto, tenga en cuenta que los depósitos de la sociedad tienen como contrapartida los pasivos del Banco Central, así que, si además se quisiera convertir estos pasivos ($ 11.017.136 millones), el tipo de cambio ascendería a $ 7.070 pesos por dólar. En ambos casos, no hace falta imaginar la tragedia que implicaría para la gente que no está en la política ni en los grandes negocios. ¿Y qué sucederá a la hora de alinear los ingresos y gastos del sector público? Obviamente, al carecer de una moneda propia, cada vez que el gasto público fuera mayor a su ingreso, solo se podría contraer deuda, aumentar impuestos y seguir viendo cómo reducir el gasto. A esto se suma la necesidad de reducir el déficit fiscal y comercial, de acumular reservas, alinear precios relativos e implementar una política de ingresos capaz de evitar la inflación residual en dólares. ¿Está nuestro país en condiciones de lograr todo esto? Cualquiera diría que no, pro lo más grave es que son los mismos requisitos de un programa de estabilización en moneda propia, lo que significa que habría que hacerlo de todos modos. Algunas de estas medidas son poco probables en el actual contexto, pero no lo serán cuando se inicie un proceso de estabilización, independientemente de quién gobierne.

Resulta curioso, no obstante, observar que muchos países, incluyendo casos como los de Brasil, Bolivia, Chile, México, Colombia, Perú y Uruguay, han logrado frenar la inflación sin sacrificar su moneda. Otros, que no lo consiguieron, apostaron a dolarizar su economía: Panamá, El Salvador, Ecuador, Montenegro, Kosovo, las Islas Marshall, Estados Federados de Micronesia y Timor Oriental, demostrando en algunos casos -Ecuador, Panamá y El Salvador- que las recetas mágicas no existen en el mundo real: en estos casos, la dolarización no redujo la volatilidad económica ni resolvió los problemas que generaron la dolarización. En tanto, la experiencia prueba que no se debe pesificar compulsivamente los depósitos en dólares, destruir las estadísticas públicas, incumplir compromisos de la deuda en pesos ni restringir el acceso al mercado de cambios, que es lo que hacen los Fernández.

Finalmente -y no por ello menos importante- está la cuestión salarial, ya que la conversión de pesos por dólares supone una grandísima devaluación con impacto en los ingresos de la gente, pues los posibles escenarios van de un dólar valuado en $2.430 a otro de $9.880, lo que significa que quien gana hoy un salario valuado hoy en U$S 840, podría pasar a ganar U$S 19, según advierte el paso de un dólar oficial de $ 224 a otro de $9.880; en otras palabras, la pérdida de poder adquisitivo en dólares iría del 68% al 98%, una licuación salarial ante la cual, lo que vivimos hoy nos parecerá un paraíso.

En mi opinión, el problema de Argentina no es su economía, sino la casta de políticos corruptos e inútiles, impunes además a sus desastres. Mal que nos pese, lo que viene seguramente será muy malo, con incremento de las tarifas de energía, pérdida de la capacidad adquisitiva, devaluación de la moneda y suba de las tasas, a la vez que se tornará imprescindible dar impulso a las exportaciones y reducir al máximo las importaciones, iniciando una política de integración al mundo diferente a la que impuso el peronismo.

La pregunta final sería la siguiente: ¿Es posible salir de la debacle en la que nos hundieron los políticos con los mismos políticos?

Mi respuesta es no, absolutamente no.