Por Karla Lobos

Dijimos que en la Salta de ayer, la élite económica coincidió casi siempre con la élite política, aunque no todos los grandes propietarios manifestaron el mismo interés por la actividad pública. De hecho, Saturnino San Miguel, considerado el hombre más rico de Salta y principal propietario de bienes inmuebles en nuestra ciudad, no manifestó interés por incorporarse a los más altos niveles de decisión nacional ni provincial, aunque tuvo algunas esporádicas participaciones de importancia.

Los Uriburu fueron los que siempre dieron la nota, muestra de ello es la conocida «Revolución de los Uriburu», que algunos también llaman «La farsa de los Uriburu», allá por 1864…

Resulta que Juan Nepomuceno Uriburu, fue electo gobernador de Salta el 11 de mayo de 1862 por un período de dos años, pero fue “depuesto” por su sobrino José, quien pretendió adueñarse del Gobierno Provincial antes de que Cleto Aguirre, candidato puesto para el cargo, fuera elegido. Una suerte de “autogolpe para el bien mayor”. Este incidente, que para algunos fue una “revolución” y para otros una “farsa”, concluyó con un trágico saldo de cuarenta muertos y ochenta heridos. Un alto costo para un chiste familiar. José y Juan Nepomuceno fueron apresados y desterrados de Salta al mejor estilo shakespiriano. Y en 1864, sucedió lo que ya estaba previsto, asumió como gobernador Cleto Aguirre. Los Uriburu fueron vetados y -queriendo o sin querer- dieron lugar a otro clan con grandes influencias que pasó a tener la primera plana del momento, los Ortiz.

La Constitución de 1855 establecía que el Poder Ejecutivo debía estar integrado por un ministro. Francisco J. Ortiz, hijo de Azucena Alemán de Ortiz -propietaria de la más acaudalada fortuna de Salta-, ocupó ese lugar durante el gobierno de Cleto Aguirre y renovó su cargo en el gobierno de José Benjamín Dávalos.

Tanto Francisco Ortiz como Cleto Aguirre influyeron en la elección de Sixto Ovejero como gobernador de Salta por el período 1867-1869. Esto en cuanto al ámbito político, pero en lo que hace a la vida social y sentimental de esta gente la historia se presentaba así: Francisco J. Ortiz contrajo matrimonio con Mercedes Ortiz Viola -su prima hermana-, hija de otra viuda de abundante patrimonio, Candelaria Viola de Ortiz, también madre de Miguel Serapio, primer gobernador de este período y quien, años más tarde, acompañó al presidente Victorino de la Plaza como ministro del Interior.

Juan Galo Leguizamón fue otro de los ricos propietarios de inmuebles urbanos cuya familia también accedió a la primera magistratura provincial. Su hijo, Delfín fue gobernador de Salta en dos oportunidades: el 3 de junio de 1871 la Asamblea Electoral de la Provincia, presidida por Sixto Ovejero, lo proclamó gobernador. Los miembros de esa asamblea eran Saturnino San Miguel, Vicente Anzoátegui y Juan Martín Leguizamón, hermano del flamante mandatario provincial. Estos tres integraban de algún modo el llamado “grupo de los 25”, propietarios más acaudalados de Salta y sucesivos presidentes de la Legislatura provincial.

Otro hombre de fuerte patrimonio fue Miguel Aráoz, quien se desempeñó como gobernador interino en varias ocasiones: desde mayo de 1854 hasta abril de 1855, luego en 1857 y en 1862, hasta que finalmente, en 1875 asumió como gobernador electo.

Tanto Aráoz como Pío Uriburu tuvieron sus intereses azucareros en la provincia de Jujuy. Allí también se dedicaron a esa actividad agroindustrial otros gobernadores salteños como Ángel Zerda y David Ovejero. El primero también es parte del grupo de los 25. En el caso del segundo, aparecen en la tabla su padre y su tío, Sixto y Querubín Ovejero.

La familia Patrón, a diferencia de los Ovejero, no tuvo una alta participación en la vida política local durante el siglo XIX. Sin embargo, Robustiano Patrón Costas influyó decididamente en la política provincial y nacional durante la primera mitad del siglo XX. Fue otro gobernador que incursionó con fuerza en la actividad azucarera. En 1918, una vez finalizado su mandato como gobernador, fundó el ingenio azucarero “El Tabacal”, mientras representaba a la provincia en la Cámara de Senadores de la Nación.

