La elección de Bettina Romero reavivó a los apagados armadores de aquella familia que ahora buscan posicionarla de cara a 2019; también pretenden aprovechar el debilitamiento del oficialismo provincial para reestructurar acuerdos que mantengan vivo el diálogo abierto en el Pacto de las Costas. (Franco Hessling)
Ésta fue una de las semanas más agitadas en la política salteña de la última década. Por primera vez desde que asumió como gobernador, Urtubey sufrió una caída sin atenuantes. Ni la sorpresa del Partido Obrero en 2013 ni la conquista de la intendencia de Gustavo Ruberto Sáenz en 2015 fueron tan rotundas. Los resultados del domingo acarrearon algunos nombres para la discusión electoral con miras a 2019. Además de confirmar a Sáenz, por fuera del oficialismo quedaron bien posicionados Sergio Leavy, Martín Grande y Bettina Romero.
En el entorno de ésta, la importante cosecha de votos en la capital significó una inyección de fuerza que venía siendo esquiva desde hacía varias elecciones. Los romeristas se ilusionan con su vigencia dentro del campo político actual, adonde bien podrían encabezar, o eventualmente secundar, un proyecto para la gobernación dentro de dos años. Los Romero, aunque eclipsados por malos resultados en la provincia, venían manejándose con astucia dentro de las maquinarias electorales nacionales alineadas con el “cambio”. Bettina siempre se definió como parte del PRO mientras que Juan Carlos mantenía fluidas comunicaciones con el líder del Frente Renovador, Sergio Massa, y con el cordobés, José Manuel de la Sota.
Esa triangulación quedó en evidencia en las actitudes políticas del intendente capitalino desde 2015, después de ser candidato a vicepresidente de Massa. No titubeó en ofertarse como candidato oficialista del consenso con el peronismo disidente para llegar a la presidencia de la Federación Argentina de Municipios -cargo que finalmente quedó en manos de la kirchnerista Verónica Magario-, ni hizo rodeos para encolumnar al massismo salteño dentro de Cambiemos en los recientes comicios. Justamente, Sáenz tendrá como principal competidora dentro de la maquinaria electoral del cambio a la hija de Juan Carlos y nieta de Roberto.
No está sola
No es ninguna novedad que el esquema tradicional de partidos está en crisis. Del príncipe al partido, en términos de Gramnsci, y del partido a las maquinarias electorales, digamos nosotros. Las maquinarias electorales, a diferencia de los partidos, se desapegan absolutamente de las matrices doctrinales y ven la política desde un punto de vista lúdico, no bélico. Es ganar o perder jugando, no luchando. Hacer lo que sea para ganar, aún a costa de “comerse sapos” -personas que moralmente deshonran la política, digamos-, se vuelve una constante en las maquinarias electorales. Éstas se componen tanto de ese triunfalismo como de una fiebre sufragista, como si la política tuviese su éxtasis máximo en el goce de meter la boleta en la urna. En ese punto aparecen matices, no todos están dispuestos a hacer cualquier cosa por ganar. Algunos juegan a que otros pierdan. Entre los que son derrotados en una elección están quienes son insurgentes, los partidos, y quienes son inoperantes, pretendidas maquinarias o maquinarias sin óptimo funcionamiento. Los/las que ganan, sobra decirlo, siempre son maquinarias electorales consolidadas.
En la maquinaria electoral están los y las triunfalistas inescrupulosos y las estructuras que organizan su agenda política en función de elecciones. No ahondemos en eso, en cambio, digamos que los últimos comicios demostraron que los “sapos”, normalmente enquistados en los circuitos de poder público-político-privado, van aprendiendo los cambios que imponen los tiempos. Por primera vez desde la contundente derrota en 2015 frente a Urtubey, la familia Romero ve una luz en el camino para la herencia de Juan Carlos, el último del linaje que gobernó la provincia. Bettina es mujer y joven pero sobre todo acaba de ganar las elecciones a diputados/as provinciales de manera contundente. Inmediatamente se cuela su nombre en la discusión de la maquinaria electoral opositora al gobernador, adonde el mejor posicionado es el intendente capitalino, Gustavo Ruberto Sáenz. Bettina Romero y Martín Grande, quizá junto a un ulterior Miguel Nanni, parecen ser los únicos nombres que disputarán la hegemonía en la maquinaria electoral del “cambio” con miras a 2019.
No hay que ser un ilustrado para concluir que el lunes último habrá sido un día de jolgorio para el romerismo. Las flores de la primavera en su mejor versión, el día después de ganar las elecciones, a dos años de que Urtubey abandone necesariamente la gobernación. No habrá faltado el que recordase que la soleada jornada era un gran “día peronista”.
