Anoche fue la penúltima presentación de “Caras, caras y más caras”, obra llevada al escenario por el actor Nicolás Obregón junto al músico Emiliano del Alba. Teatro mudo, musicalización en vivo y personajes sacados de la cotidianeidad áspera. (Rodrigo España)

Emiliano del Alba toca la guitarra, el bandoneón (y en la obra también el violín), y confiesa que viene más del palo del tango y el candombe por sus raíces de Buenos Aires. Hace cuatro años que vive en Salta y en los últimos tiempos ha venido incursionando en la musicalización de obras teatrales, paralelamente a otros proyectos personales como Lunfardo Trío, banda que fusiona el tango con jazz y candombe en una formación de bandoneón, contrabajo y guitarra; además de sus presentaciones como solista en distintos puntos culturales y bares de este bendito valle. Las obras en las que ha participado colaborando con la música están “El jardín dormido” y “Crónica imposible de un círculo atroz”, además de algunas intervenciones para grupos de danza.

Nicolás Obregón también viene de Buenos Aires, “somos del conurbano, uno del norte y el otro del sur”, dice y luego nos comenta que comenzó con el teatro a los 26 años, en un taller de teatro comunitario en Lomas de Zamora, luego pasó por la Escuela Argentina de Mimo, una de las más viejas de Latinoamérica (que no es lo mismo que decir: Se la pasó haciendo mimos a las más viejas de la escuela Latinoamérica). “Aprendí rápido, me resultó fácil la técnica, porque siempre me fue bien con lo corporal. Después dejé el laburo que tenía y comencé a dedicarme de lleno al teatro, me cagué de hambre, me sigo cagando de hambre, pero creo que el laburo independiente que uno puede llegar a hacer es lo más sagrado”, nos dice al comenzar la charla.

En cuanto al inicio de “Caras, caras y más caras”, Nicolás nos cuenta: “Esta obra la empezamos en 2011 con Manuela de la Cruz, montándola en un garaje, con la idea de hacer teatro con dos mangos, porque no teníamos ningún subsidio. Después se fue sumando un montón de gente, Cecilia Espinoza, Aldo Veliz, que hicieron un pequeño track para la obra, también estuvo Fernando Teruel en la música [ahora está en la parte técnica]”.

La obra no contaba al principio con una musicalización tan extensa, luego con la llegada de Emiliano eso cambió. “Cuando fue la fiesta provincial de teatro en 2012 -tocaban Fernando y Marina Laguna- sacamos el segundo puesto, y ahí sentí la necesidad de ponerle música a toda la obra, porque hablando con la gente que la vio era como que se notaba que faltaba eso, que quedaba un poco vacía, porque al ser muda cuesta sostener al espectador. Luego por medio de un amigo lo conozco al Emi, le di el video y él compuso la música para el resto de la obra”.

“Lo que se le agregó es la parte musical, porque sólo la tenía el primer número y los otros no”, dice Emiliano y Nico agrega: “lo bueno fue que al tener Emi toda la predisposición pudimos resolver para que él solo toque todos los instrumentos en toda la obra”. Ese es el juego que proponen desde el inicio de la obra, pasar de la sonorización con bombo, violín y palo de lluvia -casi al estilo cine mudo-, por ejemplo, a un bandoneón cuando aparece un pibe chorro. “Eso nos cerró después, porque pensamos el tango como algo marginal en su momento, la cumbia lo es el día de hoy y fusionar esas dos músicas marginales en una misma temporalidad y que el pibe esté soportado por un tango como que cierra”.

En marzo de 2013 Emiliano se une definitivamente a la obra para el encuentro regional de teatro que se realizó. “ahí fue como todo muy rápido, me pasó el video de la obra para que la vea y ensayamos dos veces antes de ir, que fue lo más productivo porque ahí tiramos, por ejemplo, esa idea de meterle un tango. Yo ya tenía medio compuesta una melodía y la terminamos de cerrar ahí, en los ensayos, junto con otra canción, fueron dos las que salieron de esos encuentros. La de la travesti vino mucho después, y la del bepi también”.

Luego Nico nos explica cómo intentaron aprovechar la utilidad del bandoneón hasta el punto de casi convertirlo en un tren y Emiliano agrega: “en la parte del bepi, para la música, es una cumbia hecha con el bandoneón pero que tiene un lenguaje musical un poco más abstracto, algo como psicodélico que técnicamente le podríamos llamar atonal, que evoca un sentido más urbano, entonces como es un pibe de ciudad está el sonido de la bocina de los trenes que se logra con dos notas justas en el medio cuando vas tocando y termina medio raro, porque queríamos jugar con eso”.

