Martín Miguel Güemes Arruabarrena
La primera obra de memoria (en el Siglo XX) que menciona una relación familiar con el “bandido” catamarqueño, es la “La historia que he vivido” de Carlos Ibarguren Uriburu; nos describe el marco sociológico de la lucha política: “(…) Dos bandos se habían disputado treinta años antes el predominio en la provincia: el clan de los Uriburu – que había sido rosista y en la emergencia procuró el apoyo de Mitre – y el de los federales Urquizista, los Ortiz y sus allegados, a quienes se les tildaba de “mazorqueros”. Los partidarios de ambos bandos ponían tal pasión en esas bregas que en el año 1864 con motivo de la rebelión del 8 de línea y del alzamiento de don José Uriburu, sobrino de mi abuelo, para sucederle en el gobierno cuando éste terminó su período, trabáronse enconados y sangrientos combates en los que don José, sus parientes y amigos fueron derrotados; entonces, los adversarios triunfantes persiguieron con fiera saña a los Uriburu, se apoderaron de sus bienes e intereses, los obligaron a emigrar a Tucumán, y pusieron en prisión, tratándolos cruelmente y amenazándolos de muerte, a los que no pudieron huir; y como expresión de venganza que pretendieron eternizar, erigieron con odio en la plaza mayor una columna recordatoria del descalabro sufrido por la familia vencida, la que pronto reconquistó su prestigio y su influencia en el orden provincial y nacional.”. Ibarguren no relata lo ocurrido al grupo principista, federal, devenido Urquizista durante el gobierno rosita /mitrista que integran los Uriburu. La confiscación de tierras, prisión y exilio, lo habían sufrido con anterioridad los Gorriti, los Puch, los Güemes, en tiempos de Rosas, y luego con Mitre. Ibarguren continua: “(…) Yo oía el relato de esos apasionados episodios que excitaban mi imaginación y que se mezclaban con otro suceso más trágico aun que me infundía pavor: la invasión de Salta en 1867 por la horda montonera acaudillada por el capitanejo Felipe Varela, y el saqueo de la ciudad. En octubre de 1867 se supo en Salta que la facción de Varela se dirigía a la provincia. Las milicias locales salieron a los valles calchaquíes para enfrentarla y batirla; pero los invasores avanzaron por otros caminos sin encontrar a las fuerzas del gobierno. Ante la amenaza de los invasores, los vecinos de Salta improvisaron la defensa concurriendo a ellas los varones de todas las familias; se hicieron trincheras en los sitios estratégicos y se buscaron todas las armas que pudieran hallarse; había algo de pólvora, pero muy pocas municiones. Se echó mano entonces, para hacer balas y fundir el metal y el plomo, de los tipos de la histórica imprenta Los Niños Expósitos, la que había ido a dar a Salta en el año 1824, adquirida por el entonces gobernador general Arenales. Esa imprenta tuvo como primer regente en Salta al joven Hilario Ascasubi… En esos días de octubre de 1867 los plomos y el metal del taller de Los Niños Expósitos, gastados por cien años de uso y de historia, defendieron, por última vez, transformados en proyectiles, a la civilización amenazada, después de haber sido durante un siglo los elementos tipográficos utilizados para propagar cultura a los argentinos. El duro combate contra las hordas de Varela tuvo lugar el 10 de octubre y duró poco tiempo, hasta que se acabaron las municiones; quedó un centenar de muertos y heridos; entre los primeros mi tío Baldomero Castro que cayó con la cabeza atravesada por una bala. Los invasores ocuparon la ciudad durante más de una hora, saquearon los comercios y las casas particulares matando personas distinguidas; mi abuelo Antonino de Ibarguren, que había ido de su finca a Salta estuvo a punto de ser degollado. Las señoras, entre ellas mi madre, se refugiaron en las Iglesias y conventos donde no se atrevieron a entrar los montoneros. En ese trágico momento hubo de ser asesinado el ilustre anciano general Rudecindo Alvarado, que fue uno de los jefes del glorioso ejército de los Andes libertador de Chile y del Perú; lo salvó su vecino, un platero chileno llamado Víctor Morales. Mi tía doña Rosaura Castro de Güemes, esposa de mi tío Luis Güemes, fue amenazada de muerte por uno de los forajidos que le apuntaba con su trabuco; entonces ella exclamó: “¡No me mate, soy la hija del general Güemes!” Ante este nombre el asaltante, desconcertado, desistió de su criminal intento, y se limitó a exigir se el entregaran un par de botas y otros objetos que vio en la casa. La llegada de las tropas provinciales al mando del coronel Martín Cornejo obligó a huir a la montonera que fugó rumbo a Bolivia.” Hasta aquí, Carlos Ibarguren Uriburu. Me interesa destacar que esa tradición salteña no toma en cuenta tres hechos notables. El respeto de los montoneros a las Iglesias y Conventos (donde también se escondió el gobernador Sixto Ovejero), a un destacado protagonista de la gesta Sanmartiniana (Alvarado), y al nombre venerado del Caudillo de la Epopeya de la Guerra Gaucha, cuando el gaucho se saca el sobrero, y se retira. No estaban tan mal encaminadas las huestes Varelistas, en su tradición nacional. Mal podemos criticarlas por apoderarse de caballos, botas, alimentos… ¡durante una hora! ¡Pobres gauchos hambreados por la política porteña, portuaria!