Embebidos/as en las mieles del triunfo, hasta el/la menos agraciado/a se ufana de distinción intelectual. Bettina registró un pulido cuidadoso en los últimos dos años, desde que se estrenó como pre-candidata a diputada nacional en 2015, cuando cayó en las PASO con Nanni, presidente del radicalismo salteño y diputado nacional por Cambiemos. En la campaña de este año se mostró solvente con el simple blasón de que ella no es su padre, Juan Carlos. Las inquisiciones fueron tan cerca que ni siquiera tuvo que hacer variar el blasón argumentando que ella tampoco es su abuelo, el extinto “don Roberto”. Sorteado el obstáculo de la relación familiar, habló con mayor fluidez y quedó bien posicionada en muchas entrevistas.
No obstante, Bettina no está sola, es el más reciente huevo de la serpiente, una familia de poder desde hace unos 70 años, cuando Roberto Romero fue uno de los que aprovechó la movilidad social ascendente, escalando raudamente posiciones económicas durante los 60 y 70. Don Roberto primero se quedó con El Tribuno y después se convirtió en una figura pública a través del Ateneo Cultural que funcionaba en Deán Funes 92. Fundó barrios cuantiosos, El Tribuno, el Periodista y el Intersindical, entre otros, y cuando se convirtió en gobernador, en el 83, proliferó la obra pública megalómana con construcciones como el estadio Delmi y el teleférico hacia el cerro San Bernardo. Un altruista, un derrochador o un blanqueador, no afirmemos nada. Juan Carlos, hijo de don Roberto y padre de Bettina, fue senador nacional electo durante el gobierno de su progenitor, luego gobernó la provincia doce años, y desde entonces es, otra vez, senador nacional. Tiene una veintena de causas de corrupción en su contra, nunca se presentó ante la Justicia, cuenta con fueros ininterrumpidos desde hace décadas.
No sería extraño…
A principios del año pasado, tras un 2015 que significó el arribo al poder de Cambiemos y la confirmación de la dominación de Urtubey en la provincia, Juan Carlos se reunió con el gobernador en lo que la prensa bautizó como el “Pacto de las Costas”. En aquella cita, que por supuesto no empezó ni terminó en el encuentro que trascendió, se negoció el freno de las causas contra Juan Carlos Romero, que de la mano del hermano del gobernador y senador nacional, Rodolfo Urtubey, ya habían llegado hasta el senado, donde se había ingresado el pedido de desafuero. Juan Carlos, debilitado por las elecciones de 2015, puso sólo otra condición: su hija Bettina.
Los medios oficialistas, la mayoría en Salta a la que después del Pacto de las Costas se sumaron El Tribuno y Radio Salta, fueron más amables con Bettina, quien además, a través de otras negociaciones de su padre, consiguió un cargo regional en el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
Al armado de Grand Bourg le pareció óptima la candidatura de Bettina a la diputación provincial, en esa arena dependían exclusivamente de Manuel Santiago Godoy, aliado aunque no acólito del jefe JMU. No contaban con que la victoria sería aplastante y dejando muy postergado al oficialismo, que sólo colocó dos diputados de los diez que había en disputa en la capital, y ambos por distintas listas (Godoy por el PJ y Mario Moreno por Memoria y Movilización). La lista de Cambiemos liderada por Bettina, por si sola conquistó tres escaños.
Inmediatamente sonó como sucesora de Godoy en la presidencia. Aunque herido, el Grand Bourg mandó a algunos de sus escuderos en la Cámara Baja a mermar expectativas recordando que aún hay mayoría urtubeicista. El oficialismo buscaría consensuar una renovación de la presidencia instalando a Matías Posadas como candidato del consenso. Bettina ya relativizó el asunto aduciendo que no la obsesiona presidir el cuerpo deliberativo.
Por lo pronto, las posiciones han cambiado desde el Pacto de las Costas, los Romero están fortalecidos y el oficialismo provincial dañado después de una dura derrota. Pueden ceder para no causar molestias en la salida de Godoy de la presidencia pero pretenden que, pese a pertenecer a maquinarias electorales disimiles, sigan los acuerdos con el gobernador. El romerismo, atento a no perder oportunidades en ningún espacio, negocia participación en el gabinete del gobernador, ahora que éste anuncio cambios.
No sería extraño que el lesionado urtubeicismo, o facciones de éste, empiece su reacomodamiento dentro del flamante romerismo con Bettina como cara visible. No sería extraño que el romerismo sea la ruta de vinculación entre ese maltrecho urtubeicismo y el intendente Gustavo Sáenz. No sería extraño que Bettina y el jefe comunal sean fórmula en 2019. No sería extraño que sean la fórmula del consenso. No sería extraño que compitan en una interna en Cambiemos. No sería extraño que compitan, uno por la maquinaria electoral del urtubeicismo y otro/a por la del “cambio”. En esta política de maquinarias electorales, pocas cosas serían extrañas.