Para entender un poco la relación entre los principales inmuebles urbanos y los gobernadores del período, les hago un breve recorrido familiar, empezando por los más acaudalados, a saber: Azucena Alemán de Ortiz, fue la Tía de Miguel Ortiz, gobernador entre 1881 y 1883, y madre de Francisco Ortiz, siempre ministro. Los hermanos Patrón, son el padre y tío de Robustiano Patrón Costas, gobernador de Salta 1913-1916. Sixto Ovejero fue gobernador de Salta, entre 1867 y 1869. Querubín Ovejero, fue el Tío de Ángel Zerda, también gobernador. Juan Galo Leguizamón, padre de Delfín Leguizamón, gobernador de Salta en dos oportunidades. Mercedes Uriburu, fue la hija del gobernador Juan Nepomuceno Uriburu y hermana del gobernador Pío Uriburu. Juan Antonio Uriburu, fue el otro hijo del gobernador Juan Nepomuceno Uriburu y hermano del gobernador Pío Uriburu. Ángel Zerda, fue gobernador desde 1901 hasta 1904. José Uriburu, protagonista principal de la “farsa de los Uriburu”, depuso a su tío Juan Nepomuceno. Miguel Aráoz, fue gobernador de Salta también. Candelaria Viola de Ortiz, madre del gobernador Miguel Serapio.

De este cuadro se desprende que la elite económica participó activamente en los ámbitos de decisión provincial y nacional. Si bien no todos los mandatarios provinciales se correspondieron con “el grupo de los 25”, de los 14 gobernadores que hubo entre 1880 y 1916, cinco estuvieron directamente vinculados con este grupo: Miguel Ortiz, David Ovejero, Pío Uriburu, Ángel Zerda y Robustiano Patrón Costas. Y tres de ellos desarrollaron actividades ligadas a la producción y manufactura azucarera.

El enfrentamiento entre los Ortiz y los Uriburu es la historia de los Capuleto y los Montesco. Ambas familias eran las mayores propietarias de inmuebles urbanos, sumando patrimonios de 64.000 pesos los Ortiz y 68.000 pesos los Uriburu. Lo que las diferenciaba del resto de los propietarios es que las propiedades valuadas de ambos clanes eran viviendas familiares, mientras que en los casos de San Miguel, Patrón, Lavín y Anzoátegui se trataba de inmuebles comerciales. La preeminencia económica de estas familias fue acompañada por encarnizadas luchas políticas con las que unos intentaban conservar y otros acceder al control del Estado provincial y llegar a las esferas nacionales.

El historiador salteño Bernardo Frías, cuya obra cumbre fue la Historia del General Güemes, y también se desempeñó como Ministro de la Corte de Justicia de la provincia, fue un testigo de esa época y al respecto escribía: “Había desde antiguo dividido a los hombres de la política, y últimamente se había reconcentrado esa división en uriburistas y orticistas”. Estos enfrentamientos y rivalidades se aplacaron en la primera etapa de la Independencia, pero reaparecieron con más fuerza a fines de siglo, hablamos del XIX, por las dudas.

