Por El Editor
El ego puede ser una digresión traidora.
La historia ha dado sobradas muestras de personas inteligentes que, atrapadas en su propio ego se han convertido en verdaderos idiotas.
Sin dudar, la profesión (u oficio) más vanidosa que existe es la de periodista.
Ser leídos, ser vistos o ser escuchados.
Opinar, ponderar o sentenciar.
Ser investigadores, jueces y verdugos express.
Contar con el riesgoso poder de distorsionar o reducir la realidad a niveles absurdos.
Derrumbar a alguien, lo merezca o no.
Los aplausos, las adhesiones, la solidaridad de nuestro microclima,
se convierten en una nube sobre la que nos empinamos.
Nos disfrazamos con una falsa humildad o ideales innegociables,
mientras miramos al otro desde un rol de superioridad.
Convertimos nuestro dedo índice en puntero.
Ignorantes de nuestra propia ignorancia.
Olvidamos que entre más alto nos hace llegar el ego,
más fuerte caemos.
El periodista que abraza el ego termina traicionando la ética.
Al ego se lo combate todos los días.