Con 25 años y un título de Físico, Tane Da Souza quiere ser concejal en Vaqueros. Encabeza una lista de jóvenes que se consideran hijos de la crisis de 2001 que deshilachando al país generó movimientos vecinales que renovaron el concepto de cooperación sin renegar de la política ni de la militancia. (Daniel Avalos)
Su innegable juventud, su color de cabello, su vestir sencillo y la historia de Vaqueros que devino en lugar de residencia de no pocos artesanos, podrían inclinar a una conclusión equivocada a quien ve por primera vez a Tane Da Souza: asociarlo a esos bohemios que creen que la indiferencia y la confusión en la que vivimos se remedia con alguna misteriosa revolución espiritual. Quien lo conoce sabe que no es así. Que este joven de 25 años al que todos llamen “el Tane” tiene el optimismo incorregible de los bohemios pero la metodología de esos hombres de ciencia que planifican todo: desde el objetivo que se desea alcanzar para transformar las cosas hasta los cómo y los cuándo desplegar energía para ejecutar los movimientos necesarios que permitan alcanzar el objetivo.
Así se convirtió en uno de los Licenciados en Física más joven y con mejor promedio egresado de la Universidad Nacional de Salta que, en mayo último, lo distinguió como abanderado en el 45° aniversario de esa Casa de Altos Estudios. Méritos indudables que combinados con la particularidad de no haber asistido a la escuela primaria ni secundaria lo convirtieron en objeto de artículos periodísticos de diarios como Clarín. Halago que coronó con algo mucho mejor: convertirse en estrecho colaborador de un prócer de la educación no formal: el profesor Daniel Córdoba, quien con su programa “Física al alcance de todos” introduce a cientos de salteños en esa disciplina proveyendo con docenas de comprovincianos al prestigioso Instituto Balseiro, donde se forman físicos, ingenieros nucleares, ingenieros mecánicos e ingenieros en telecomunicaciones.
Para muchos, ese instituto de impecable trayectoria era el destino seguro de un Tane que siempre supo que no sería así: “Entré a los 14 años a la UNSa como alumno vocacional. Fui cursando mientras rendía libre en el colegio de Vaqueros y como lo hacen muchos chicos de acá, mientras cursaba trabajaba. Por suerte salió todo bien pero no me presenté al examen del Balseiro porque siempre quise vivir en Vaqueros. Trabajo con mi familia en la finca La Huella donde hacemos agricultura familiar y en el Taller de Física con el profe Córdoba”.
Tane relata esa vida sin jactancia alguna y con la naturalidad propia de un albañil o un jornalero rural que simplemente cumple con su deber. Con la misma humildad cuenta que ahora está abocado a conseguir una banca en el Concejo Deliberante de su pueblo y allí sí, el relato pausado se anima bastante y él empieza a hincharse de júbilo. No tanto porque quiera poner a prueba una nueva destreza, sino más bien porque está convencido que llegar a ese lugar resulta imprescindible para articular esfuerzos con otros sectores que como él quieren que Vaqueros se parezca más al pueblo que sus 7.000 habitantes desean.
El candidato
Hay un rasgo en él que puede aportar a la oxigenación de la política. Y es que en medio de una campaña electoral repleta de candidatos que aseguran que los partidos caducaron y la vocación militante ha muerto, Tane reivindica a los primeros como herramientas claves para otorgarle un rumbo determinado a la sociedad y califica a la militancia como práctica imprescindible: “Para nosotros la militancia está atravesada por una pasión a la que muchas veces subordinamos casi todo. La pasión de querer que la sociedad cambie en una dirección que consideramos deseable sabiendo que para que eso tenga posibilidad de éxito hay que aportar organización colectiva y esfuerzo individual”.
Al pluralizar el relato, el candidato a concejal piensa en los compañeros de un partido cuyo nombre peca de cierto optimismo tierno -Felicidad- pero que en Vaqueros al menos nucleó a otros jóvenes a quienes el espíritu por la militancia se les fue pegando cuando el país se deshilachaba y cientos de vecinos se arrojaron a un peregrinar conmovedor que parió la noción de cooperación.
