Por Franco Hessling
Cuarto Poder lamenta que nuestras publicaciones hieran sensibilidades y pongan en posiciones policíacas a las y los protagonistas de los artículos que develan algo que el poder (político, eclesial, militar, judicial y empresarial) pretende ocultar. Un periodismo de escasos recursos tiene minúsculas chances de incordiar a ese poder misceláneo, sobre todo si se comparan sus posibilidades objetivas con las de otras grandes empresas mediáticas del entorno local. Sólo una cosa nos distingue, aunque no es nuestra únicamente: insistir en develar lo que arietes de la dominación quieren ocultar. El periodismo en opción por los pobres almidona páginas, éter y aire televisivo, y el amarillismo más insensato, juzgado a partir de clics, se ha convertido en la última genialidad mediática de Salta; ello malacostumbra a quienes protagonizan nuestros textos. Nobleza obliga a aclarar que hay periodistas en todos los medios comprometidos/as con dar a conocer lo que incomoda a quienes ostentan las mejores posiciones sociales, aquellas/os que cuentan con privilegios de diversa índole. Pero para nosotras y nosotros, es un horizonte editorial.
Para nuestro equipo de redacción no fue nada agradable desmentir al Vicario General de la Arquidiócesis de Salta, Dante Bernacki, quien había asegurado que en las más de doscientas propiedades de la Iglesia Católica sólo se trabajaba para el desarrollo social. Encontrarnos con una sandwichería, un templo alquilado a evangelistas, un hospicio y una agencia de turismo fue una desilusión insondable, ya que tendemos a creer, como todo buen/a habitante de Saltalandia, que los curitas no mienten. Jalamos el hilo por oficio, una vez que obtuvimos y publicamos el listado de propiedades de la Iglesia, y comprobamos qué se hacía en algunos de los inmuebles. Azorados por los resultados del recorrido, no supimos si disculparnos ante dios, parte del poder misceláneo, o sumarnos a la ola de apostasía colectiva desatada por estos días. Todavía seguimos con ese desconcierto, sin embargo, no dudamos nunca en investigar y publicar esos hallazgos.
También nos acongoja que las reacciones policiales que causan nuestros artículos se hayan convertido en una constante dentro de los ministerios de un gobierno, el de Juan Urtubey, que se pretendió menos persecutorio que el de su predecesor, Juan Romero. El hermano mayor de los hijos de Roberto Romero, quien viene ocupando cargos públicos ininterrumpidamente desde finales de los 80, cuando fue gobernador tuvo actitud adusta en el manejo de los que en su argot llama “recursos humanos”. Cobró popularidad por achicar la planta de personal y, al modo empresarial con el aditamento de ser heredero de un nuevo rico, Juan Romero solía sembrar pánico. Juan Urtubey, en cambio, prometía renovar ese autoritarismo al que Juan Carlos había conducido al romerismo, que en tiempos de don Roberto había tenido más visos paternalistas. Joven y por fuera del Partido Justicialista de Júcaro, Urtubey se mostraba poroso a concepciones más sociales de los ambientes laborales en el estado. Quizá el error haya sido repatriar romeristas.
Antes de vernos impelidos a evidenciar más cuestiones que el poder misceláneo quiere solapar, hacemos pública nuestra forma de obtener datos, para que de ahora en más se ahorren las persecuciones y amenazas, tanto a los que creen que son nuestras fuentes como a nosotros mismos. No extorsionamos a nadie, tampoco prometemos que vamos a solucionarle la vida a una fuente desesperada, rechazamos la nota pagada y jamás, nunca, confiamos en nadie. Sobre todo en ustedes, ofendides, en sus declaraciones y documentos. No estamos amarrados a fuentes personales, pues sabemos lo fácil que eso puede prestarse a confusiones, preferimos trabajar con documentos oficiales, aunque siempre desconfiando. Aceptamos pautas dinerarias de los gobiernos porque el sector privado salteño resulta bastante amarrete, igualmente, nuestra labor periodística no se obtura ante ningún billete. Bancamos aprietes, cartas documento, llamados y extorsiones; y las vamos a seguir bancando. Nos hacemos cargo de lo que publicamos, no hacemos cargo a nadie a más.
No extorsionamos a nadie, tampoco prometemos que vamos a solucionarle la vida a una fuente
desesperada, rechazamos la nota pagada y jamás, nunca, confiamos en nadie.
La zozobra es todavía mayor cuando los métodos policíacos ocurren en dependencias públicas que el gobierno de Cambiemos está desmantelando. En definitiva, subestimar nuestro trabajo persiguiendo a quienes, sospechan las y los perseguidores, podrían ser nuestros informantes, es una tarea infértil. Toda fuente es para nosotros circunstancial, toda fuente, principalmente ustedes, es escasa, insuficiente, tendenciosa. Repitámoslo para que ya no gasten energías al vicio: no confiamos en nadie.
Tampoco nos creemos paladines de la verdad. Acordamos en que hay hechos, documentos y archivos incontrastables. Nuestras inferencias e interpretaciones son sesgadas y hasta pueden incurrir en yerros, pero aquello que las subyace es irrefutable. Trabajamos para que así sea. Y no hacemos firuletes para dejar claro cuándo hablan nuestras interpretaciones y cuándo entran en juego los datos.
Nos disculpamos por trastocar el orden de silencio y sumisión que conviene a las y los privilegiados. Aún a los que se consideran progresistas, deconstruides y del lado del pueblo. Pesa en nuestras conciencias que los asados de fin de semana, en countries y barrios residenciales, no se digieran del todo bien luego de enterarse lo que estas rosadas páginas denuncian. Sabemos que los lunes son bastante tensos en ciertas dependencias públicas, tanto del Gobierno de la Provincia y del Centro Cívico Municipal, como así también de delegaciones salteñas de Nación y del Poder Judicial. La vocación nos obliga a interrumpir la calma de lo injusto.
Para nada causan alegría en nuestra redacción los mensajes intimidatorios y las llamadas insultantes, pero lo que realmente nos compunge es que las revelaciones que editamos causen problemas familiares en los senos íntimos de algunos funcionarios. Mucho menos que seamos motivo de recaída depresiva para otros. Sobre todo cuando, en el fondo, somos ilusos al fantasear que con algún hilo del que jalemos no destaparemos fermentos del poder misceláneo. Sucede muy eventualmente y nos llena de alegría, y no es que elijamos no publicarlo porque seamos unos pesimistas incorregibles o porque no queramos contar lo bien que hizo tal o cual parte de su trabajo aquel o aquella funcionario/a o figura pública. No lo divulgamos porque no hacemos propaganda no convencional, ni literalizada, ni en opción por los pobres. Preferimos usar nuestros magros recursos para vivar lo que cualquier parte del poder misceláneo quiere mantener acallado. Y así seguiremos.