Un homenaje al escritor José Murillo y al periodismo de investigación. Por Raquel Espinosa.

 

Doña Bárbara, la novela de Rómulo Gallegos editada por primera vez en 1929, narra historias sucedidas en un tiempo no precisado que se infiere a fines del siglo XIX y hacia 1911. Tienen por escenario las extensas sabanas del Apure, en tierra venezolana. Su autor replica, al norte de Sudamérica, la tradicional dicotomía civilización y barbarie que Sarmiento había desarrollado con anterioridad en otro clásico de la literatura, Facundo, publicado en 1845 y ambientado en el actual territorio argentino, en el otro extremo de América del Sur.

La representación de la barbarie, más allá de asociarlas a una mujer, doña Bárbara, en el caso de Gallegos, y a unos hombres, Facundo y Rosas, en el caso de Sarmiento, coincide en ambas propuestas cuando refieren al campo, al interior, al nativo, al inmenso y “vacío” espacio, “el desierto” y al despoblamiento, la vida salvaje, la incomunicación, los caudillos o caciques y el consecuente atraso. En el polo opuesto, el de la civilización, los escritores sitúan las ciudades, las capitales, los criollos y extranjeros, el espacio “controlado”, deslindado y alambrado, la ocupación diseñada por nuevos pobladores o colonos, la cultura, la comunicación, nuevos gobernantes y el progreso. La distinción formulada se proyecta hacia el espacio y los hombres que lo ocupan.

A través de minuciosas y bien logradas descripciones el lector de Doña Bárbara recorre el espacio atravesado por el Arauca y el Orinoco, las praderas del Cunaviche, las sabanas feraces y el terruño de Altamira o El Miedo, todos ellos espacios atravesados por la barbarie, según la visión de quien los describe.

En 1958, el escritor argentino José Murillo publica su novela El fundo del miedo. Las historias que se suceden reproducen, de alguna manera, los temas y los personajes de Rómulo Gallegos y de Sarmiento. En este caso la barbarie está representada por Guido Falcini, terrateniente jujeño con influencias políticas, y un grupo de cuatreros a sus órdenes que se encargan de explotar y maltratar a trabajadores del campo y a mujeres, a las que cuelga de los árboles y las marca con hierro candente y, en reiteradas oportunidades, las asesina. Ambientada en Jujuy, los protagonistas trazan sus trayectorias a orillas del río Grande, Los Pericos, San Pedro, Ingenio Ledesma, La Laguna Brea, Palma Sola, La Forestal o San Salvador de Jujuy, la capital. Los móviles de sus acciones están relacionados con la posesión de las tierras: extender sus dominios, usufructuando impunemente tierras fiscales, invadir terrenos vecinos y fijar límites antojadizos, chantajear o robar títulos de propiedades.

Dueño de “El fundo del Miedo”, Guido Falcini es la versión masculina de Doña Bárbara; mientras ella odia a todos los hombres y los humilla por haber sido violada por una patota durante su juventud, él maltrata y detesta a las mujeres para satisfacer los rencores de su vida y la violencia que sobre él ejerció su padre cuando era niño. Ambos, son símbolos de la barbarie pero ésta se extiende, como un monstruo de muchas cabezas, a otros personajes que representan distintos niveles de poder y que José Murillo denuncia en la ficción usando nombres de fantasía. La novela está basada en hechos reales; veamos ahora cómo los relata la historia.

En el mes de enero de 1903, la prensa de la República Argentina se hacía eco de un proceso criminal llevado a cabo en la provincia de Jujuy. Los sucesos acaecidos en las dos últimas décadas del siglo XIX conmovieron a la opinión pública y se constituyeron en un caso célebre en los anales de la justicia argentina. Se trataba de una serie de

crímenes imputados a Dámaso Salmoral Puch, rico estanciero y caudillo político y dueño de la región de Santa Bárbara, en el oriente de la provincia de Jujuy, en el centro del chaco jujeño. Así, unía a su poder económico las influencias políticas de que gozaba ya que ejerció como diputado en la legislatura provincial en distintas oportunidades, además de ser Comandante de las Guardias nacionales. Por estar situadas sus propiedades en la frontera entre Salta y Jujuy, el caso era seguido muy de cerca también en Salta debido a las vinculaciones comerciales del protagonista.

El proceso comienza con la intervención del Sr. Manuel Arias, “viejo vecino del departamento de Santa Bárbara” quien denunció a Dámaso Salmoral por haber asesinado a su suegro Esteban Bagañasta. Con esta denuncia se inicia el sumario en el que intervienen tanto el juez como la policía. En la investigación que realizan las autoridades recayeron sobre Salmoral varias otras acusaciones: “Lesiones a Fidela Carrillo. Homicidio de los menores Coria, Inés y Rosalía Brizuela. Homicidio de Pedro Lucas Vázquez. Homicidio de Abdón Miranda y Pedro Aguirre. Homicidio de dos peones cuyos nombres no se daba. Lesiones con quemadura con marca caliente, en los pies, a los hermanos Froilán y Angel. Sospecha de homicidios de los hermanos Trujillos. Homicidio de Lázaro Soria. Homicidio de Juan Cancio Leguizamón. Lesiones de Carmelo Cachisumba, Exequiel Flores, Anastasio Velarde, José Guzmán, Rufino y Angel N. y Domingo Cazón.” (La montaña, sábado 5 de marzo de 1904). Los maltratos que sufrían muchos de sus empleados están ilustrados en la nota del diario al mencionar, por ejemplo el caso de Bagañasta que había sido condenado al cepo en “La Isla” (puesto o paraje dentro de la estancia) donde debía ser alimentado “solo a caldo chuya, porque ya había comido mucha carne”.

