Hace tiempo, en una vieja columna, decía que no sabía qué me indignaba más, si el berretismo del kirchnerismo o su afición por la impunidad. Me sigue pasando lo mismo.

Por Alejandro Saravia

Estamos, qué duda cabe, en el final de un ciclo. La larga agonía de la Argentina peronista, lo calificó hace ya mucho tiempo Tulio Halperín Donghi. Ojo, no de la Argentina en sí, sino de la peronista, es decir de una cultura que en algún momento se adueñó del país. Cultura frente a la cual el propio Perón se vio obligado a decir que cada argentino debía producir por lo menos el equivalente de lo que consumía. Es decir que la crisis viene de lejos. El problema es que, ante un país tan rico, al menos en ese entonces, todos se sintieron herederos fáciles, hijos de ricos.

El tiempo nos mostró que no era para tanto y, para asombro de todos aquellos que nos auguraban un futuro venturoso, nos empobrecimos. De los primeros lugares nos fuimos a los últimos. Destino natural de los hijos de ricos. Sin embargo, es un lindo momento para pilotos de tormentas. Sucede que no aparecen. Insisto con una idea: no bastan gestores porque éstos, por definición, administran lo ya hecho. Gestionan una inercia, cuando acá se trata de romperla. Es por eso que los pilotos de tormenta son disruptores, forjadores de una nueva realidad. Se precisa, claro, liderazgo, audacia, imaginación y autoridad. Autoridad que deviene principalmente de la ejemplaridad, cualidad escasa.

Perón, en algún momento, ante la pregunta de un visitante foráneo, lanzó la frase que pasó a la historia, me refiero a aquella en la que señalaba que en nuestro país peronistas serían todos. ¿Qué significaba eso? Que sus banderas, o al menos, que su principal logro, la revolución social, estaba concluida y que, por tanto, el instrumento de ese logro debía necesariamente desaparecer. Por eso insistía en que su único heredero era el pueblo. En una de esas, viejo pícaro, lo decía porque se daba cuenta de la calaña de los que se anotaban como tales. Julio Bárbaro, peronista de la segunda hora, es decir de los 70, lo sintetiza diciendo que el peronismo ya no existe, que es sólo un recuerdo que da votos. El problema es que los que quieren vivir de un recuerdo, y hay varios, nos atan al pasado y lo utilizan a ese recuerdo para medrar con él, para enriquecerse. De ahí tantos sedicentes peronistas ricos, en una sociedad empobrecida. El propio Halperín Donghi, recién citado, completaba la frase diciendo que efectivamente el peronismo fue una revolución social, pero sin sustento económico. Ahí está una de las claves de nuestro fracaso colectivo porque insistimos con lo primero, sin tener en cuenta lo segundo.

Cómo salimos de allí? Pues, con esfuerzo. Si quieren, con  sangre, sudor y lágrimas, parafraseándolo a Churchill. Pero un esfuerzo con un sentido, con objetivos claros. La política, diría Fernando Henrique Cardoso, consiste en explicar. En mostrar ese sentido. En entusiasmar. Para eso es el liderazgo. Para mostrar el camino. Para convencer en la consecución del destino.  El entusiasmo tiene que tener una orientación, un rumbo. Hay que decir el qué y el cómo. No basta con el vano entusiasmo del muñequito pochoclero que se mueve todo el tiempo, pero siempre en el mismo lugar.

Lo de Cristina Fernández y Alberto Fernández es patético. Y es evidente que el único propósito de la primera fue la búsqueda de impunidad. Mientras tanto nos frota por la cara su impudicia cobrando, por mes, 2.800.000  pesos de pensiones que no corresponden. Un desfalco hormiga, si quieren. Además de un retroactivo de 120 millones. Otra manifestación temperamental del “alacranismo”. Una defraudación hormiga  permitida por sus huestes del ANSES. Es claro que nos muestra la profundidad de nuestra decadencia como sociedad y la lamentable dimensión de los dirigentes que supuestamente la guían. Si con ellos pretendemos rearmar un país, desde ya anticipo el fracaso. Por eso es que son berretas, quedando sólo su intención de lucro. Sueños de pequeños burgueses que no se bancan sus orígenes. Cristina no la soporta a Victoria Tolosa Paz por dos razones simples: Su mismo apellido, Tolosa, la remonta al mísero barrio de sus orígenes. Con un agravante: hija de un tilinguito rugbista del club Los Tilos de La Plata, al igual que aquél que en la adolescencia de Cristina la sedujo y abandonó. Tolosa Paz, linda, verborrágica, agalluda, estaba condenada desde un principio al infierno cristinista.

Todo pareciera señalar que estas elecciones del próximo domingo nos mostrarán que una puerta se va cerrando. Falta ver qué puerta se va abriendo. Esperemos que no sea una que nos devuelva al pasado. En algún momento, los argentinos, tenemos que hacernos cargo de nuestro futuro. Es por eso que los que ya fracasaron no tienen cabida en la conducción de la empresa.

Precisamente ese es el problema que aqueja a los candidatos a diputados nacionales propuestos en nuestra provincia. Algunos son solemnes desconocidos o desconocidas que no se sabe bien cómo llegaron allí, ni quién los puso. No se sabe, pero se intuye. Ese origen, también, los condena. Las remakes nunca son buenas. Sobre todo cuando se gobernó tanto tiempo una provincia que hoy figura como la más pobre del país y como la que conserva en su seno las mayores diferencias socioeconómicas. Ahora ellos, los que hicieron eso, ¿pretenden consagrar testaferros o personeros? Al menos se merecen la calificación de caraduras. Laven ante la justicia su buen nombre y honor, si lo tienen, y después conversemos.

Con todo, ya que las cosas nunca son lineales, se abre una nueva oportunidad que la historia brinda. Inevitablemente la misma exige un nuevo libreto y nuevos actores. Respecto de los antiguos protagonistas, los de siempre, o al menos, los de tantos años, ocultos o no, para ellos es el momento de que la propia sociedad haga tronar el escarmiento. En estas inminentes elecciones o en algún momento próximo de nuestra ajetreada historia.
Está claro, eso sí al menos, que un largo ciclo se está cerrando. Esperemos que el que se está abriendo sea distinto y nos libremos de una nueva frustración. Estamos jugando, seamos conscientes de ello, tiempo de descuento.