Por Alejandro Saravia para Cuarto Poder

Hace ya un buen tiempo, bastante más de un año, decíamos en alguna columna que la consagración de Macri hubiese pasado por encabezar un gobierno de transición, declarado como tal, sin postularse a la reelección. Que eso le iba a dar espacio para maniobrar y, sobre todo, para gobernar despejado de toda preocupación o urgencia electoral. Que se debía demostrar con hechos que un proyecto trasciende a una persona y, de ese modo, el sistema logrado se garantizaría a sí mismo.

Inclusive, si se quería tanto homenajear a Raúl Alfonsín, se debió llevar a los hechos aquello de que hay que seguir ideas, no personas. O, si se quiere ir más atrás aún, llegar a Nicolás Avellaneda y a su frase: “En la Nación no hay  nada superior a la Nación misma”. Miren si tenían argumentos…

Íbamos más allá todavía: hasta dábamos nombres: Vidal, Rodríguez Larreta, Frigerio, Sanz, Morales, Cornejo. Es decir, banco había.

Pienso que teníamos razón. En realidad el tiempo nos lo demostró. Obviamente, como corresponde, no nos llevaron el apunte. Pero seguimos pensando lo mismo… 

Macri, su asesor estrella Duran Barba y su alter ego Marcos Peña, lo único que tienen en la cabeza es lo electoral, materia que es, por definición, coyuntural. Es la especialidad de Duran Barba, la razón de su vida. Eso es lo que les hizo perder el horizonte: la obsesión por el corto plazo. Por el marketing. Cada elección marca un hito. El interregno, una preparación para la próxima.

Es una paradoja, pero real: quien piensa en gobernar, que es lo fundamental, olvidándose de lo electoral-coyuntural, lo más probable es que gane la elección siguiente porque hará aquello para lo que la gente lo eligió: gobernar. Y gobernar, en sociedades complejas como las actuales y aún más en una todavía más compleja como es la nuestra, es tomar decisiones y no esperar que alguna “mano invisible” resuelva todo. Por lo general esa mano, en lugar de resolver, complica más las cosas. Al menos en el mediano y corto plazo. En el largo, como decía Keynes, todos estaremos muertos.

Días pasados decíamos que nuestro escenario presenta dos graves problemas: Cristina y Macri. Cristina, haciendo la plancha y simulando intelectualidad, calladita, suma puntos, pero asusta mercados. Adentro y afuera. Veremos cómo rebota la cosa cuando comience a hablar. Macri, no acierta con la inflación y el dólar, pero también asusta por otros cuatro años con él. Gobernar es explicar, convencer, seducir. Y, en verdad, cualquier cosa que diga Macri ya no conmueve. Perdió encanto.

Lo que estamos viviendo me recuerda a aquel dólar recontra alto que Guido Di Tella, quien habría de ser el Canciller del triunfante, le descerrajó a Alfonsín a los pocos días de ganar Menem las elecciones de 1989. Sumado a Cavallo, complotando en el exterior, flor de golpe de mercado que le armaron.

Pero la cuestión es hoy. Y hoy Macri perdió todo crédito, y nos somete a una disyuntiva extorsiva y francamente disfuncional: el caos o el caos. Aunque ambas situaciones caóticas tengan diversa estética. Una, por haber fracasado el plan inicial del gradualismo, al que para solventar se incurrió en un muy importante endeudamiento. Falló la base política y esa fue la razón del fracaso. La del programa de Macri-Duran Barba-Peña. La asignatura pendiente consistente en cambiar los supuestos del eterno retorno de la Argentina de las crisis, sigue siendo eso: una asignatura pendiente.

Un paso al costado de Macri podría volver a oxigenar una opción para salvar la crisis virtuosamente. Es decir, dentro de los parámetros republicanos, institucionales.

En el otro caso, volveríamos al decisionismo, al voluntarismo narcisista y disparatado que nos conduciría a otra forma de caos. Si se quiere, a la venezolana, la cubana o la nicaragüense: los que sobran, afuera. La clave de lo que sostengo está en el propio libro de la doctora: la no entrega de los símbolos republicanos del poder, en el traspaso de mando de un presidente democrático a otro presidente democrático, por ser vivido como una rendición, significa tomar al país como una cosa propia, como un bien que fuera ganancial heredado, en su parte, de un esposo muerto. Patético. Patrimonialismo puro y vedetismo adolescente. Desde lo institucional, un alzamiento. El Estado soy yo (Luis XIV).

Macri debe demostrar con hechos que el proyecto político que en algún momento él encarnó, lo trasciende. Que los fusibles son las personas, no las ideas. Que éstas perduran con otros protagonistas. Las personas son fungibles, las ideas no. Insisto: las ideas trascienden a las personas.

Esos supuestos sacrificios son históricamente reconocidos. Sino miremos qué pasó con Raúl Alfonsín y su renunciamiento en aras de la estabilidad institucional. La posteridad se lo reconoció. Esos ejemplos están para seguirlos, no sólo para llenarse la boca.

Ambas alternativas electorales son traumáticas. La consagración de un triunfo de entre ellas, también. Nuestro país se convertiría en un caos. De una u otra forma.

Si bien esa polarización nos acompaña desde nuestros orígenes patrios, es hora ya de trazar una diagonal. Con Cambiemos o con el peronismo republicano, con el que sea. Es hora ya de vivir en paz y poder desarrollarnos. Todos se lo vamos a agradecer. También Antonia y Florencia. No tengan la menor duda.