Por Valeriano Colque* para Cuarto Poder

Cuando cayó la Unión Soviética, el apoyo económico a Cuba se derrumbó. La isla debió intentar sobrevivir por sus propios medios, sólo con los recursos que generaba. Se inauguró un tiempo de mayores privaciones y nuevos ajustes al que, eufemísticamente, se denominó “período especial”. Sin la ayuda extranjera regular, el régimen socialista profundizó su ya exigua oferta de bienes y servicios. Años después, comenzó a recibir fondos de Venezuela, que ahora están cesando: comienza nuevas restricciones.

También en nuestro país, mutatis mutandis, el Gobierno se ha propuesto intentar que vivamos con nuestros propios recursos. Esto significa no lanzar nuevos títulos de deuda ni emitir moneda para financiar déficits en el presupuesto. Nos metemos de cabeza en nuestro propio “período especial”, que significa también ajustes, restricciones al consumo, dificultades para los empresarios (por la baja en la demanda y las altas tasas) y problemas conexos.

La idea consiste en vivir con nuestros propios recursos, con los dólares que generan nuestras exportaciones y con los tributos que recaudamos. O sea, “vivir con lo nuestro”, sin el auxilio del mercado mundial de capitales ni la emisión monetaria.

El economista estadounidense John Kennet Galbraith decía que en economía, la memoria es efímera. Este axioma caprichoso podría explicar que quienes hasta hace poco propiciaban un dólar caro, ahora pongan el grito en el cielo cada vez que la divisa trepa algunos puntos.

El tipo de cambio alto forma parte del instrumental preferido del populismo. Los economistas del peronismo durante los 12 años del gobierno anterior fatigaban nuestros oídos explicándonos cómo el dólar caro era uno de los pilares básicos del modelo.

Economistas como Aldo Ferrer pedían hasta la afonía lo que denominaban “tipo de cambio competitivo”; esto es, un valor para el dólar que fuera lo suficientemente alto como para que la industria argentina, el sector menos competitivo, se sintiera protegida de la competencia externa y, además, tuviera chances de exportar.

Por supuesto que este pedido tiene motivos adicionales: un dólar caro no sólo protege a la industria nacional de la competencia extranjera, sino que también encarece los viajes al exterior y favorece la recepción de turismo extranjero y, en general, estimula las exportaciones y desalienta las importaciones, contribuyendo a favorecer la balanza comercial. Además, permite implantarles retenciones a los exportadores agrarios, beneficiando el equilibrio fiscal. Un combo perfecto.

¿Cómo es que los que antes reclamaban dólar alto ahora se escandalicen y pidan que Mauricio Macri se vaya cuando la divisa apenas se desplaza un par de puntos? Sucede que aumentar el precio del dólar y llevarlo hasta las cúspides deseadas produce un cimbronazo económico descomunal. Por eso Néstor y Cristina, que lo heredaron caro, fueron incapaces de mantenerlo en ese nivel. Al revés: consumieron dos tercios de su valor. Veamos.

Cuando asumió Néstor Kirchner, el dólar ya se había disparado. Eduardo Duhalde y Jorge Remes Lenicov hicieron el trabajo sucio, llevándolo de uno a tres pesos. ¿A qué valor actual equivalen los tres pesos que costaba el dólar en mayo de 2003? Si actualizamos aquel valor con el índice de precios al consumidor, el precio actual del dólar estaría alrededor de 90 pesos, casi el doble de su valor actual.

Este retraso respecto de la inflación se acumuló durante los gobiernos del matrimonio Kirchner. Al momento de asumir Cristina su primer mandato, el tipo de cambio era de 3,17 pesos. Apenas un 7% por encima del valor de mayo de 2003. Pero el costo de vida ya había trepado el 58% en el mismo período.

Cuando se va Cristina en 2015, el tipo de cambio oficial llegaba a 9,75 pesos, pero los precios habían subido el 900% desde diciembre de 2003. Es decir, a diciembre de 2015 el atraso acumulado (respecto del IPC) ya era robusto: si el dólar hubiera acompañado a la inflación, debía haber valido 30 pesos, pero su precio era apenas un tercio de ese valor.

El Gobierno ha conseguido que el Fondo Monetario Internacional le permita acudir a las reservas para contrarrestar los embates sobre el tipo de cambio omitiendo las bandas que antes se habían establecido como límites a partir de los cuales se podía intervenir. Esta medida sólo tiene un objetivo político: mantener la calma hasta los comicios para favorecer el proyecto reeleccionista del Presidente. Pero se trata de una política que no podrá sostenerse mucho más allá, y menos aún tener aspiraciones de permanencia.

En algún momento, el Gobierno deberá dejar de intervenir aunque posea recursos como para afrontar cualquier corrida, de la magnitud que fuere. El problema, para cualquier gobierno, es que ya no hay margen para retrasar el tipo de cambio.

Aquietar el valor de la divisa es un recurso reiterado cada vez que se intenta detener la inflación. Así fue durante la tablita de José Alfredo Martínez de Hoz, el Plan Austral, la Convertibilidad y también durante los años de Néstor y Cristina, cuando se consumió con creces el “colchón” heredado del gobierno provisional de Duhalde.

Morigerar el valor del dólar siempre significa retrasarlo y acumular tensión hasta un nuevo estallido. Pero, por otro lado, su suba alimenta permanentemente la inflación, lo que sostiene un círculo vicioso del que resulta muy difícil escapar.

Las salidas a esta situación pueden contarse con los dedos de una mano, y sobra alguno. Quizá en algún momento deba reconsiderarse la posibilidad de una nueva convertibilidad o incluso la dolarización. Pero esa es otra historia.

*Economista