Espejo

 

ALEJANDRO SARAVIA

 

Demian Reidel, actual jefe del Consejo de Asesores Económicos de Javier Milei, generó una fuerte polémica durante su participación en el Latam Forum, organizado por el Foro Económico Internacional de las Américas, que tuvo lugar en un hotel de Buenos Aires. Allí, dijo que el gran problema de Argentina es que está llena de argentinos. Lo hizo en un inmaculado inglés, respecto del cual no sé si el protocolo de ese evento así lo exigía, pero la cuestión es que generó reacciones inclusive dentro de su espacio, La Libertad Avanza. Uno de los que le salió al cruce fue un tristemente célebre influencer, o como se llamen los que sólo opinan por twiter o X, el denominado Gordo Dan, es decir Daniel Parisini, del cual lo único bueno que se puede decir es que nació en Santiago del Estero.

Sin embargo, aquello, lo de Reidel, sirve para que nosotros, los argentinos, nos miremos un poco al espejo. Para hacerlo, vamos a pedir alguna mano, alguna ayudita. En esa tesitura, los otros días, en un reportaje que le hacían a un gran politólogo, Andrés Malamud, éste recordaba aquello que se le atribuye a Simon Kuznets, o bien, según otros, a Paul Samuelson, sobre que en el mundo hay cuatro tipos de países: desarrollados, subdesarrollados, Japón y Argentina. Cuando a Malamud se le preguntó cuál era la diferencia entre Japón y Argentina, socarronamente respondió que en Argentina no había japoneses.

Prescindiendo de Reidel y de Malamud, acudamos a otras dos opiniones, una, vertida por un exsenador nacional, Luis Barrionuevo, quien dijo que nuestro país se arreglaría si los argentinos se comprometieran a no robar por al menos dos años. Dos años, nomás, pedía Barrionuevo, se ve que ni eso cumplimos.

La otra opinión que quiero refrescar es la que nos descerrajó un expresidente de la República Oriental del Uruguay, Jorge Batlle, cuando por abuso de un micrófono que no había sido desconectado largó aquello de que los argentinos, todos, eran ladrones, del primero al último.

Sí, ya sé que enseguida vino hasta Buenos Aires a disculparse por ante el entonces presidente, Eduardo Duhalde. Pero lo dicho, dicho está. Y está dicho porque antes fue pensado. Y, ojo, porque los uruguayos, que fueran integrantes como nosotros de las llamadas Provincias Unidas del Sud, nos conoce a los argentinos desde naranjos.

Si el nuestro es un país de ladrones y si las instituciones y las sociedades, como los pescados, se pudren desde la cabeza, el que seamos ese país de ladrones es responsabilidad de una de esas instituciones, en especial la que tiene como misión esencial perseguir y juzgar a esos funcionarios por los cuales nosotros, todos los argentinos, tenemos tan mal concepto. Me estoy refiriendo, claro está, al Poder judicial. En especial, al fuero que tiene competencia para controlar y juzgar a los funcionarios públicos. A nivel nacional, puesto que cada provincia tiene su propia historia respecto de esto, los jueces que tienen esa misión son los que están concentrados en ese ámbito conocido como los tribunales de Comodoro Py, sito en esa avenida de la ciudad de Buenos Aires.

El ideólogo, el creador, de Comodoro Py, es decir, de la cueva de los tristemente célebres jueces federales con competencia en los delitos genéricamente conocidos como de corrupción cometidos por los funcionarios nacionales, fue también un expresidente argentino, declarado prócer por Milei, al lado de San Martín y Belgrano. Estoy hablando, claro está, de Carlos Menem, quien lograra como senador nacional impunidad desde 2005 hasta 2021, año de su muerte. Se mantuvo incólume durante 16 años con varias causas penales en contra: una sentencia a cuatro años y medio de prisión por la causa de los sobresueldos, apelada; contrabando de armas a Croacia y Ecuador; una cuenta en Suiza que investigó el entonces juez Oyarbide; la imputación por la venta del predio de la Rural a precio vil que llegó a juicio oral 27 años después del hecho; la absolución por la llamada “pista siria” en el atentado a la AMIA, acusación que le hizo el fallecido fiscal Alberto Nisman; un nuevo juicio, pero en Córdoba, esto es, la acusación por las siete muertes en la explosión de la fábrica militar de Río Tercero, que -según la fiscalía- fue un armado para “tapar” el contrabando de armas a Croacia y Ecuador. A su vez, la familia presidencial estaba siendo investigada en la causa del Yomagate, una operación de narcotráfico de cocaína. Si estos, como podrán apreciar, son los próceres argentinos, la gente de afuera puede pensar legítimamente en cómo serán los que no son próceres…

Cuando Menem asumió la presidencia en 1989 había sólo seis juzgados federales en la Capital Federal. Menem pasó de seis a doce esos juzgados. Creó tribunales orales con 18 cargos federales y fiscales; 13 cargos nuevos de jueces en Casación con cuatro fiscales con el mismo rango. “Les dio cargos a todos”, cuentan que decía un camarista. Su entonces ministro de Justicia, León Arslanián, que presidiera en 1984 el tribunal que juzgó a los militares del Proceso, terminó renunciando con un portazo. De los seis jueces federales originarios, quienes gozaban de buen concepto, la mayoría fueron neutralizados al “ascenderlos” a los Tribunales Orales, una forma, claro está, de diluirlos.

A su vez, amplió el número de miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, de cinco a nueve, y puso de presidente a Julio Nazareno, socio del estudio jurídico de su hermano Eduardo, papá de Martín Menem, hoy presidente de la Cámara de Diputados de la Nación. Mecanismo que estaría por “copiar” su admirador, Javier Milei, en secretas conversaciones con la necesitadísima, por razones obvias, Cristina Fernández.

El considerado jefe de la camarilla de Jueces Federales de Comodoro Py, su organizador y aglutinador, es alguien que se hizo célebre este último tiempo, pero no por las buenas razones. Es Ariel Lijo de quien, el propio Milei que lo postulara para ser miembro de la Corte Suprema, dijo que lo hacía porque éste, Lijo, era el único que conocía a la Justicia Federal. Textual. Es decir, que el propio presidente Milei reconoce que lo postula a Lijo para ser Juez de la Corte porque es el jefe de la banda, porque es el que la conoce, que es como decir es el que la maneja. Esto es como poner a Alí Babá a perseguir a aquellos 40 ladrones de Las Mil y una noches.

El principio de revelación, invocado con frecuencia por los propios mileístas, devela el valor que los mismos otorgan a las instituciones. A tres días de concluir las extraordinarias y de inicio, en consecuencia, de las sesiones ordinarias del Congreso, Milei dispone por decreto designar en comisión dos jueces de la Corte Suprema. Ese es evidentemente un abuso de poder y, por tanto, irrazonable y enemistado con el espíritu constitucional. Por ello fue un alivio, una buena noticia, que el Senado de la Nación, por los motivos que fueran, haya puesto un límite a este desvarío cavernario. Es, en definitiva, su rol de control.

Mas, en definitiva, con esos antecedentes y estos sucesos, ¿podemos los argentinos gozar de un buen concepto? En conclusión: es bueno, a veces, mirarse al espejo.