Por Alejandro Saravia

Como todos los años, este 1 de marzo fue un día de discursos. A nivel nacional, provincial y municipal. Como se recordará, antes, ese día, era el 1 de abril, pero como se consideró que los legisladores estaban trabajando poco se lo estableció el 1 de marzo para la apertura de las sesiones ordinarias de la legislatura en los tres niveles mencionados.

Obviamente no los escuché en su integridad a esos tres discursos. Uno debe cuidar, por recomendación médica y del sentido común, su equilibrio emocional, pero a través de las repercusiones que cada uno tuvo me interné con posterioridad en los puntos más interesantes o, al menos, los más cuestionados o los más comentados. Me interné no sólo en la letra de los mismos sino también en el tono que tuvieron.

Antes de comentar algo sobre ellos vamos a precisar de dónde sale la costumbre de emitir tales discursos. Es un acto que viene del derecho consuetudinario anglosajón y que tiene un sentido institucional de rendición de cuentas sobre lo que se hizo y de anuncio de lo que se pretende hacer en el tiempo restante de gestión.

Lo que interesa es que es un acto institucional. Y eso interesa porque nuestra historia en ese aspecto, es decir, en lo institucional, es demasiado floja de papeles y, por serlo, es que debemos ser tan cuidadosos al respecto. En efecto, si hacemos memoria histórica, nuestra decadencia se inicia en los 30 del siglo pasado cuando se inaugura la costumbre de los golpes de Estado cívico militares. Eso prosigue en el 43, 55, 62, 66, 76. En cada uno de esos golpes militares, o cívico militares si prefieren, se impidió que la democracia ejerza sus mejores virtudes, como la autocorrección y la postulación de nuevos y, supuestamente, mejores líderes. Suplantamos eso por los mesiánicos. Por la voluntad, o mejor dicho, por el voluntarismo en lugar de la ponderación juiciosa de los pro y los contra.

Es por eso que el prisma a través del cual debemos ponderar estos discursos es el que parte del aporte, positivo o negativo,  que estos tuvieron con el punto que nos interesa, nuestro karma colectivo, que es el respeto de las instituciones, concebidas estas como  tramas virtuosas a través de las cuales se van procesando los conflictos, resolviéndolos, así, pacífica y civilizadamente.

Desde ese punto de vista lo de Alberto Fernández fue patético. Por el contenido y por la forma. La sustancia y la estética. Ya ni siquiera es un gris abogado de consorcio, es un mero malevito de burdel. El peronismo tiene para ofrecer, y debe ofrecer, algo mejor que Fernández.

En cuanto a Sáenz, lo que el pastor no entiende es ese juego virtuoso de las instituciones democráticas y republicanas de la letra constitucional. Aspira por vía de las emociones a ser llevado en andas por todos, hasta lo dijo literalmente. No sabe de oficialismos y oposiciones, y hasta no soporta las críticas. Tiene la concepción organicista de que la sociedad es como el cuerpo humano con distintas funciones preestablecidas y él, que pretende ser obviamente la cabeza, es el que lo dirigiría como un todo. La sociedad en movimiento, para Saénz, es como un misachico y él el santo de palo, con todos por detrás. Es su sueño personal que no se condice, desde ya, con la letra de la constitución. En este sentido sería algo muy positivo consagrar otra costumbre del mismo origen que este discurso: darle un derecho de réplica a la oposición a través de los medios de difusión a cargo y como función estatal. Así palparíamos la importancia de esos roles y se abandonaría la propensión al amontonamiento.

Y la Intendenta Bettina Romero, de la que siempre me acuerdo cuando me como un bache, tiene otro karma. A todos deberá demostrar que está donde está por sus propios valores y no por ser la hija de… Mientras, como diría Perón, debe seguir ocupándose del alumbrado, barrido y limpieza y hablar por las obras en toda la ciudad y no sólo en partes del centro que ni siquiera sirven para justificar tanta propaganda. Aunque, en verdad, en esto de la propaganda no está nada sola. Demasiado ruido para tan pocas nueces.