Por Alejandro Saravia

Uno llega a una etapa de la vida en que no sólo no soporta las falsedades, las hipocresías, el cinismo, sino que siente que debe ponerlas de manifiesto. Que los afectados por ellas  hagan después lo que quieran. Es en función de ello que hace mucho tiempo, tanto que creo que gobernaba aún Néstor Kirchner, escribí  una columna titulada FARISEISMO. En efecto, según el diccionario de la Real Academia Española, la segunda acepción de la palabra fariseo es la de tener una actitud hipócrita. Pues bien, la hipérbole, la exageración de la hipocresía es el fariseísmo. Dicha actitud caracterizó al kirchnerismo desde sus orígenes. “NO MIREN A LO QUE DIGO SINO A LO QUE HAGO”, decía su fundador, discípulo, obviamente de aquel presidente que señalaba que si él hubiese dicho lo que iba a hacer, no lo votaba nadie.

El peronismo tiene, claro está, su historia. Sus momentos de gloria, para ellos, y sus momentos de vergüenza que preferiría ocultar. Es natural. Es humano. Si se quiere, aquellos momentos de gloria pueden estar cifrados en su génesis, su nacimiento, el 17 de octubre de 1945 y en los tres primeros años de gobierno de Perón, del 46 al 49. En el tercer peronismo, es decir el que marca el final de la proscripción de Perón en 1972, un día de gloria fue el de su regreso, 17 de noviembre de 1972. Allí se marca el fin de la proscripción de Perón y del peronismo. Del primero porque no podía regresar a su país, del peronismo porque no podía presentarse a elecciones. Una proscripción real. Enorme error, desde ya, de los gorilas que pululaban en las fuerzas armadas y en algunos partidos políticos.

Insisto: aquello fue una proscripción real. Fue el momento de la tragedia. Lo que se vive hoy, teniéndola como supuesta proscripta a Cristina Fernández, es el momento de la farsa. El de la caricatura. Cristina Fernández es una condenada a pena de prisión por haber realizado una administración fraudulenta en perjuicio del estado nacional, significando un enriquecimiento personal calculado por la propia justicia en mil millones de dólares. La inhabilitación perpetua es una pena accesoria prevista en el código penal.

Pero no sólo el Código Penal establece esa pena. También lo hace la Constitución Nacional en su artículo 36, en el que se estipula que atenta en contra del sistema democrático quien incurriere en grave delito doloso que conlleve enriquecimiento. Estos delitos, por la Constitución, son imprescriptibles y no pueden ser indultados. Ella lo sabe por ser abogada y por haber sido constituyente en la reforma constitucional de 1994.

Ahora bien, ¿cuál es en esta instancia el momento de gloria? La equiparación de una proscripción con otra, la de Perón y el peronismo con la de la condenada Cristina Fernández, es una de las tantas imposturas. Y lo es por dos cosas. En primer lugar, porque Cristina Fernández, si quiere, puede presentarse como candidata y, con toda seguridad, lo va a hacer como senadora por provincia de Buenos Aires. No es que no pueda, es que no quiere o, mejor dicho, quiere victimizarse. Un acting. En segundo lugar, no lo es porque a Perón, si bien en momentos de alto gorilismo, se le imputó la comisión de delitos, su prontuario quedó limpio. Entonces, sucede que él no se presentaba porque por sandeces de los gorilas, no podía presentarse.

Lo que a mí me llama la atención es que los peronistas no salgan a defender su liturgia diferenciándola de esta impostura. Que no salgan a decir que el 17 de octubre de 1945 o el 17 de noviembre de 1972 es sustancialmente diferente de lo que ahora se pretende asimilar. Que aquellos fueron momentos de gloria, en cambio éstos son momentos subalternos. Propios de caprichos narcisistas de una persona que cree que todo le es permitido porque supuestamente la historia la absolvió.

En una de esas los que se dicen peronistas no salen en defensa de su historia por la razón dada por Julio Bárbaro, peronista histórico, y el peronismo en realidad ya no exista. Que sólo sea un recuerdo que da votos. Ahora, si es como dice Bárbaro, Cristina Fernández no es la única impostora. Serían impostores ella y todos los que lucran con ese recuerdo que da votos llamándose peronistas sin serlo, atraídos por la cínica conducta de solo pretender ganar elecciones llevados por un mezquino afán de lucro personal. Y eso, muchachos, es puro y duro fariseísmo, lo disfracen como quieran.