“Todos los que estamos en esto, desde Verónica Pacheco y Leonel Costilla que forman parte de la lista ‘Felicidad’, hasta muchos otros sin cuyo trabajo no podríamos haber presentado una lista, somos hijos de esa tremenda crisis que obligó también a que los vaquereños organicen el Club del Trueque en el 2001, diseñen el primer emprendimiento turístico municipal llamado El Camino de los Artesanos, o el actual Mercado Vaquereño que cada semana reúne a pequeños productores. Somos jóvenes que pudimos desarrollarnos con cierta plenitud porque en esas experiencias de las que participamos se generó un entorno que nos contuvo. Impulsar al conjunto de la comunidad esos entornos saludables es imprescindible para generar los anticuerpos contra flagelos que existen en todos lados y acá también: el desarraigo de la juventud, esa sensación de sentirse extranjero en su propio pago, las adicciones, el desempleo”.
Mientras habla, lo interrumpo para señalarle el peligro latente de esos discursos: la de convertir a la juventud en un sector demasiado inclinado a sólo exigir derechos particulares. Pero él insiste en remarcar que la juventud debe ser objeto prioritario de las políticas públicas y que ello no se contradice con otra aspiración: que esa juventud que debe ser objeto de derechos también logre autovalorarse “por su grado de entrega a un proyecto colectivo que incluye a toda la sociedad y en donde los niños y los viejos deben ser privilegiados, tarea para la cual debemos trabajar con los adultos”.
La reflexión nos desliza a un largo rodeo sobre la niñez en una provincia que se volvió agresiva con ella y la obligación de generar una coraza protectora sobre los niños que deberían ser indemnes a los múltiples problemas que afectan a la provincia. Un tipo de blindaje invisible contra lo “malo” que Tane asegura haber gozado de niño.
“Los recuerdos felices de mi niñez están asociados al de los grandes y los viejos. Por ejemplo jugar al fútbol. Yo jugaba de arquero y luego de 9 en la canchita de Pérez con los entrenadores “Incancho”, Abel Calisaya, Antonio Moreyra, o con Jorge González en el barrio San Nicolás; en incluso en la cancha del “Depo” con el Pájaro Soria”. Y mientras el entrevistado enumera los apodos y describe los potreros que hacían de campo de juego, uno irremediablemente recuerda los equipos que el genial Osvaldo Soriano retratara en sus memorables cuentos: jugadores medio maltrechos, de físico poco atlético, alguno medio petiso, otro medio gordo, varios decididamente chuecos y todos calzando una indumentaria desteñida mientras desplegaban la bravura propia de quienes ponían la pierna fuerte aunque con entera lealtad.
Pero conversando con Tane uno puede pasar de los cuentos de Soriano a las imágenes de los hombres de campo que domestican caballos y exploran los secretos del monte mientras los pequeños aprenden a montar para desfilar en la fiesta patronal: “Yo desfilaba para San Cayetano siendo niño. Lo hacía con el Fortín San Cayetano que hoy se llama Gauchos de Güemes de Vaqueros; aunque a veces desfilaba con el Fortín Potrero de Castilla. Era la época en que aprendí a tocar el bombo en el ballet Santiago Ayala e iba a los cursos de artesanías gauchas que se daban en la muni”.
La casi grieta
Tras hablar de lo bueno que sería una niñez signada por largas caminatas que exploran despreocupadamente los montes cercanos y las callecitas que depositan en la canchita o en la plaza del pueblo al que el niño siente como único y exclusivo, la charla deriva en los problemas que afectan al todo municipal y que para Da Souza Correa no son distintos a los que existen en otros municipio o barrios grandes de la provincia.
“Desde problemas de acceso al agua y otros servicios básicos al que ahora se suma la conexión a Internet, hasta aquellos vinculados a la titularización de tierras, la inseguridad, el estado de las calles o la falta de políticas que generen empleo, acompañen a las madres jóvenes o busquen abordar los problemas generados por la violencia de género. Tal vez lo distintivo acá es que somos 7.000 vaquereños y en ese interior hay sectores que muchas veces parecen estar divorciados. Eso dificulta la posibilidad que entre todos establezcamos prioridades que nos permitan ir resolviendo aquello que dependa de nosotros mismos”.
