Por: Alejandro Saravia

Y, sí, es una buena metáfora para graficar lo que se está haciendo con las instituciones argentinas. Lo engorroso es ver que personas que uno creía serias e inteligentes, se pliegan a estos dilates con la fe del converso, es decir, sobreactuando.

Es conocida la figura: ¿cuál es el mejor método para esconder un elefante en la calle Florida de Buenos Aires? Sencillo, llenarla a la calle de elefantes. Bueno, el juicio político en contra de la Corte de Justicia de la Nación es algo así como eso. ¿Cuál es el mejor método para disimular las causas en contra de Cristina Fernández de Kirchner que se le siguen por corrupción?: También sencillo, enjuiciar políticamente al tribunal que tiene la última palabra y de ese modo enlodar a toda la justicia. Ingenioso, pero patético: denota un desprejuicio y una desvergüenza alucinante.

Los mismos que fueron los máximos responsables de llevar a la justicia federal a sus actuales integrantes, es decir, los responsables de esa justicia tal como está, se rasgan las vestiduras pretendiendo solucionar lo que si no hubiese sido por ellos no existiría: desde 1983 tuvieron, y tienen, mayoría en el Senado de la Nación, órgano constitucional destinado a prestar acuerdo a los jueces federales.

Mas no sólo eso, presidieron, y presiden, la Comisión de Acuerdos del mismo Senado desde esa fecha. Su primer presidente en esta etapa de restauración democrática iniciada en el 83, fue el inefable Vicente Leónidas Saadi, de Catamarca, célebre por haber sido uno de los pocos que engañó a Perón.

Narro la historieta por si no la conocen: siendo un joven de 28, 29, años, contrató a un imitador para que haciéndose pasar por el general Perón, cuando éste era un león carnívoro y no herbívoro, se comunique con el presidente de la Asamblea legislativa de Catamarca y le diga que él, el Perón falso pero que se hacía pasar por el verdadero, vería con sumo agrado que se eligiese como senador nacional al joven Vicente Saadi, persona a su mirar muy prometedora. Recordemos que hasta la reforma de 1994 de la Constitución Nacional, los senadores eran elegidos por la asamblea legislativa de cada provincia, no por el voto directo de los electores. Perón nunca le perdonó a Saadi “la jodita para Tinelli”, pero a través de ella llegó, en los albores del peronismo, y por primera vez, a la Cámara de Senadores de la Nación. En la década de los 80 llegaría, ya sin engaño, nuevamente al Senado y a presidir en él a la comisión de Acuerdos, cernidor de todos los aspirantes a jueces federales.

A partir de ese momento se armó la justicia federal a imagen y semejanza de este “prometedor” Vicente Leónidas Saadi, ya no joven pero aún más mañero. Con un agregado: colaboró en el armado de esa justicia otro “prometedor” funcionario peronista, ya no de Catamarca pero sí de su vecina provincia de La Rioja: Carlos Saúl Menem, el innombrable. Estas dos monaditas fueron los encargados del armado de la justicia federal, especialmente de la capital federal, hoy ciudad autónoma de Buenos Aires o CABA. A eso se le va a sumar, más adelante, otro lerdo para el enjuague: Néstor Carlos Kirchner, quien fuera gobernador de Santa Cruz y electo por default presidente de la república. Todos buenos muchachos, como se puede apreciar.

Como diría no sé quién, pero me gusta la frase: “dura es la verdad, mas no en tu boca”. Cualquiera puede pretender rearmar la justicia, cualquiera, pero no un peronista imputado de diversas figuras penales vinculadas al enriquecimiento personal. Como diría el poeta León Felipe, al cual me permito parafrasear: para enterrar a los muertos como debemos, cualquiera sirve, cualquiera, menos un sepulturero. Se entiende?…

Y no sólo eso. En la Comisión de Juicio Político de Diputados tienen mayoría, mas no les alcanzan los votos en la Cámara de Diputados para acusar y menos en el Senado para juzgar, de modo que en esa comisión de barras bravas como Moureau y Tailhade, van a “melonear” la causa para hacerla durar todo este año y fijar así la agenda de la campaña electoral. Todo sea en tributo a una melanomanía. Como ya dijimos en otro momento: después de mí el diluvio (Luis XV).