La historia, o las historias, porque son varias, están planteadsa a partir de las máscaras, pero eso no impide que la gestualidad del rostro también cobre protagonismo. Si bien la mayoría de los personajes se sostienen a partir del uso de una, hacia el final eso cambia, “porque la idea es pasar por distintos tipos de máscaras, porque digamos que unos números son máscaras expresivas, lo que las hace vivir es el cuerpo, también utilizar un sombrero como máscara, y la máscara de la supervivencia, que es la que tenemos todos, el rostro. Todos tienen máscaras sociales, desde su vestuario, el maquillaje, todo… si te ponés a pensar como que en la naturaleza todo es máscara. La idea era enfocar eso y cómo mostrar al espectador la crudeza del teatro, porque esto es como estar en el camarín del actor viendo cómo arma un personaje”.

Para quienes no asistieron a la obra, un detalle que debe tenerse en cuenta, la dinámica entre músico y actor es atrapante, al punto que uno encuentra esa chispa del momento justo en el que el tiempo comienza a diluirse y tras los primeros minutos uno ha entrado en esa otra dimensión.  “Con el Emi es como que nos conocemos de jugar a la pelota, no sé cómo describirlo, porque como que llegamos a dialogar en nuestro lenguaje”, dice Nicolás, a lo que Emiliano contesta: “Además porque nos conocimos haciendo la obra, entonces ahí de entrada se armó un código en común, como relacionado a la improvisación, sobre una base que ya conocíamos, jugar. Cada ensayo y cada presentación iban teniendo un poco esa impronta”.

En cuanto a la gestación de la obra y la elección de los pocos materiales para la puesta en escena, el uso de máscaras, etc. Nico nos comenta: “Primero porque tomé un taller de comedia del arte y uno de construcción, y además por todo el misticismo que tienen en cuanto a que se puede descubrir en el objeto muerto que uno le puede dar vida con el cuerpo, y encontrar otro lenguaje; a mí que me cuesta mucho la palabra encontré en el cuerpo un lenguaje que me queda cómodo. Además que la máscara es algo ancestral y cotidiano, en eso es el juego de ahora, porque son la mayoría personajes cotidianos y marginales”.

“Caras, caras y más caras” en un punto corre hacia ese lado, hacia la búsqueda de un grotesco del día a día: un chorro, un opa, una vieja, un obrero, una travesti y el demonio que puja por llevar al cuerpo de nuevo hacia el vicio, son todas partes de la cotidianeidad popular, que no circula voluntariamente por el margen, sino que más bien se pretende que ese sea su lugar. Porque todo lo otro es peligroso, entonces se le pone una máscara o se lo lleva para el lado.

Nicolás también se dedica a impartir talleres de mimo en Salta, y en un punto derivamos en las preguntas relacionadas a eso, a lo que nos responde: “Siempre digo que no hay actores malos, sólo hay actores sin formación. Esta no es una disciplina en la que con el autodidactismo se pueda fácilmente llegar muy lejos. Entonces cuando uno ve un laburo en el que hay técnica, se nota; si vos no tenés técnica, no hay mucho más para dar en el teatro. Porque podés ser súper histriónico pero si técnicamente no usás los niveles, por ejemplo, y estás siempre en un nivel alto, o no utilizaste bien el espacio… también se nota. Hay un montón de recursos que cuando uno se queda en bolas los puede utilizar”.

“Eso es lo que intentamos al principio, porque fue por un capricho mío decir con dos mangos hacemos una obra y no hace falta toda la parafernalia, porque me daba bronca que hay dos o tres grupos teatrales que hacen eso, le venden fruta a la gente y te ponen mucha escenografía, pibes lindos y la gente garpa por ver eso y se va contenta”.

A pesar de la poca cantidad de elementos con los que cuenta la obra (además de máscaras, actor y músico, hay iluminación y un espejo) el vacío no se percibe como tal. Y quienes quieran comprobarlo tienen todavía una oportunidad. El viernes 11 en la Biblioteca Provincial (Belgrano y Sarmiento) a las 21 horas, será por ahora la última función. Las entradas tienen un costo de 50 pesos con un combo de 2×100, como para ir con alguien a disfrutar un rato de la careteada, en el buen sentido del término.