El dato puede sorprender para quien sólo pasa por el municipio de cuando en cuando pero no al vaquereño. Allí las dos iglesias (la nueva llamada Virgen de Aparecida y la histórica San Cayetano) parecen albergar a sectores distintos. No es lo único. Hay dos ligas de fútbol -San Lorenzo/La Caldera y Vaqueros/La Caldera- que si se unieran reuniría a un total de ocho equipos municipales. Sin olvidar que hay dos mercados y cinco fortines gauchos.
La historia del propio municipio puede explicar en parte lo enunciado: con una fuerte migración en la década del 40 y 50 del siglo XX cuando las plantaciones de tabaco atraían mano de obra golondrina que luego se asentó en el lugar, los hijos y nietos de esa generación presenciaron desde los 90 el arribo de una oleada social y culturalmente distinta: sectores medios y altos que adoptando nuevos estilos de vida que les permitiesen un mayor disfrute de la naturaleza encontraron en Vaqueros el lugar ideal: por su cercanía con la ciudad y por la cercanía aun mayor con las dos universidades de la provincia, por el precio de la tierra entonces más barata en relación a otros espacios abiertos como San Lorenzo, y por una infraestructura urbana básica adecuada para la construcción de viviendas. Un dato estadístico confirma esa transformación: entre los años 1990 y 2001 los censos muestran que la población del lugar creció un 35% en una década mientras el conjunto provincial lo hizo sólo en una 21%. El fenómeno siguió su curso desde entonces diversificando los hábitos de vida y hasta incrementando el valor de los terrenos.
Si todo esto ayuda a explicar las divisiones vaquereñas, es algo que Tane evita responder. “Con mi familia llegamos a Vaqueros en marzo del 94. Ahora estoy en listas con compañeros cuyas familias viven aquí hace muchas décadas y siempre hablamos que lo importante ahora no es ponernos a ver las causas de esos desencuentros sino en trabajar para encontrar los caminos para construir puentes que articule a esos sectores. Te puede parecer pesimista esta respuesta pero no lo es. Simplemente expresa la necesidad de ponerse a trabajar en ese sentido generando intervenciones que unan para evitar esas discusiones donde se cambia el mundo verbalmente pero que pueden ser desmoralizadoras sino sólo queda ahí”.
El puente
Es cierto. La respuesta de Tane al problema lejos de ser pesimista está atravesada por una certeza que el entrevistado explica largamente, con lo cual no tenemos más remedio que abreviarla: a pesar de las diferencias económicas y de historia que puedan existir entre sectores importantes de Vaqueros, la intensa vida comunitaria que allí se experimenta en las últimas décadas fue forjando rasgos culturales comunes que con mayor o menor intensidad atraviesa a todos los vaquereños.
Una especie de suma de valores, costumbres, creencias, ritos y aficiones que según Tane conforman “cierto carácter vaquereño que nosotros podemos reconocer y queremos ayudar a que todos lo reconozcan. Eso también es clave. Sobre todo para los que anhelamos que más allá de las diferencias políticas podamos terminar con esos desencuentros. Por eso mismo nuestro lema de campaña es ‘Todos juntos hagamos el futuro de Vaqueros’. Es más, para hacer más visible y consolidar esa identidad Vaquereña queremos promover una gran fiesta cívica que hoy no existe: cada 5 de agosto celebrar el aniversario de la creación de nuestro municipio que ocurrió en 1970”.
Hay algo, sin embargo, que el candidato a concejal no dice. Si calla por pudor u otra razón es algo que ni sabemos ni preguntamos porque en el fondo una certeza nos invade: Tane Da Souza Correa cree que puede ser un puente que ayude a los distintos sectores a transitar un camino más integrado. Tiene chances. No sólo es joven y está acostumbrado a militar por una causa. También es una especie de políglota: puede hablar el idioma de los profesionales universitarios que en cantidad viven en esa localidad, también el de los agricultores familiares que como él trabajan la tierra para vivir e incluso de los sectores que en el fútbol y las costumbres gauchescas forjaron una cultura popular.