Los periodistas que cubren el caso para el diario La montaña tuvieron acceso a las copias de las declaraciones del proceso pero dejan explicitado en la publicación que

eligieron la forma de la narración “para no fatigar al lector”. Este posicionamiento en la escritura les ofrece mayor libertad para contar los hechos. En este trabajo, realizamos una síntesis de lo que consideramos los acontecimientos más importantes pero el lector interesado puede volver a las fuentes periodísticas donde encontrará más datos y detalles que omitimos por cuestiones de espacio y para agilizar la exposición.

Salmoral sospechaba que se estaba organizando un levantamiento de peones y capataces en su hacienda de Santa Bárbara. Para prevenir lo que temía, y valiéndose de su autoridad como Comandante de campaña, mandó aprehender a unos quince de ellos que permanecieron muchos días “en cepos de lazos” para escarmiento de los demás. Encerrados en potreros, sólo podían comer pasto. La crueldad del acusado se replica en otros casos como el de un peón que, cansado de sus malos tratos, deserta pero tiempo después es asesinado delante de su esposa; su cadáver fue colgado y expuesto a la vista de los que permanecían en los cepos para advertencia de todos.

Los homicidios de tres menores también atribuidos a él, narrados por testigos, dan cuenta tanto de su irracionalidad como de la impunidad que ostentaba. Transcribimos una parte del relato periodístico:

“Una mañana de invierno Inés [Brizuela]… lloraba en la cama, en un corredor de la casa. Don Dámaso, molestado por el llanto, le quitó las frazadas y las arrojó sobre un piquillín próximo. La criatura gateando fue a recogerlas y estaba en esto cuando Salmoral lo advirtió, le dio de golpes en el suelo. Enseguida la arrastró a una acequia ancha y honda y la sumergió en el agua pisándole el cuello por largo rato. Por fin, tomándola de los cabellos la arrojó muerta á alguna distancia del borde de la acequia. El mismo día fue enterrada en un chiquero de encerrar terneros…” (La Montaña, domingo 6 de marzo de 1904).

La exposición de hechos aberrantes incluye la muerte de otros capataces y peones que murieron envenenados o asesinados a golpes con una barreta a manos del propio patrón, a quienes antes estropeaba de manera brutal por distintos motivos que lo disgustaban. Las víctimas, en la mayoría de los casos, son reconocidas por los testigos como “hombres honrados y de buenos antecedentes”. El caso de niños maltratados o asesinados adquiere mayor gravedad por lo vulnerabilidad que representan. Froilán, que intentó fugarse varias veces fue amarrado y arrastrado durante tres leguas por un jinete cuyo caballo corría veloz mientras el muchacho era golpeado contra el suelo. Luego, hizo poner la marca al fuego y le marcó los pies. Angel, otro menor, recibió un castigo similar por haber ahorcado una tambera arisca en el campo. Sobre sus destinos finales, algunos testigos dijeron que murieron al poco tiempo y otros, que se escaparon con los indios “para los Chacos”.

Salmoral castigaba a sus hombres con el rebenque, un garrote, con la culata de una carabina o las riendas y el freno y siempre lo hacía con ensañamiento extremo, tal como sucedió con Domingo Cazón:

“Colocado en este instrumento de tortura [un cepo de madera de varios metros de largo y muy ancho], boca abajo, Salmoral tomó unas riendas y azotó despiadadamente a Cazón… las manos de Salmoral, del frote del látigo se pusieron al fin inyectadas en sangre y entonces hacía buchadas de aguardiente de quemar en que se vaciaba las manos y volvía a empezar la tarea de los azotes.” (La Montaña, 13 de marzo de 1904).

Los delitos atribuidos a Salmoral fueron perpetrados durante un período de dieciocho años. La violencia la ejercía personalmente o a través de autores materiales por él designados y tuvo cómplices y encubridores. En el proceso judicial que se le siguió los periodistas de La Montaña que investigan el caso señalan algunas irregularidades como

el hecho de haber aceptado que tuviera dos defensores y no uno como era la costumbre, que la causa se demoraba deliberadamente, que consideraran que las pruebas no eran suficientes y que, finalmente, se pidiera la prescripción de los casos a favor del procesado.

Todos los artículos sobre el tema expuesto fueron publicados en este periódico bajo el título de “UN PROCESO CÉLEBRE” y el subtítulo “¿Justicia o injusticia? La absolución de Salmoral”. En cada entrega se hacían otros subtitulados. La posición del diario queda explicitada en la publicación del día jueves 17 de marzo de 1904 y que continúa el viernes 18 de marzo en donde a los títulos citados se agrega: “LA SENTENCIA Para muestra… un botón”. En esta instancia los periodistas analizan el caso de Lázaro Soria que es brutalmente castigado por haber auxiliado la fuga de una sirvienta y el caso de Domingo Cazón. La fiscalía considera que, el tiempo transcurrido, amerita la prescripción en ambos casos y se sobresee definitivamente la causa. El dicho popular invocado en los subtítulos del diario denota que no resulta necesario analizar todos los casos ya que con éstos se puede deducir fácilmente el fin del proceso.

El sábado 19 de marzo de 1904 el diario publica la última nota sobre este “célebre proceso”. Los periodistas que investigan el caso afirman que están convencidos de que el fallo obedece a una mala interpretación de la ley y que el gobierno de turno no tuvo participación en el mismo. Sin embargo, dejan asentado que “La política del caudillaje de nuestro país, es la culpable de que se nos ofrezca el singular fenómeno que nos ocupa de una persona, que durante diez y ocho años vive haciendo víctimas sin que le alcancen las leyes”.