Los estudios genealógicos no dedicaron sus páginas a la familia Ortiz, que a diferencia de la de los Uriburu adquirió una identidad propia en las dos últimas décadas del siglo XIX. Sin embargo, estos rasgos de identidad tomaron forma desde lo político y no desde las relaciones familiares. El apelativo de “los ortices” hizo referencia a la influyente participación política de los primos hermanos Francisco, Miguel, Abel e Ignacio Ortiz, quienes lideraron el grupo que dirigió la provincia de Salta desde fines de la década de 1870 y durante los años ochenta. Al igual que Joseph Uriburu, Gabriel Ortiz de Espinoza formó parte del grupo de hombres provenientes de España que se afincó en la región producto de las migraciones borbónicas de fines del siglo XVIII e integró el cuerpo capitular. También encontró en el comercio mular la fuente del sustento familiar. Gabriel Ortiz trabajaba al lado de los principales empresarios muleros de la época, pero nunca fue uno de ellos, ni siquiera de los medianos. Era más bien una figura que cumplía varias funciones necesarias pero sin manejar capitales propios. Su incorporación al Cabildo como regidor es entendida como un excelente estado de sus relaciones y contactos. A la hora de elegir esposa, Gabriel Ortiz fue diferente de Joseph Uriburu. En 1799, con 32 años, se casó con Petrona de los Santos Acebedo, una mujer que no pertenecía a las familias beneméritas de Salta como Manuela Hoyos Aguirre. Esto lo alejó del espacio urbano. En 1804, Pedro Matamoros, amigo de Gabriel, compró una modesta casa en el Barrio de la Merced, valuada en 2.000 pesos, para Gabriel y su esposa. Allí nacieron Manuel en 1805, José Toribio en 1806, Francisco de Paula en 1807 y Serapio Eugenio en 1808. Rosa, la única hija mujer, nació después de la muerte de su padre en 1809. A diferencia de los vástagos de Joseph Uriburu, ni los hijos de Gabriel, ni él mismo, participaron visiblemente de la vertiginosa vida política local. A mediados de la década de 1810, en medio del inicio de las guerras de Independencia y la consecuente desarticulación de los vínculos comerciales con el Alto Perú, la viuda de Gabriel se trasladó con los pequeños a Potosí. José Toribio regresó a su ciudad natal en 1829 y el resto de los hermanos se dedicó a la actividad minera. Los nuevos y exitosos emprendimientos afirmaron la unión comercial y afectiva entre Francisco de Paula y Serapio. Con sólo 22 y 23 años ya eran propietarios de su primer emprendimiento minero y en 1832 empleaban a más trabajadores que cualquier otro empresario de Potosí. Manuel también siguió el camino de la minería. Su matrimonio con Carmen Fullá Mayora determinó su definitiva radicación en la flamante república boliviana, le permitió consolidar sus negocios y establecerse en la selecta sociedad de la Villa Rica. Francisco de Paula, en cambio, optó por casarse por una salteña. El 6 de noviembre de 1835, con 25 años, contrajo nupcias con Azucena Alemán Tamayo, quien contaba al momento de casarse con apenas once años. Esta elección fue decisiva en el futuro social y político de los descendientes de los hermanos mineros. La novia pertenecía a una importante familia local, tanto por su posición económica como por el reconocimiento que gozaba en la sociedad de la época. Su madre, Juana Tamayo Arias, formaba parte de la familia Arias Rengel, que si bien no pertenecía a las familias beneméritas, a mediados del siglo XVII tenía reputación de respetable y preponderante. El abuelo materno de Azucena era Félix Apolinario Arias Rengel, uno de los hombres más ricos de Salta durante la segunda mitad del siglo XVIII. Su abuela materna, Manuela Escobar Castellanos, se unió a Arias Rengel reforzando su patrimonio y uniéndose con una familia considerada benemérita. El matrimonio con Azucena fue también políticamente oportuno para Francisco de Paula Ortiz, ya que su flamante suegro era nada menos que el general Pedro Pablo Alemán, hombre de confianza de Alejandro Heredia -gobernador de Tucumán- y gobernador de Jujuy entre marzo de 1836 y noviembre de 1838. La actividad minera desplegada por la familia Ortiz en Bolivia les permitió a los hermanos recurrir a los servicios de emigrados salteños, como Facundo de Zuviría y Marcos Zorrilla. Entre 1830 y 1840, Francisco Ortiz se ubica cerca de aquellos que se habían opuesto a Güemes y de los “rosistas”, abrazando la llamada causa federal. El futuro suegro de Francisco de Paula sería el hombre a quien Martín Dorrego había elegido en 1827 para llevar adelante la fracasada conspiración contra el gobierno unitario de José Ignacio Gorriti, último bastión de este signo en el Norte después de la caída de Rivadavia. En 1832, Pablo Alemán adquirió una lamentable celebridad en la sociedad local, ya que el 11 de febrero declaró fuera de protección de la ley a los unitarios a José Ignacio y Juan Ignacio Gorriti, a Manuel y Cruz Puch y a Marcos Salomé Zorrilla, además de confiscar sus bienes y obligarlos a emigrar. En el intento de apropiarse definitivamente del gobierno de Salta, su antiguo compañero Pablo Latorre -a cargo de la gobernación de Salta- ordenó su ejecución. Estos acontecimientos no significaron el fin del futuro suegro de Francisco de Paula, ya que meses después apoyado por los hermanos Alejandro y Felipe Heredia, se transformó en gobernador de la recientemente constituida provincia de Jujuy, el 28 de marzo de 1836. A partir de ese año, yerno y suegro, desplegaron una relación ambivalente con el mariscal de Bolivia y protector de la Confederación Peruano-Boliviana, Andrés de Santa Cruz. El matrimonio con Azucena Alemán ubicó a Francisco de Paula como miembro de una red intrarregional, en un momento en que las élites regionales y transregionales dirigían el conflictivo proceso de construcción de las modernas entidades estatales, cuyos límites estaban todavía difusos. Al parecer, Santa Cruz tenía planes para anexar las provincias del Norte Argentino a la Confederación Peruano-Boliviana. Una carta dirigida por el secretario general Manuel de la Cruz Méndez desde el Palacio Protectoral del Cusco a Braun confirma que el Gobierno Protectoral lo había autorizado a un arreglo con Pablo Alemán para derrocar a los Heredia y crear un gobierno independiente en Salta y Tucumán. En la carta queda clara la participación de los hermanos Ortiz en aquellos planes, que incluían el nombramiento del suegro de Francisco de Paula como gobernador de Salta y un empleo efectivo de brigadier. “Si el Señor (Serapio) Ortiz consigue la realización de estos planes, el Gobierno Protectoral se obliga a indemnizarlo de los perjuicios que le hayan resultado de la emigración de su hermano del territorio de Bolivia”.

 

En 1838 el triunfo de Santa Cruz parecía inminente y los vecinos de la Puna jujeña habían firmado actas manifestando su voluntad de pertenecer a la Confederación. En medio de estos acontecimientos, el Estado boliviano rescindió el contrato con los hermanos Ortiz y les ofreció una compensación económica. A comienzos de 1839 ni Santa Cruz ni Alemán se mantenían en pie. El primero fue vencido definitivamente por el ejército chileno, en tanto que el segundo no tuvo otra alternativa que renunciar a la primera magistratura jujeña ante el asesinato de su protector, Alejandro Heredia. El regreso de Serapio y Francisco de Paula a su tierra natal fue inevitable y éste último compró su casa a media cuadra de la plaza principal de Salta.

Cualquier semejanza con la realidad local es mera coincidencia…