El General Aniceto Latorre Sierra es quien convoca al Coronel Felipe Varela a ingresar en la provincia de Salta, en la lucha contra los unitarios. Es hijo del Coronel Pablo Latorre, gobernador federal rosista, asesinado en el Cabildo de Salta en 1834; y su madre fue doña Petrona Sierra, de antiguo arraigo en la zona de La Frontera. Nació en Salta, en 1816. Ingresó a las milicias güemesianas, y participó en la campaña contra Lavalle en las Provincias del Norte. Derrotado, emigra a Bolivia. Caído Rosas, Urquiza lo nombra Coronel de Caballería del Ejército de la Confederación Argentina. Ante la iniquidad de la Guerra del Paraguay, se retira, participando en la rebelión de las Montoneras federales contra el Gobierno de Mitre. Una interesante correspondencia con el Vicepresidente Marcos Paz, y cartas de Varela, certifican su protagonismo en la Invasión de Felipe Varela. Sin duda, estábamos ante una guerra civil, no ante un caso policial. Por algo, en su Proclama Revolucionaria, al comenzar la Cruzada Libertadora, Varela enarbola: ¡la Unión Americana! Jorge Abelardo Ramos en su obra: Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, afirma: “(…) El manifiesto que el caudillo insurrecto dirigió a los pueblos de la República no ha merecido la atención de nuestra ingente historiografía. Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, en su libro: “El Manifiesto de Felipe Varela y la Cuestión Nacional” realizan un pormenorizado estudio sobre este aspecto esencial del pensamiento del Caudillo norteño. La palabra Federación, tiene aquí una significación especial. Es un vocablo que envuelve un significado opuesto al Centralismo, que hemos combatido siempre en las provincias, para recuperarnos las rentas de la Nación confiscadas, centralizadas en Buenos Aires…” (Felipe Varela. Manifiesto, 1868) Apuntamos para conocimiento del lector, que la redacción del manifiesto correspondió al sacerdote Emilio Castro Boedo, autor años después de un importante libro sobre la navegación del Bermejo. Sin dudas, Varela influenciado por Castro Boedo, está bien rumbeado desde el punto de vista geopolítico. El Alto Perú, Tarija, el Bermejo, son vértices de nuestra tradición geo cultural. En cuanto a lo popular, a la tradición nacional, no debemos olvidar que existe un “ciclo Varelista” en el cancionero popular (Juan Alfonso Carrizo), que nos habla de una memoria criolla, gaucha; la música de proyección folklórica, en los años 60 (Siglo XX) incentivo las vivencias del orgullo provinciano. Tal es el caso de La Felipe Varela de Botelli y Ríos. Felipe Varela viene por los cerros del Tacuil, el valle lo espera y tiene un corazón y un fusil… En nuestra tradición documentada, Varela representó la resistencia de la tierra, de los humildes, a la ignominia de la Guerra del Paraguay, a la dictadura centralista del puerto, a la barbarie de Mitre y sus Coroneles Uruguayos, a la incivilizada conducta de Domingo Faustino Sarmiento. El Chacho Peñaloza, revivía en su persona, galopando rumbo a la Patria Grande.