Reeditando un rito que lleva 323 años, el Milagro también incluye escenas de niños trabajando frente a inspectores que luchan contra el trabajo infantil, gran variedad de merchandising y falta de control de la higiene alrededor de la Plaza pincelando una cultura de la indolencia e indiferencia hacia el otro. Felipe Hipólito Medina*

Comienza el Tiempo del Milagro. Las campanas de la Catedral repican a duelo, en  lastimoso sonido que recuerda los días funestos de aquel “terrible castigo” del 13 de setiembre de 1692, donde Salta se derrumbó por los “espantosos terremotos”. Cada 6 de setiembre, la Plaza 9 de Julio, merecería llamarse Plaza del Milagro, porque todo el paisaje urbano cambia abruptamente. La novena empezó. La gente se agolpa en la Catedral y ella se prolonga en la calle España, Mitre, y toda la Plaza, como un gran templo natural donde se rinde culto a aquel Cristo olvidado durante cien años, y que fuera sacado como un estigma contra los terremotos, en un rito que sigue inalterable desde hace 323 años. Se genera un clima de fiesta, tensión, nerviosismo.

Nerviosismo y tensión que involucran a toda la sociedad, incluso al ámbito político, a los creyentes y a los que no lo son. Es una marca registrada en la cultura salteña,  y por esta historia y por esta cultura, independientemente, de la religión que se profese, se han dictado una serie de normas para la organización de los festejos. Esta interrelación entre las fuerzas vivas de una sociedad, los organismos de gobierno y las autoridades de la iglesia católica se ven con más naturalidad y claridad en los pueblos del interior de cualquier provincia del norte argentino, y de modo peculiar en la ciudad de Salta. Algo tan natural para nosotros, es inaudito para el mundo urbano globalizado donde la cristiandad, prácticamente, ha desaparecido.

Sin embargo, aun reconociendo un justo laicismo en las relaciones del estado con las instituciones religiosas, el Milagro invade las calles y rutas de la provincia con peregrinos que expresan sus sentimientos en el caminar hacia el Santuario, lugar elegido por Dios para realizar un pacto o alianza, que se renueva año a año. El caminar es uno de los ritos o acción propia del pueblo cristiano, que es común a las tradiciones religiosas más antiguas. El que camina para llegar a un “lugar santo” es llamado peregrino. Este término designa al hombre que se siente extraño en el medio en que vive, donde no está sino de paso en busca de la ciudad ideal. Peregrino es un símbolo religioso que corresponde a la situación terrenal del hombre que cumple su tiempo de prueba, para acceder, al morir, a la tierra prometida.

El rezo de la novena marca el inicio de la fiesta. Esta novena escrita en el año 1760 por el Pbro. Dr. Francisco Fernández, es rezada por ancianos, adultos, jóvenes y niños, portando el “librito»”en diferentes ediciones;  se reza en la mañana, la tarde, la noche y la trasnoche, aún con la Catedral cerrada, haciendo de la Plaza mayor de Salta un Santuario al aire libre.

La gente va hacia la Plaza a “milagrear”, un neologismo que indica movimiento, interacción, puesta en marcha de todo lo que acontece en las fiestas del Milagro. La gente sencilla, más allá de cualquier conflicto institucional o político, expresa su religiosidad.

La Plaza 9 de Julio, convertida en un Santuario a cielo abierto, alberga y expresa un paisaje humano salteño lleno de curiosidades, por ejemplo, más allá de las normas vigentes es normal, pintoresco y “folklórico” ver niños trabajando frente a inspectores que luchan a brazo partido contra el trabajo infantil, o ver la venta de una gran variedad de merchandising del Señor y la Virgen del Milagro, de la Virgen del Cerro, del Papa Francisco, Rosarios, Llaveros, Cuadros, etc., etc., ofrecidos al público en un clásico comercio ilegal, sin contar los que se irán sumando a medida que se acerca la fiesta principal. También es preocupante para el clima festivo la falta de control de la higiene, alrededor de la Plaza, responsabilidad compartida por los negocios, el estado y la sociedad toda.

No es sólo responsabilidad del Estado, que mal no le vendría refrescar sus obligaciones y comenzar a ponerlas en práctica, también lo es de los comerciantes, de los que visitan el Santuario y de la sociedad toda que mira para otro lado una realidad que nos golpea fuerte, como es el comercio ilegal, el trabajo esclavo o trabajo infantil. Miramos para otro lado porque la rutina nos dejó ciegos para criticar o el miedo a expresarnos nos aprisiona y sólo nos quejamos en una mesa de café y en reuniones privadas.

El gran Milagro para Salta sería un cambio de mentalidad en la cultura de la indolencia, de la indiferencia hacia el otro, sobre todo los más vulnerables, un cambio de mentalidad en el cuidado de la casa común, y la casa común es nuestro planeta tierra, nuestra ciudad y sobre todo nuestra cara visible y carta de presentación al mundo: La Plaza 9 de Julio.

 *Licenciado en Ciencias Religiosas