«El problema de la llamada educación emocional es que ‘emocionaliza’ los problemas de la educación», reflexiona una investigadora en Ciencias Sociales. Apuntes críticos sobre el proyecto del PRO que tiene media sanción en la legislatura salteña.

Nicolás Bignante

 

Un proyecto presentado por la diputada del PRO Sofía Sierra propone incorporar contenidos de educación emocional en los profesorados de la provincia. Se trata de una corriente teórica que gana terreno en los espacios curriculares de Latinoamérica y en los documentos del establishment. El G-20 llegó a plantear en 2018 que sin ella, «no sería posible educación alguna».

Pero, ¿De qué hablamos cuando hablamos de educación emocional?, ¿La escuela tiene una deuda con las emociones que debe necesariamente saldar?, ¿Son realmente los problemas de la educación actual producto de la falta de «habilidades emocionales»?

Comenzaremos por decir que la categoría de educación emocional, como corriente teórica, política e ideológica, presupone la existencia de una inteligencia emocional, concepto ampliamente discutido y resistido en el campo de la psicología y la educación. La inteligencia emocional fue definida por Daniel Goleman como la «capacidad de reconocer las emociones – tanto propias como ajenas – y de gestionar nuestra respuesta ante ellas». En criollo, es el hecho elemental de no desbordar emocionalmente ante determinados estímulos.

Vale preguntarse siguiendo esta definición: ¿No se trata acaso de un ejercicio estrictamente racional de comprensión y dominio de las emociones?, ¿No existen ya disciplinas encargadas de su estudio como la psicología?, ¿Se puede educar las emociones?

Ante estos interrogantes, el Dr. en Educación David Menéndez Álvarez-Hevia plantea:

«El discurso de la Inteligencia Emocional, a pesar de sus esfuerzos por reclamar un nuevo orden entre razón y emoción, no presenta una ruptura con el pensamiento dualista, sino que lo alimenta. Se prioriza el conocimiento de lo emocional a través del estudio de procesos cognitivos y neurofisiológicos sobre cualquier otra forma de entender el fenómeno emocional».

De esta forma, el problema de las «competencias» o «habilidades» emocionales, es que no hay evidencia alguna de que existan por fuera del ejercicio racional del dominio o la «gestión» de las pasiones. Las emociones, siguiendo esta lógica, no se educan, sino que se entrenan o «coachean».

Emocionalizar como práctica política

La Lic. en Cs. de la Educación y master en Ciencias Sociales de la UNGS, Ana abramowski, plantea en relación a la educación emocional que «emocionaliza los problemas educativos, sin indagar sobre las condiciones de producción de esas emociones».

La autora afirma que «las emociones están imbricadas con políticas, jerarquías, historia y condiciones materiales de existencia». Por tal motivo, no se puede convalidar la existencia de fronteras claras e indiscutibles entre emociones negativas y positivas. «Los mecanismos regulatorios de las emociones no permiten indagar sobre los motivos por los cuales se producen las mismas», agrega.

Para la autora, la educación emocional se enmarca en un fenómeno más amplio de «emocionalización de lo social», que propone respuestas emocionales a problemas materiales. En tal sentido, el mensaje que se baja a aquellos que reciben este tipo de «formación» es que deben utilizar sus facultades cognitivas para contener los efectos de sus problemas en lugar de buscar resolverlos.

El boom de las emociones

Pero, ¿Por qué garpa tanto hablar de emociones y/o exhibirlas? Para Menéndez Álvarez-Hevia:

«El uso y abuso emocional es característico de una sociedad a la que Mestrovicic (1997), igual que Schlaeger y Stedman, (1999, p. 20) definen como post‑emocionalista, dada su forma frívola y relativista de tratar la temática afectiva. Este ejercicio de exaltación emocional responde a intereses simbólicos y materiales que conllevan la aparición de formas de manipulación y control individual, social y cultural».

Otros teóricos ubican a la educación emocional en la corriente de la psicología positiva. Para ellos, hay un boom de las emociones en el campo de la salud, donde se apunta cada vez más a las emociones como disparadoras de enfermedades. Pero también en el campo laboral, como en el caso de Los call-centers que la utilizan en sus empleados para amansarlos y que no manden al carajo a sus clientes.

¿Y en el sistema educativo? La mayoría de los analistas coincide en que la educación emocional gana cada vez más terreno porque ofrece respuestas simples a problemas complejos. De la misma forma en que lo harían el Yoga, la homeopatía, las Flores de Bach, el asertivismo, la PNL o cualquier tipo de pseudociencias.

A modo de cierre

Vale la pena preguntarse a modo de cierre: ¿A quién/es conviene que los problemas que fundamentan las emociones «negativas» sean leídos como problemas de orden individual? La educación emocional hace recaer sobre el individuo la responsabilidad absoluta de su devenir emocional, exonerando a los factores sociales, materiales e históricos.

La educación emocional, tal como está planteada, implica claudicar en la resolución de los conflictos materiales de base y focalizarse en los efectos emocionales de los mismos. En palabras de Abramowski: «Con pretensión fundacional, la educación emocional viene a decirnos ahora que las emociones nunca fueron tenidas en cuenta por la escuela y que van a entrar de la mano de ejercicios de respiración o de mandalas».